Antes de poder objetar, me encontré sentada sobre el mismo caballo que Namid, huyendo en mitad de la noche. Habíamos carecido de tiempo para planear una fuga con detenimiento y las sienes me ardían a causa de la tensión. Derrick no iba a permitir así como así que yo saliera ilesa de mis amenazas, ni tampoco que Namid, quien prometió ser su guía en las revueltas tierras salvajes de Nueva Escocia, decidiera faltarle al respeto también. Estaba segura de que no le importaba lo más mínimo que fuera un proscrito, únicamente deseaba darnos una lección y si para ello debía de entregarlo a las autoridades, ya fuera por sus crímenes de guerra o por la ruptura de un contrato legal, lo haría sin titubear.
— Emily se encargará de entretenerlos — nos aseguró Antoine mientras anudaba un pesado macuto a la parte trasera del corcel. Estaba tan nervioso que le costó un par de veces atarlo —. Yo me quedaré arriba y diré que estás gravemente enferma. No se atreverán a pasar, no hemos cometido ningún delito y hay muchos testigos. Nadie sabrá que te has esfumado y los inquilinos contarán que es cierto que estás recuperándote de unas dolencias graves. Creo que así conseguiré retenerlos. Cuando pregunten por Namid, diré que no conozco a nadie con ese nombre. No me importa que sea inverosímil, estarás ya demasiado lejos para que puedan encontraros.
Sus preocupados ojos azules se posaron en los míos. Ninguno quería separarse del otro, nos sentíamos desprotegidos, pero fue la única idea que se nos ocurrió. Él se reuniría con nosotros en una semana, cuando los secuaces de Derrick se hubieran cansado de buscar. A decir verdad, puesto que todos los clientes de la posada sabían de mi ataque y de las visitas del médico, resultaba creíble que yo no estuviera en las condiciones para salir de mi habitación y responder a interrogatorios. Nadie más que Emily me había visto desde aquella discusión en las cuadras.
— ¿Estarás bien? — estiró el brazo para acariciarme la mejilla con candor —. Portas todas las medicinas. No olvides tomártelas y seguir con el reposo.
Incliné el tronco y me dio un beso en la mejilla antes de volver a abrazarme con fuerza. Por una parte, no deseaba que yo me quedara a solas con Namid pero, por otra, sabía que era el que mejor podía protegernos.
— Estaré bien.
Namid se acomodó detrás de mi espalda, provocando que chocáramos levemente, y no interrumpió nuestra cándida despedida. Nos observó con distanciamiento, discreto y concentrado en sus numerosos problemas.
— Viajad hacia las cordilleras, encontraréis una cabaña a varias millas de aquí, cerca del bosque de Loughton. Preguntar por Jack el Leñador, él os guiará el resto del camino. Es el hijo mayor de Emily, podéis confiar en él — le explicó las pautas a Namid, quien iba a comandar la expedición —. Por favor, cuida de ella, ¿me has entendido? Alejaos de los caminos concurridos y no habléis con nadie, toda precaución es poca.
Serio, él asintió. Sin duda, no necesitaba demasiadas directrices para cumplir la misión con éxito: se había visto envuelto en demasiadas batallas y persecuciones como para caer apresado por los maleantes de Derrick. Si un indígena no quería ser encontrado, jamás lo sería.
— Cuidaré de ella — prometió.
Antoine no podía soltarme la mano, no podía dejarme ir. Estaba a punto de besársela cuando Namid azuzó al caballo sin avisar y salimos despavoridos hacia lo desconocido.
‡‡‡
Me asusté al darme cuenta de que no estaba atemorizada, sino pletórica, como si mi corazón temerario hubiera echado demasiado de menos las aventuras. Sobre la cruz del animal, el helado viento de invierno zarandeó mis horquillas. Mis mejillas, mojadas por los restos de escarcha que levantaba nuestro roce por las ramas húmedas del bosque, bebían de aquel rocío como si se tratara de un elixir inmortal. La libertad era galopar por los campos de trigo seco, sin rumbo, y bajo la luz de la luna. La libertad era sentir que podía extender los brazos, ajena a las riendas, y la naturaleza me acogía en su seno como a una hija pródiga.
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Waaseyaa (II): Nacida entre cenizas
Ficción histórica[SEGUNDA PARTE DE «Waaseyaa (I): Besada por el fuego»]. Octubre de 1759. Han transcurrido cinco años desde la guerra y la vida de Catherine Olivier continúa. Tras dejar atrás Nueva Francia e instalada en Plymouth, la joven guerrera deberá luchar par...