Aquella noche lloré y lloré hasta la salida del sol. Abrazada por Antoine, los dos ahogamos nuestras penas en la intimidad que nos proporcionaba una habitación ajena. Desconsolada, agoté todas las lágrimas que había guardado desde el fallecimiento de Jeanne. Las había encerrado en un recoveco oscuro, temerosa de volver a sufrir una tragedia de iguales consecuencias, y jamás pensé que tuviera que derramarlas de nuevo. Poseían su sabor, el aroma de su jabón de lavanda preferido, y levantaban una oleada de tambores agresivos.
Lo hecho, hecho estaba. Namid nunca perdonaría mi abandono, mi rendición. Estaba cegado por una nimia esperanza, era incapaz de entender los motivos reales de mi decisión. Esperé que algún día lo hiciera. Yo no merecía aquel sacrificio, solo era una persona sin importancia..., su empresa debía ser superior al amor, a las debilidades de la carne. El indio que había desembarcado en Inglaterra meses atrás, implacable, decidido, no era el mismo que había visto en la celda horas antes. Como yo, se había vuelto blando, un blanco demasiado fácil dadas sus difíciles circunstancias de supervivencia. Su parte humana era la única que deseaba quedarse conmigo, en paz, pero el resto de su ser ansiaba luchar por la libertad, y yo no era nadie para impedírselo.
— Pediré una infusión de manzanilla.
Patricia, que me había requerido para que bajara al salón a platicar con Derrick sobre los detalles finales de nuestro trato, se me quedó mirando al advertir la inflamación de mis párpados enrojecidos. La curvatura de mi boca se inclinaba hacia abajo, como la de Inola, y aquel cambio no sería temporal. En la parte superior del abdomen, ráfagas estériles de viento silbaban entre las galerías vacías de mi interior. Pronto volveríamos a estar solos, como al principio, y me aterraba tener que enfrentarme a ello, a la inmensidad desértica del abismo de un corazón que había conocido el amor.
— Calmará sus nervios.
"No estoy nerviosa", negué interiormente. Tomé asiento y ella se marchó. "No estoy nerviosa, estoy moribunda", musité. Me sentía manca, en el trance propio del duelo, demasiado insoportable como para ser afrontado de golpe. Así iba a soportarlo, siguiendo adelante bajo el postulado de que Namid estaba muerto. En todas partes.
— Buenos días, señorita Catherine.
Derrick entró en compañía de Jones. Ni tan siquiera albergué ganas de golpearles.
— El señor Clément le habrá informado sobre la visita del médico. Tal y como prometí.
Se sentaron cerca y no me molesté en asentir, a pesar de que Antoine me había hecho saber que se trataba de un catarro avanzado, causado por la falta de tratamiento, y solo necesitaba beber el tónico recetado durante una semana.
— ¿Me está escuchando?
Buscó mi mirada y se la entregué con desapego. Él arqueó las cejas al recibirla tan toscamente, pero no expresó ningún tipo de compasión.
— Jones me ha asegurado que cumplió su parte.
Le hizo un gesto con la mano y él situó los papeles encima de la mesa. Estaban arrugados, manchados de barro, pero firmados con un par de garabatos. Mi estrategia había sido exitosa: Namid había accedido.
— Esperó a que regresara hasta el último momento. Al comprobar que no lo hacía, firmó.
Que Jones me contara aquello me resultó un tanto extraño, aunque no tardé en interpretar que él también había influido en la resolución de Namid. No se habría limitado a aguardar su firma, sino que lo habría coaccionado de alguna forma, seguramente usándome a mí como cebo.
— ¿Los indultos? — hablé finalmente de lo único que me importaba.
— Están en su poder. Los dos — aseguró con sinceridad.
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Waaseyaa (II): Nacida entre cenizas
Historická literatura[SEGUNDA PARTE DE «Waaseyaa (I): Besada por el fuego»]. Octubre de 1759. Han transcurrido cinco años desde la guerra y la vida de Catherine Olivier continúa. Tras dejar atrás Nueva Francia e instalada en Plymouth, la joven guerrera deberá luchar par...