Los graznidos de las urracas sobrevolando la casa me despertaron bien entrada la mañana. Apreté los párpados, soñolienta, y ahuequé el brazo para abrazar a Namid. Me incorporé con rapidez al encontrar la cama vacía, únicamente ocupada por mi cuerpo. Algo decepcionada y preguntándome dónde habría ido, miré hacia la ventana. El sol estaba alto, brillando en un cielo que anunciaba nieve. "Has dormido demasiado, es casi mediodía", bostecé. Me froté la entrada del cabello y mis manos acariciaron el hueco en el que había yacido él. El corazón se me aceleró al recordar que habíamos dormido abrazados toda la noche, tan cerca que aún notaba su aroma en el cabello. Sin embargo, al hallarme sola, de nuevo sumida en la realidad que dictaminaba que debíamos volver al anonimato, a la indiferencia, me enfrió tanto como el temporal que azotaba el exterior.
— Buenos días — suspiré, rozando la sombra de su figura a mi lado.
***
Bajé a la planta inferior y no pude evitar sonreír aunque Namid no estuviera por ninguna parte: me había preparado el desayuno y encendido diligentemente la chimenea. También había limpiado todo el desorden y, junto con la luz azulada del día, la vivienda resultaba menos fantasmagórica. Imitándole sin darme cuenta, me senté en el suelo, cerca del fuego, y engullí los alimentos como si no hubiera comido en días. Hasta se había encargado de prepararme las medicinas, las cuales fueron apuradas en varios tragos. Una vez hube terminado, me lavé la cara con agua helada y me aproximé al cristal para descubrir qué estaría haciendo. Mi sonrisa se hizo más amplia al verle junto a la densa arboleda que rodeaba la casa, cortando varios troncos con su inmensa hacha. Carecí de tiempo para contemplarlo, ya que pronto divisé a Jack platicando con él con cara de pocos amigos. Alertada, salí afuera con expresión severa, iniciando, con cada nuevo atardecer, nuestra farsa.
— Buenos días, Jack — le saludé lo suficientemente alto para que me escuchara por encima del ruido de la leña siendo despedaza.
Mi tono denotó molestia y, antes de que llegara hasta ellos, él se calló en seco, apresurándose a hacerme una reverencia.
— Bu-buenos días, señorita. No esperaba que...
— Ya le he dicho que detesto las reverencias — le corté —. Buenos días, ¿tenía algún problema con mi criado?
Namid, discreto como una nube capaz de ocultar el sol, me miró por el rabillo del ojo. Al igual que yo, todavía estaba pensando en lo ocurrido la noche anterior. Solo una persona que lo conociera de verdad podía descifrar el titubeo de su expresión impasible. Dejó de cortar madera y se apoyó en el largo mango de su arma despreocupadamente.
— No habla nuestra lengua, es inútil que lo amoneste.
Ignorando que aquel esclavo había dormido conmigo en una intimidad que le hubiera escandalizado, Jack se disculpó sin sospechar nada.
— Íbamos a traerles maderos, no es necesario que su criado destruya estos árboles. Podrían verle.
"¿Destruir?", me jacté interiormente. Namid sabía más de árboles que todos nosotros, jamás sería capaz de herirlos por banalidad.
— ¿Verle? ¿Quiénes? — arqueé una ceja.
— Mis, mis...
— Por supuesto, sus hijos — me aproximé y le apreté el hombro —. Perdóneme.
Inexpresivo, Namid se mantuvo en la misma posición, con la vista hundida en el vacío. No obstante, había comprendido las palabras de Jack, las dolorosas palabras que indicaban que lo creía tan amenazante que ni tan siquiera gustaba de que sus hijos lo vieran vagando por sus tierras.
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Waaseyaa (II): Nacida entre cenizas
Ficción histórica[SEGUNDA PARTE DE «Waaseyaa (I): Besada por el fuego»]. Octubre de 1759. Han transcurrido cinco años desde la guerra y la vida de Catherine Olivier continúa. Tras dejar atrás Nueva Francia e instalada en Plymouth, la joven guerrera deberá luchar par...