Son las doce en punto. Estoy nerviosa, no sé muy bien cómo actuar ni qué decir. Me preparo un baño caliente para que la espera sea más amena. Abro los grifos de mi preciosa bañera antigua y enciendo unas cuantas velas casi derretidas que recorren todo el borde junto a un par de amatistas. Piedras y velas son la decoración perfecta. Las energías que dicen que atraen siempre me han llamado la atención. Lo esotérico, aunque no soy una fanática ni mucho menos, me genera mucha curiosidad. Siempre había soñado con tener una de estas bañeras tipo barreño, vintage. Y ahora que la tengo, apenas la uso.
Pero hoy sí. A partir de ahora sí. Adoro el olor de las velas. Siempre compro las mismas, cedro con naranja y ámbar con higos y bambú. Su combinación me transporta a otro mundo. Apago las luces, me desnudo y entro muy despacio para no quemarme. Cuánto necesitaba esto. Me tumbo y siento cómo el vapor me inunda. Cierro los ojos, tomo aire y desaparezco bajo el agua. Vacío. Mente en blanco.
Miedo. Abro los ojos con pereza y miro a mi alrededor. Solo queda una vela encendida y el agua ya no está caliente. Me extraña que no haya dos llamadas perdidas de Mark y dos mensajes de texto. Mi amor, acabo de tener un contratiempo con el coche. Se me ha averiado en medio de la autopista y he tenido que llamar a una grúa. He vuelto a la ciudad. Mañana a primera hora cojo uno de sustitución y voy para tu casa. Lo siento, descansa. Te quiero. Vaya, vaya... «Thais, lo has conseguido», pienso. Bajo las escaleras para revisar el correo y, como me temía, el mensaje de Thais ya no bailotea en la bandeja de entrada. Lo puse «no leído» antes de bañarme y ahora ya está leído y en oculto. Así que, por primera vez descubro una mentira de Mark.
Pero ¿sabéis qué? Es tanto el dolor que he sentido hoy en el pecho que ya soy incapaz de sentir nada. Casi lo prefiero. No estoy preparada para enfrentarme a nada esta noche. Necesito dormir. Leo el segundo mensaje: Cariño, no me contestas. ¿Estás bien? ¿Te has enfadado o te has dormido? Espero que estés durmiendo. —Mark, por favor —pienso ahora en voz alta—. Deja de preocuparte por mí, tienes un asunto entre manos por solucionar. Thais ha ganado la batalla esta noche.
Y ellos ni siquiera sospechan que yo lo sé. Dejo el teléfono en la cocina y vuelvo a subir las escaleras. Evidentemente, no le contesto. Me seco el pelo sin ganas, me desmaquillo bien y me embadurno en crema hidratante con aroma a manteca de karité. Aunque, pensándolo bien, ¿hace falta que siga haciendo estas cosas? Es decir, si no voy a llegar a ser una abuelita vieja y arrugada, ¿para qué seguir cuidando mi piel? Por el olor, Aurora, por el olor. Cierto, me digo a mí misma. Soy una adicta a las esencias y los perfumes. Siempre recorro todas las tiendas buscando nuevas fragancias. Mis favoritas son las orientales.
Con ese punto a pachuli y bergamota. Me sorprendo a mí misma por el modo en que estoy viviendo el asunto. Me pongo otra camiseta holgada y unos calzoncillos de Mark que encuentro tirados en la colada para doblar. Me detengo por un momento. Punzada en el pecho, y me doy cuenta de que mis sentimientos con Mark hace tiempo que ya no son lo que eran. Qué triste tener que darme cuenta de esta manera. Qué triste tener que darme cuenta de que le quiero diferente. De esa clase de manera que prefieres que esté con otra feliz a contigo por pena. Ni de broma hubiera preferido eso hace unos años.
Por más que quisiera su bienestar y otras tonterías, lo quería para mí. Tan guapo y bueno. Qué pena. Abro el ventanal de mi habitación que da al mar. Y la brisa marina me acaricia el rostro. Me siento en la cama y enciendo otro par de velas como cada noche antes de acostarme.
El aroma a cera y a sal me envuelve. Alcanzo el bloc de notas que dejo siempre en la mesita por si a media noche se me ocurre alguna idea o dibujo brillante, y lo abro al azar. Pienso en Mark con Thais y por primera vez me doy cuenta de que yo ya no volveré a sentir eso. Y me niego. Me niego a aceptar que no puedo volver a sentir un flechazo. Ese hormigueo. Ese tren descarrilándose a toda velocidad. Ese impacto, esa tensión con otro cuerpo. Esa química. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Cuánto hace Siempre he sido una romántica compulsiva en búsqueda de emociones.
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Una mirada al océano
Teen FictionAurora es una artista libre e impulsiva que vive rodeada de velas en un precioso estudio frente a la playa de un pequeño pueblo al sur de California. Adora las piedras naturales, los gatos y andar descalza contemplando el cielo nocturno. Pero todo d...