- No deberíamos de estar hablando sobre esto, sino sobre tu padre.
Wenonah estaba sentada frente a mí, jugueteando con los hilos de sus botas. Sus ojos estaban hinchados hasta el extremo por el disgusto, que no había mejorado al regresar y enterarse de la intensa pelea entre sus hermanos mayores. Onawa, discreta, lavaba los vendajes con agua caliente a cierta distancia.
- No estoy preparada para hablar de mi padre, sí lo estoy para hablar del estúpido de Namid.
Yo había pasado por un trauma similar, aunque mis progenitores no habían sido asesinados. Comprendía lo duro que era afrontar ser huérfana, sobre todo al principio, donde lo más común era la negación y la rabia ciega, sobre todo en sus circunstancias.
- Si hablo contigo sobre ello tengo la mente ocupada y me siento útil.
- Prométeme que esta noche dormirás conmigo y dejarás que te consuele. No quiero que te guardes tus sentimientos dentro. Por favor, Wenonah.
"No cometas los mismos errores que nosotros", era lo que verdaderamente buscaba promulgar.
- A lo mejor Namid me acuchilla si me quedo en tu tipi; visto está.
- No digas eso - alegué, aunque ella estuviera bromeando.
- Ishkode estaba hecho una fiera, hasta Inola estaba nervioso. Lleva horas sin aparecer.
Namid nunca se iba durante poco tiempo. Solía requerir días enteros para calmarse. Era ya de noche y el asentamiento estaba inquieto.
- Sin duda, Halona se ha llevado la peor parte. Menos mal que Métisse está con ella.
Me entristeció pensar en la más inocente de aquella historia. Todavía estaría aterrorizada por lo ocurrido en el poblado de Diyami y las reacciones de Namid habrían terminado de rematarla.
- El mundo está en llamas - suspiré -. Jeanne siempre tuvo razón.
Me detuviera donde me detuviera, todo era destrucción. Destrucción y dolor.
- Pero nosotras no ardemos - sonrió. Parecía más joven cuando lo hacía -. Onawa, tú que has sido testigo, ¿qué opinas?
Se había sumido en un estado de profunda seriedad desde que todos habían salido de la tienda a trompicones.
- Opino que no me he llevado una buena impresión de tu hermano.
Estaba a punto de defenderle, mas callé.
- Han sido bastante inmaduros, ambos. Son hombres, en algún momento tienen que sacar los puños, y ellos tenían muchos rencores que echarse en cara. Cajones y cajones de mierda - me encantaba cuando se expresaba así, sin tapujos -. Por el contrario, nosotras, las mujeres, sufrimos en silencio y ocultamos las decepciones bajo capas de maquillaje. O en los hijos.
Las dos la escuchamos con atención.
- Ishkode necesitaba cualquier excusa para reprocharle lo que fuera. Si hubiera pensado en Waaseyaa, habría cerrado el pico. De todas formas, ¿qué pintaba esa chica hurón aquí? He deducido que ahora es su esposa, pero que mantuvo un romance contigo. Si es así, ¿qué pintaba aquí?, ¿restregártelo en la cara?
- Halona no tiene la culpa. Es una extranjera y no parece ser que Namid, al que acaba de conocer en persona, a decir verdad, la haya tratado con tacto, que digamos - argumenté.
- ¿Y por qué se casó con ella entonces?
- Porque necesitaban las filas hurón.
- Debió casarse con mi primo, Inola, porque es el sucesor, pero se le adelantó.
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Waaseyaa (II): Nacida entre cenizas
Historical Fiction[SEGUNDA PARTE DE «Waaseyaa (I): Besada por el fuego»]. Octubre de 1759. Han transcurrido cinco años desde la guerra y la vida de Catherine Olivier continúa. Tras dejar atrás Nueva Francia e instalada en Plymouth, la joven guerrera deberá luchar par...