Agaawaazh - Desear

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— Será mejor que nos marchemos — musité, precavida. Todos nos habíamos quedado estáticos, en la misma posición, y buscaba evitar a toda costa que la sombra de la sospecha que ya había empezado a poblar sus rostros no perjudicara a quien pretendía salvar: Namid —. No hay peligro, puedes ir saliendo.

Con delicadeza, le toqué el brazo a mi supuesto esclavo para apartarlo e intentar enmendar los malentendidos con Jack. Fui incapaz de mirarle a la cara, pero Namid inspiró y siguió mis órdenes, abandonando la vivienda con el mismo estrépito con el que había entrado.

— Cenaremos en otra ocasión, cuando Isabella arribe — forcé una sonrisa y alcancé a ver el desconcierto de Lucas —. Lamento la intromisión, de verdad. No era mi intención importunarles de esta forma.

— No tiene por qué irse, señorita. Ha sido un malentendido — desdramatizó Richard, a pesar de que todos estaban asustados.

— Gracias por su hospitalidad, no me encuentro bien. Creo que he cazado un catarro y los nervios van a acabar conmigo. Dejémoslo para otra ocasión más propicia. De nuevo, les pido disculpas.

Sin duda, aquella historia de la esposa triste, abandonada a su suerte y llena de magulladuras, era creíble.

— Lo siento, Jack. Le castigaré como corresponda por allanar su morada — me centré en quien más me preocupaba. El Leñador todavía no se había recuperado del susto —. Entienda que, si ataca a mi criado cuando no pretendía hacerle ningún daño, es como si atacara a un valioso objeto de mi propiedad. Su apariencia es ruda, pero solo obedece mis mandatos, jamás se enfrentaría a nadie que yo no le hubiera indicado previamente. Si mi marido regresa y descubre que estoy herida o algo peor, será vendido como esclavo y partirá hacia las Indias, donde probablemente se enfrente a una muerte agonizante de trabajos forzados. Por tanto, más le vale protegerme con su vida. ¿Entiende a lo que me refiero?

Con nerviosismo, Jack asintió varias veces, mas no se disculpó.

— Disfruten del resto de su velada.

Seria, formulé una reverencia palatina y salí de allí con un nudo en la garganta que solo yo era capaz de percibir. Una vez fuera, con la puerta ya cerrada, encontré a Namid sobre el porche, amparado por la techumbre, dando toquecitos con el pie a un montículo de piedras que los niños habrían coleccionado para construir almenas imaginarias. Al oírme llegar, levantó la vista y sus ojos refulgieron con gravedad.

— Vayámonos de aquí — sentencié, inquieta.

No era el lugar para mantener una plática sobre nuestra última conversación, así que Namid me siguió en silencio cuando eché andar hacia la seguridad de nuestra cedida vivienda.


***


El trayecto fue tenso y mudo. Ambos caminábamos a cierta distancia el uno del otro, no solo porque temíamos que alguien pudiera vernos hablar, sino porque no estábamos preparados para volver a enfrentarnos. A pesar del daño que me habían hecho sus palabras, no podía evitar sentir aquel remolino cálido: se había arriesgado acudiendo con aquella actitud al hogar de Jack. Sin importarle las consecuencias, me había protegido. Aquella aura letal, solemne como la de un guerrero legendario, me azoraba con violencia. Al arribar a la puerta, mis mejillas ya estaban enrojecidas. Circunspectos, los dos entramos sin tocarnos. El escaso mobiliario estaba tal y como lo recordaba, detenido, y la chimenea crepitaba esplendorosamente. Me percaté de que las velas no estaban encendidas, lo que me llevó a concluir que Namid había partido en mi busca poco tiempo después de mi salida, cuando el sol aún estaba alto, y las horas de aquella persecución le habían llevado hasta la noche.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora