Capitulo 18

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Hoy ha sido uno de los días más intensos de mi vida y me siento con fuerzas para comerme el mundo. Son las cuatro de la tarde. Al llegar a casa lo primero que hago es desnudarme y poner la canción Broken Together de Casting Crowns.

¿Qué sería de mí sin música? Esta canción es precisamente lo que necesito escuchar ahora mismo. Habla de dos personas, ambas rotas, que pueden arreglarse y salvarse juntas... De algún modo, Narel también me necesita, tanto como yo a él.

Me recojo el pelo en una coleta alta y empiezo a ordenar mi tediosa casa con la canción de fondo mientras me doy cuenta de cuántas cosas me sobran y me decido a poner orden esta semana. A vaciar, como Narel y Sam hicieron, y liberarme.

No quiero perder más tiempo con cosas banales. Enciendo mi portátil y
en mi correo por curiosidad. Aún está el email de Mark abierto, para mi asombro. Busco en «Ocultos» pero no veo ningún nuevo mensaje. Me digo que basta de torturarme y cierro sesión.

Eres libre, Mark. Eres libre. Pienso en las manos de Narel en mi alma y quiero más... Me dirijo a la cocina y, ante todos los platos sucios del fin de semana, resoplo sin ganas y abro la nevera para ver qué me falta y hacer una lista. Quiero cumplir el reto, así que me digo que solo voy a comprar cosas que no vengan envasadas en plástico.

Tras hacer la lista, me doy una ducha rápida y me pongo algo cómodo sin ganas de rebuscar mucho en mi armario y salgo hacia la frutería de Tom, la que tengo enfrente de casa. Sin zapatos, como de costumbre, cojo las bolsas de tela y entro en la acogedora tienda. —Tom, buenas tardes. Quiero pedirle algo. —Dime, Aurora, ¿qué tal te va? —Genial —respondo con ilusión para mi asombro—.

Quiero comprar varias cosas pero sin bolsas de plástico. ¿Puedo ponerlo todo en mi bolsa y luego me lo pesas y lo volvemos a poner junto? —Oh, por supuesto que sí. Estás en tu casa, lo sabes. Elijo los productos de mi lista y me atrevo con nuevas verduras y frutas ahora que no voy a poder comprar tantos productos envasados.

Así pruebo cosas nuevas. Me doy cuenta de que Tom tiene un mueble repleto de sacos con harinas, cereales y pastas a granel. Nunca me había dado cuenta. —Tom, perdone que le moleste de nuevo, ¿cómo podría llevarme esos productor de ahí a granel sin bolsa? Tom me mira tratando de averiguar qué mosca me ha picado.

—Pues se me ocurre que las metas en bolsas de papel, ahí tengo algunas. —Me señala el mueble. Pero me gustaría generar la mínima basura posible y de repente se me ocurre una brillante idea. —Y si traigo yo mis potecitos de cristal de la cocina, ¿podría meterlos ahí mismo? —Si no te importa cargar con ellos, no veo el problema. ¿Va todo bien, Aurora? —Oh, sí sí, es que quiero consumir menos plástico.

—Ostras, pues eso es fantástico. Estás en el lugar adecuado. —Sí, ya veo. Pues ahora vengo con los potes. —Pero cálzate, anda, que siempre me haces sufrir. Tom es un hombre de más de sesenta años que me trata, desde que me instalé, como a una nieta. Es una dulzura.

Siempre pienso que él y Esmeralda tendrían que enamorarse. Y hablando del rey de Roma... —¡Esmeralda, hola! —Veo que va descalza también y me da la risa—. ¡Todo lo malo se pega, ¿eh?! —le digo señalando sus pies. —Hola, Tom. Hola, Aurora. Ay, sí, qué comodidad por Dios, si está a dos pasos de nuestra casa, del porche hasta aquí no hay nada.

Y sí, todo se pega, hija. —Se ríe simpática. Tom se ha incorporado en cuanto la ha visto llegar, como queriendo parecer más serio. ¿Lo ves?, yo sabía que aquí hay amor. —Señora Esmeralda, su vecina ahora va a dejar de consumir plástico.

Mírela, con bolsas de tela, y ahora vendrá con tarros de cristal para el arroz, otros cereales y las legumbres. —¿Y eso, bonita? —Pues es un poco largo de explicar. ¿La ayudo con la compra, nos tomamos un té en su porche y le cuento? —Claro que sí, me vendrá de perlas.

—Yo puedo ayudarla con las bolsas siempre que quiera, Esmeralda. Qué atento, Tom, a mí no se me ha ofrecido a ayudarme con mis potes de cristal. Qué inocente es. —Tranquilo, ya me ayuda Aurora, que tú tampoco es que seas un muchachito. Los dejo ahí con su charla, es admirable el modo en que entabla conversación la gente mayor y acaba hablando horas sin darse cuenta.

Contándose sus cosas, sus aventuras, experiencias, aprendizajes... Entro en casa por la puerta trasera que he dejado abierta y rebusco en mis armarios de la cocina todos esos potes de cristal que siempre guardo pensando que algún día utilizaré como botes para lapiceros, floreros o lo que sea. El caso es que soy de esas personas que guarda objetos para luego hacer alguna que otra manualidad.

Así que estoy de suerte, cojo unos seis potes de los grandes, en los que antes había conservas, y me dirijo dando saltitos a la tienda. Esmeralda ya está pagando, y cuando va a poner su compra en bolsas, Tom le propone darle una caja de cartón para sus verduras.

Me dedica una mirada de complicidad como diciendo que apoya mi causa y Esme, entusiasmada, acepta. —¡Qué suerte tengo de tener unos vecinos tan guays! —les suelto de corazón. —Voy a casa, Aurora. Iré preparando unas pastas y un café. Te veo ahora. Gracias, Tom, mañana te traeré alguna pasta si no se las acaba Aurora. —Pues entonces, señor Tom, olvídese.

Siempre que voy arraso. Aunque intentaremos guardarle alguna. Ambos se ríen y yo me dirijo a la sección de productos a granel. Elijo lentejas, arroz, garbanzos, pan rallado para rebozar, harina de maíz sin gluten, almendras y semillas de chía. Después de pagar lo pongo todo en mi nueva bolsa de tela y cojo la caja con las poquitas verduras que ha comprado Esmeralda.

Esta mujer siempre tiene el jardín precioso y verde. Ha preparado un café negro para ella y un té de jengibre y vainilla para mí, junto a un montón de pastitas caseras que le encanta hacer. Nos sentamos a la sombra y disfrutamos de la tarde juntas. Le cuento mis descubrimientos con los envasados y decide probarlo.

Dice que la basura le pesa demasiado y que si se ahorra sacarla tan seguido, pues eso que gana. Me cuenta que ahora que está puesta con la cerámica y la costura, puede coserme bolsas de tela para mis compras y hacerme potes de cerámica para las verduras. Lo propone con tanta emoción que soy incapaz de llevarle la contraria.

Pasamos el resto de la tarde relajadas, comiendo y hablando de manualidades. Empieza a oscurecer y me despido de Esmeralda con cariño. Entro en casa y decido cocinar un poco. Miro los platos, que aún están sucios, resoplo y paso de ellos una vez más. Con mis nuevos ingredientes me preparo una lasaña de soja y berenjena. Con salsa de tomate y cilantro.

Diferente y exótica. Decido cenar en el porche trasero, así que saco el libro de segunda mano que tengo a medias y un par de velas. Me siento en mis muebles de mimbre blancos y la tranquilidad me envuelve, casi hay luna llena y la brisa marina me acaricia.

Tengo una mezcla de emociones extrañas y me apetece darle gracias a la vida: gracias por un día más. Y por primera vez desde que me mudé aquí, mientras degusto mi deliciosa lasaña, me doy cuenta de que no me siento sola.

Una mirada al océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora