Una vez estuvieron saciados todos los invitados, nos trasladamos al salón de baile. Éste consistía en un inmenso salón con suelos de porcelana italiana, blancos y azulados. Cuatro inmensas lámparas de cristal llenas de velas totalmente iguales, tan elevadas como los techos policromados, dotaban a la estancia de un aura dorada incrementada por el pan de oro que revestía los lujosos muebles, los cuales ocupaban los laterales para que los participantes pudieran dejar sus copas. En la parte final, los músicos tocaban una alegre melodía de violines y flautas traveseras. Por su parte, los criados, tiesos como un tronco y sin soltar sus bandejas de plata, ofrecían dulces y cigarros. Animados por las bebidas ingeridas durante el banquete, algunas parejas —entre ellas los barones de Exeter— se situaron en la bella pista sin dilación.
— ¿Algún joven de tu agrado?
El susurro malintencionado de Antoine provocó que le pegara un codazo en las costillas. Se rió y observé mejor a las personas con las que, de un modo u otro, había compartido mesa: todos eran mayores que yo y, los que no estaban junto a sus esposas, me miraban con evidente recelo.
— Si me dejas sola te clavaré un puñal mientras duermes — le respondí todavía más cerca de su oreja.
— ¿No baila usted, señor Clément?
Di un respingo: se trataba del conde. Iba agarrado del brazo de su mujer, quien sopesaba todo lo que le rodeaba con una mezcla de hastío y expectativa.
— No suelo. La ligereza de mis pies no es demasiado memorable.
Él se echó a reír y le ofreció la mano de la condesa.
— Concédame el honor de bailar una pieza con mi amada señora.
Antoine abrió la boca. La susodicha forzó una sonrisa y casi lo arrastró hasta donde se encontraban las demás parejas. Mientras maldecía haberme quedado sin protección y compadecía al arquitecto, el conde me hizo una leve reverencia y se situó unos cuantos pies más lejos, junto a Whytt y el embajador. Nerviosa, carraspeé y busqué a Vittoria. La encontré platicando con otras damas, en una esquina. Parecía alicaída por los murmullos que ponían en evidencia que Derrick estaba disfrutando de una melosa danza con madame Ricoeur a la vista de todos. Tomé una copa y me dispuse a acudir a su encuentro.
— Señorita Olivier — me llamó Bonaventura antes de que pasara por su lado completamente —. ¿Son los bailes de su agrado?
Entendí que aquella era su particular forma de retenerme en aquel variopinto grupo. Whytt, fingiendo que su atención estaba a plena disposición para el conde, me miró por el rabillo del ojo al tanto que me detenía, acercándome.
— Lamento decirle que no me gustan los bailes — respondí —. Sin embargo, habiendo tan pocos caballeros libres y varias damas sentadas, ¿qué interesante conversación está reteniéndole aquí?
Sus oscuros ojos, profundos como los de Ishkode, llamearon con interés.
— Usted dirá — me sonrió.
Mis pupilas se desviaron hacia el escándalo: Derrick estaba tan cerca de su amante que parecían estar a punto de besarse entre risas. Vittoria lucía mortificada y al borde del llanto, con sus manitas posadas sobre el inmenso vientre.
— Madame Ricoeur es una fabulosa amiga de la familia — me sobresaltó el conde.
Mis labios no ejecutaron palabra cuando divisé a los dos hombres que había espiado aquella noche y recordé el contenido de su plática.
— ¿Busca a alguien, señorita? — siguió hablándome.
— No, no, en absoluto — titubeé un tanto —. Posee una vivienda esplendorosa, señor conde. Si me disculpan.
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Waaseyaa (II): Nacida entre cenizas
Historical Fiction[SEGUNDA PARTE DE «Waaseyaa (I): Besada por el fuego»]. Octubre de 1759. Han transcurrido cinco años desde la guerra y la vida de Catherine Olivier continúa. Tras dejar atrás Nueva Francia e instalada en Plymouth, la joven guerrera deberá luchar par...