Nos esperaban en la diligencia, por lo que los casacas rojas apostillados a la entrada permitieron el paso sin pronunciar palabra. Me aterraba estar en espacios cerrados, prefería estar en campo abierto, ya que me recordaba al encierro en los calabozos y a la paliza de Derrick en aquella posada. Tragué saliva, recorriendo el breve pasillo sin soltarle el brazo. Los soldados iban de aquí para allá, algunos arrastrando a un ladrón de poca monta a las celdas, otros riéndose de sus chanzas.
— Han venido.
Nos giramos: era aquel oficial de ojos azules que había traído la orden. De pronto me percaté de que había tanto reclutas ingleses como franceses. Era como si estuvieran colaborando, ahora que los territorios eran británicos por ley.
— Dijo que debían hacerle unas cuantas preguntas — musité con la garganta seca.
— Sí, acompáñenme.
Nos guio hasta la planta superior, donde el bullicio era menor. Diversas habitaciones contiguas, ocupadas por el séquito del corregidor, estaban a la vista.
— Se ha cambiado de ropa — apuntó. Su mirada era como la de una abeja reina pululando por las curvas de mi trasero —. ¿A qué ha venido tal decisión?
— No incordie a la señorita Catherine.
Honovi, en su inteligencia, empleó mi nombre original para no causarme problemas. No sería Waaseyaa hasta que estuviéramos a salvo.
— ¿Sois novios? — bromeó —. ¿La raptó y luego se enamoró de usted, viejo?
— La señorita Catherine es viuda. Su marido, Antoine Clément, quien fue un valeroso siervo de esta bella tierra, falleció hace menos de un año. Le pediría que, al menos, la respetara a ella. Un viejo como Honovi está acostumbrado a las ocurrencias de los jóvenes.
Aquel hombre se detuvo frente a una puerta, ya que habíamos llegado a nuestro destino, mas temí que le abofeteara.
— Desconocía que se hubiera casado, señorita — me miró con intensidad.
Finalmente, dio dos toques para llamar y alguien respondió desde dentro que podríamos pasar.
— Buenos días.
No sabía quién era aquel hombre, pero sus dependencias apestaban a whisky. El escritorio estaba repleto de papeles desperdigados, un globo terráqueo y candelabros consumidos. Un gran ventanal con cortinas púrpuras teñía la luz de cierto aire fantástico. A la derecha, un inmenso retrato de una mujer semidesnuda, imitando las grandes formas griegas, contrastaba con el aparente desorden.
— Aquí los tiene, teniente Webs.
"Es un héroe de guerra", deduje. Su pulcro uniforme portaba en el pecho una serie de condecoraciones de oro. Me fijé en su peluca gris y las marcas de viruela bajo la tenue barba de dos días.
— Muchas gracias, George. Te avisaré si hay novedades — lo despachó con afabilidad —. Por favor, tomen asiento — obedecimos, rígidos en las dos sillas de madera, frente a él —. No esperaba que viniese acompañado, señor Honovi.
Aún estaba de pie, lo que me ponía nerviosa. Desconocía a qué atenerme.
— Mis hijos siempre me acompañan a todas partes. ¿Le incomoda?
— No, en absoluto — se sentó por fin —. Estaba ansioso por conocerla, señorita Olivier.
Sentí que un escalofrío gélido me recorría la espalda.
— No nos hemos visto nunca, al menos no de cerca, pero compartimos campo de batalla.
— Discúlpeme, pero no sé quién es.
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Waaseyaa (II): Nacida entre cenizas
Historical Fiction[SEGUNDA PARTE DE «Waaseyaa (I): Besada por el fuego»]. Octubre de 1759. Han transcurrido cinco años desde la guerra y la vida de Catherine Olivier continúa. Tras dejar atrás Nueva Francia e instalada en Plymouth, la joven guerrera deberá luchar par...