Capitulo 13

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Y a es viernes. Trato de tranquilizarme, he quedado para cometer una locura con Paúl, y para aprovechar el viaje a San Francisco, llamo a John y a Cloe para comer juntos. Me irá bien hablar con ellos. He pasado toda la semana inmersa en el estudio trabajando y pintando la nueva colección. Con Mark las cosas han vuelto a la normalidad, lo veré esta noche de nuevo, espero que sea menos tenso que el último fin de semana. 

He tenido tiempo para recapacitar y para darme cuenta de que no puedo culparle si yo ahora estoy haciendo lo mismo. Decido ir en tren en vez de en mi coche y así puedo aprovechar el trayecto para leer y escribir un poco. Odio conducir mucho tiempo a solas, porque precisamente cuando conduzco me vienen a la mente las ideas más creativas y no tengo modo de apuntarlas. Así que me preparo con tiempo para ir en tren. ¿Qué puedo ponerme? Abro el armario y me quedo mirándolo unos segundos. 

Pilas de ropa mal doblada y zapatos ante mis ojos. ¿Falda o pantalón? La verdad es que por aquí voy siempre con vestidos playeros y sandalias, me parecen tan incómodos los tejanos, aunque debo admitir que me encanta cómo convencen. Saco un par de camisetas, una básica negra y otra gris. Demasiado básico. Bestia, ¿qué se supone que tengo que ponerme? Abro el cajón de mis camisetas lenceras y acierto.

 Una camiseta de tirantes de seda y encaje holgadita de color violeta con unos tejanos largos rotos por las rodillas, unas sandalias de color marrón oscuro, un par de brazaletes y muchos anillos, como siempre. Ajá. Natural e informal, pero sin pasarme de hippie. Me miro al espejo y decido recogerme la melena en un moño desenfadado. 

Me pongo un poco de polvos, máscara de pestañas y listo. El tren sale en diez minutos, hace un día caluroso y me esperan dos horas de viaje por delante. 

Ya en mi asiento, que por suerte me ha tocado el lado de la ventanilla, me apoyo en el gran cristal y contemplo las vistas, veo el muelle a lo lejos. ¿Qué estarán haciendo Sam y Narel? No he sabido de ellos en toda la semana y sí, lo admito, la he pasado mirando el móvil cada dos por tres por si me escribían, también he ido cada día impecable al estudio por si me hacían una visita. ¿Quién sabe? Podrían haber pasado a saludar. 

Se me ha hecho una semana larguísima esperando a que sea lunes. Para tener clase de dibujo y verlos. Solo de pensarlo me siento ridícula.

 Haciendo casi con treinta lo que hacía con quince. No estoy para estas tonterías, aunque me hacen sentir viva de nuevo. 

Hace tanto que no me pasaba. Saco mi libreta y empiezo a escribir: Con la mirada perdida en el vacío me doy cuenta de lo efímera que es la vida, alguien dijo una vez que nuestras huellas dactilares no se borran de las vidas que hemos tocado. Pero en mi caso siento que es mi cuerpo el que está repleto de mapas, de guías, de retales de ilusiones y vidas que lo han marcado, pienso en todos los besos que me han dado, devoro cada recuerdo, cada ilusión, cada «quédate conmigo», cada discusión. 

Siento cada célula de mi cuerpo. Cada una de ellas reclamando ser descubierta, como un conjunto de archipiélagos aún por descubrir en medio de un inmenso océano. ¿Me habrán dado lo suficiente? No, sin duda no. No lo has hecho tú. Tus huellas aún no se han fundido en mi piel. Definitivamente no. Aún no puedo irme. 

Aún me faltas tú. Me asombro al releer mi texto y me pregunto a quién me refiero cuando hablo de «tú» como si de algún modo sintiera que aún me queda algo, mejor dicho, alguien, por vivir. Garabateo unos bocetos debajo del texto. Algo así como cuando vi el océano por primera vez por sorpresa, cuando me lo enseño mi madre.

Una mirada al océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora