Bazangwaabi - Ella le cierra los ojos

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Seguros tras las paredes de la vivienda, Namid se sentó sobre el suelo, junto al fuego, para moler la colección de plantas medicinales que reducirían los hematomas de mi cuerpo. Yo no podía dejar de mirarle, embelesada, absorta en sus movimientos, en una imagen apaciguadora que guardaría en mi corazón para siempre.

— Ven aquí — pidió con cariño una vez hubo terminado de aglutinar el remedio.

Obedecí, acercándome, y él extendió sus musculados brazos, empujándome contra su pecho con una intensidad que me dejó sin respiración durante unos instantes. Nuestras narices se rozaron, anticipando a un beso lento, y mi estómago brincó de alegría inexplicable. Con cuidado, me apartó el cabello hacia un lado, dejándome el cuello al descubierto y, poco a poco, fue embadurnándolo de ungüento calmante. Su textura fría contrastó con la piel cálida y temblé en escalofríos cortos. Como respuesta, Namid se apretó más a mí con la mano que tenía libre, sin dejar de masajear las rojeces provocadas por el intento de abuso en el bosque días atrás. ¿Cuántas desventuras habían sucedido entre nosotros desde entonces?

— ¿Puedo hacerte una pregunta? — rompió el silencio de pronto.

Yo estaba demasiado concentrada en impedir que mi corazón se desbocara y sumirme en sus labios con ansia, pero asentí.

— ¿Por qué le dijiste a Jack que eras estéril?

Desprevenida, le miré por encima del hombro. Él continuó masajeándome sin responder al escudriñamiento de mi mirada.

— Era la contestación cómoda — alegué, consciente de que Namid no iba a dirigir la conversación por los caminos que yo deseaba —. Harán preguntas cuando Antoine se una a nosotros y no quería verle envuelto en ese tipo de situaciones incómodas. Hemos fingido que somos marido y mujer en todos nuestros viajes, solo algunos vecinos de Plymouth conocen nuestra identidad, y sé lo cotillas que pueden llegar a ser las personas. Me resulta altamente violento que Antoine tenga que enfrentarse a esos comentarios, sé que le entristecen..., le recuerdan a Jeanne. Es una mentira desagradable para ambos.

— ¿No echas de menos que ellos sepan quién eres?

"Ellos". Los enemigos. Los blancos. O quizá personas de ningún color en particular, solo "ellos", el mundo.

— En absoluto. ¿Ser un fantasma?, ¿que nadie sepa mi verdadero pasado? Es la mejor decisión que he podido tomar. Al menos es la más sensata. Evita habladurías y me permite cierta libertad.

— Libertad en la extensión de tu parcela, no fuera de ella.

— ¿Y a qué tipo de libertad debería de aspirar?

Sus ojos se perdieron en cierto punto vacío de la habitación y finalmente susurró:

— Estoy harto de esconderme — realizó un pequeña pausa para ordenar sus pensamientos —.¿Por qué tu pasado tiene que ser borrado? ¿Por qué tienes que vivir escondida, ocultando tu verdadero ser?

— Porque alguien decidió que no era correcto que una mujer se vanagloriara de haber luchado codo con codo junto a varones. O que una mujer de más de diecisiete años esté soltera. O que una mujer anhele aspirar a un oficio, o a estudiar, o a pensar.

— Deberías caminar con la cabeza erguida, como la fabulosa guerrera que eras.

"Era", pensé.

— No me importa no recibir el respeto o la admiración de los demás. Solo con la vuestra me basta.

— Existe otra razón..., otra razón por la cual borraste tu identidad. Una que va más allá de que te condenaran por asesinato.

Las violentas imágenes me sobrecogieron.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora