Awakaan - Un esclavo

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Taciturnos, sumidos en nuestras penurias personales, cabalgamos hasta bien entrado el mediodía. La magulladura del cuello resquemaba con apremio, como lo hubiera hecho una soga, y no dejé de sentir miedo hasta que nos adentramos en Loughton y la foresta nos ocultó. Mis manos, agarradas al caballo, estaban rígidas, todavía alerta, y mi corazón..., mi corazón retumbaba fuera de control. Con el rostro mojado por la llovizna matutina, medité sobre lo que Namid y yo habíamos hecho en la tienda, lo que habíamos compartido. Me había atrevido a besar a un hombre comprometido y, a pesar de aquella desdicha, aún poseía el valor de sonrojarme porque él me había correspondido. ¿En qué pensaba? Puede que no estuviera casado, pero su futura esposa merecía un respeto que había ultrajado. Además, la había ofendido conociendo las consecuencias, sabiendo que yo no podría tener un hueco en la vida de Namid y que, si me entregaba a él, me estaría ofreciendo a un papel en blanco. Catherine, la amante del guerrero indígena. "Ni hablar", rechiné los dientes. ¿Me había dejado llevar por una pasión momentánea e inmadura? ¿Ello significaba una falta de respeto, no solo hacia su mujer, sino hacia a mí? ¿De verdad me importaba cederle mi honra a un hombre atado? ¿Me conformaría con una noche y sería capaz de afrontar mi solitario destino?

Demasiadas preguntas sin respuesta angustiaron el trayecto, sobre todo teniendo en cuenta la tensión vivida y la proximidad de Namid al envés de mi cuerpo. Él dirigía el camino con calma, mas con un apaciguamiento que poco tenía que ver con sus verdaderas emociones: su postura, como la mía, era tensa. Debía ser precavida, puesto que era capaz de tornar sus actos de manera imprevisible, sin que pudiera anticiparlos ni protegerme de ellos. ¿Estaría pensando en lo ocurrido entre nosotros? ¿Su comportamiento podría tratarse de un arrebato de lujuria y nada más? Una parte de mí albergó dudas con respecto a la honestidad de sus intenciones. Al fin y al cabo, él conocía la intensidad de mis sentimientos y podía usarla a su favor para yacer conmigo sin inmiscuirse a un nivel íntimo. Me aterraba que quisiera culminar nuestros afectos y después me dejara olvidada en un cajón repleto de polvo, justo después de haberme encadenado para siempre.

— Estamos llegando.

Apabullada por desconocer cuál debía ser mi próximo paso en nuestra "relación", asentí con rectitud y no me atreví a decirle que me soltara la cintura: mi alma se negaba a que me dejara sola tan pronto. Otra vez.


‡‡‡


Encendí todos mis sentidos cuando divisamos una abandonada cabaña de madera en la lejanía. La chimenea expulsaba un humo negro y se escuchaban voces de varias personas. "El susodicho Jack tiene compañía", pensé. A diferencia de lo que había imaginado por las indicaciones de Antoine, supuse que aquel hombre viviría en solitario y no nos veríamos obligados a relacionarnos con curiosos que podrían efectuar cuestiones innecesarias o propagar rumores molestos.

— Piensa en un plan antes de que nos vean llegar.

Namid también había deducido lo mismo que yo y me apremió con aquellas palabras dichas casi sin vocalizar. Jack podía estar esperando nuestra visita, pero habíamos atacado a dos hombres y era complicado explicar por qué una joven estaba viajando con un indio y buscaba tan desesperadamente ocultarse.

— Y hazlo rápido.

Tragué saliva y me concentré. De pronto recordé que tenía la garganta y la mejilla amoratadas por el ataque, junto con una falda rasgada. El animal era ya visible por los desconocidos que estaban cortando leña con un hacha y vi cómo se erguían, observando a los recién llegados. Noté cómo Namid se ponía en guardia.

— Di que soy tu criado — me susurró en la oreja.

— ¿Có-cómo?

— Di que soy tu criado — repitió —. Y salúdales antes de que crean que venimos a robarles.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora