Endaad - Su hogar

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— A partir de este momento —elevé la voz por encima de sus cabezas recelosas—, todos nosotros viviremos en esta casa. Quien quiera marcharse, es libre de hacerlo cuando guste. Estamos sobre tierras henchidas de venganza. Aunque parezca que estamos solos, debemos ser cautelosos y no llamar la atención. El bienestar de Florentine y Esther es mi única prioridad. Si alguien es irresponsable y las pone en peligro, lo echaré de aquí. Esa es la única regla a la que deberéis someteros.

Thomas Turner estaba detrás de mí, fumando compulsivamente. Advertí cómo evitaba la mirada exigente de Florentine, quien todavía tenía entre sus piernas a una desconfiada Esther.

— No confío en el barbudo blanco — alegó sin dilación Mano Negra.

Sabía que iba a expresar aquello, así que situé mi atención en Adrien. Estaba apoyado en el alféizar de la chimenea, tenso como una presa a punto de ser abatida.

— Ni yo tampoco en ti. Tenemos algo en común, mohawk — respondió el mercader con sequedad.

— Su nombre es Dibikad y es el hijo de dos mundos: mohawk y ojibwa — le defendí sin una alteración aparente. Las pupilas oscuras del joven se prendieron un instante, sorprendidas —. Él es Thomas Turner, mercader de pieles, mi mejor amigo, mi otra mitad, y si no os respetáis mutuamente, os echaré a los dos. ¿Queda claro?

A regañadientes los dos asintieron.

— Miigwech, nisayenh — le incliné el rostro a Ziibiin al ver que no emitía queja, discreto y afable —. ¿Qué hay de ti, Adrien?

— No le he contado nada de lo que debieras avergonzarte — se adelantó Thomas, mirándole con intensidad —. Solo la pura verdad.

— La verdad nunca es pura, señor Turner — arremetió entre dientes. Pude leer el miedo en las arrugas de la frente.

— Ni la traición nunca es traición. La balanza no la crean los hombres, Helaku.

— No te atrevas a pronunciar ese nombre delante de mí.

Dibikad analizaba la tensa situación con olfato de zorro.

— Creo que vosotros dos deberíais de mantener una conversación cuando sea conveniente. Thomas conoce los pormenores de la situación actual de tu padre — intervine, sin ánimo de arremeter por sus rencillas. Yo más que nadie entendía lo que era el rencor —. Bien, veo que seremos siete inquilinos. En cuanto amanezca, empezaremos a poner en orden la casa. Hemos tenido un día largo, descansad donde queráis. Hasta mañana.


***


El sol aún no se había desperezado cuando Dibikad apareció en el jardín trasero. Incapaz de dormir, portaba horas arrancando malas hierbas, con el sudor calentándome la espalda sucia.

— Qué temprano, nisayenh — dije por encima del hombro para que anotara que le había oído llegar sin darme la vuelta. Poseía un aroma particular, similar al de la tierra húmeda —. ¿Me ayudarás a cazar el desayuno?

Era difícil constatar si sonreía o no.

— ¿Es cierto que viviste aquí antes?

Me sequé la frente, erguida, y le miré.

— Buenos días para ti también — me reí un poco—. Sí, era mi antigua casa. ¿Por qué lo preguntas?

— Porque las paredes gritan.

— ¿Có-cómo?

— Las paredes gritan. Están llenas de espíritus tristes.

Fruncí el ceño, dejando que prosiguiera.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora