Maji-manidoo - El diablo

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Tuve que conformarme con las aclaraciones de Antoine, puesto que Namid salió por aquella puerta y no volvió a entrar en las lunas venideras. Permaneció en la hospedería —estaba a una planta de distancia—, pero yo estaba demasiado débil como para salir de la cama y disponerme a buscarlo. El médico había sido duro y estricto: debía guardar reposo absoluto hasta nuevo aviso y beber unos asquerosos mejunjes de miel y hierbas calmantes, además de soportar un tratamiento de paños calientes sobre la frente y el pecho. Postrada, el arquitecto tuvo que afrontar la responsabilidad de contarme qué demonios había ocurrido.

— Es imposible que perdiera el barco, salía escasas horas después de nuestra discusión en las cuadras.

La sensata mirada de Antoine denotó que existían multiplicidad de palabras no dichas.

— Se atrasó un día, por las heladas — comenzó —. Pero Namid decidió quedarse en Plymouth igualmente. Él...

— ¿Por qué? — le interrumpí con brusquedad.

— Catherine —me pidió sosiego, consciente de que iba a tratarse de una conversación plagada de rencor—, yo tengo mi propia opinión personal sobre lo sucedido entre vosotros, pero preferiría compartirla contigo una vez haya respondido a tus preguntas, las cuales entiendo que tengas —en silencio, asentí—. Namid, al verte en estado en el que estabas, decidió no subir a ese barco. No lo perdió, fue una decisión meditada, en la que inclusive intervine. Sus razones...

— ¿Pretendes que crea que dejó pasar la oportunidad de volver a Nueva Francia porque yo estaba indispuesta? — no pude evitar volver a interrumpirle.

— Catherine, no estabas indispuesta. Te desmayaste, no respirabas. Has estado inconsciente dos días, ni tan siquiera reaccionabas con el láudano. Lo que te ha pasado no debe ser relativizado, ¿entiendes?, tenga Namid que ver con ello o no. Creíamos que no ibas a despertarte. Así que, escúchame con atención y tómate tu bienestar en serio por una vez en tu vida. ¿Quieres que te pierda a ti también? — la severidad de su tono amedrentó mi ira —. Como es lógico, era imposible que pudiera marcharse, considerando tu estado. Su decisión fue quedarse aquí y ayudarme en tus cuidados, aunque ello implicara tirar por la borda la única oportunidad en meses de reencontrarse con su familia e intentar evitar la desgracia que sufre su pueblo.

Sufrí un estremecimiento. Casi al mismo tiempo me sentí culpable. Nunca lo hubiera presionado, de ninguna forma, para que perdiera aquel pasaje al Nuevo Mundo. Ni siquiera mi propio egoísmo hubiera incitado lo que sabía que era de suma importancia para él.

— Habrá otro, estoy segura. Estamos en uno de los mejores puertos de...

— Derrick no tardará en informar que un indígena no solo ha quebrantado el contrato firmado, sino que es un delincuente buscado por la corona francesa. ¿Sabes cuánto pagan por su cabeza? No importa que sean ingleses, si se enteran de la recompensa, se encargarán de enviar el cadáver al mismísimo rey de Francia para recibir las monedas correspondientes. Accedió a ejercer de guía en la comitiva de Derrick, quien, además, nos ha jurado venganza y sabe que albergamos una relación afectuosa con Namid — tomó aire —. En cuanto puedas moverte, debo encontrarle un refugio. No puedo arriesgarme a que sea apresado, no hasta que los condes de Devon se olviden de nosotros y todo vuelva a la normalidad — conforme hablaba, mi rostro palidecía —. Ha perdido todo su dinero, Catherine. Lo gastó enteramente en el viaje. No tiene nada. Está completamente solo.

Súbitamente, me consideré una pésima persona. Cruelmente, había barajado pensamientos que denigraban la sinceridad de la preocupación de Namid por mí. "La única razón por la que se ha quedado aquí es porque se sentía culpable, no porque le importes", murmuraba la parte envenenada de mi corazón. "Solo una casualidad fortuita ha impedido que siga aquí y no te haya abandonado para siempre. Está comprometido, ¿recuerdas?", repetía.

— Sin embargo, quiero que sepas que no estoy justificando sus acciones con respecto a..., bueno, a su contrato matrimonial. Hemos mantenido intercambios acalorados sobre ello. Desconocía que había adquirido tal deber. Si lo hubiera sabido, quizá hubiera sido más cuidadoso con vuestra relación. No le hubiera negado el asilo, por supuesto, pero hubiera intentado evitar el dolor que inevitablemente has sufrido, en mayor medida por su ocultación. Lo hecho, hecho está — suspiró—. A partir de ahora, necesito que recapacites sobre la relación que mantienes con él y comprendas que lo mejor para todos es que os mantengáis separados. Ya no vivirá en casa, será más sencillo, y podréis sanar poco a poco, dentro de lo que cabe.

— ¿Adónde pretendes llegar?

— No necesito que me digas que sigues enamorada de él, es obvio para cualquiera que se digne a mirar. Lo que presencié, lo que todos presenciamos, vuestra reyerta en las cuadras, solo reiteró lo que siempre he sabido, al igual que lo sabía tu hermana. Estás enamorada de Namid, Catherine —me miró fijamente—. No seré yo quien te juzgue por ello, eres libre de amar a quien desees, pero tampoco soy yo el que redacta las convenciones que impiden vuestra unión. Sin aun así decides esperarlo, acepta las consecuencias. Él... —dudó—. Él está enamorado de ti, pero...

— No me mientas, tú no.

— Sería más cómodo para mí mentirte — sentenció—. Decirte que le eres indiferente. Así podrías olvidarlo por la rutina del amor no correspondido y no tendría que preocuparme por tu futuro como lo hago ahora. No te estoy mintiendo, Catherine. Él no se ha sincerado en ese aspecto conmigo, pero te aseguro que sé reconocer el amor cuando lo veo, sobre todo porque lo he experimentado. Si te es más sencillo seguir adelante creyendo que no te ama, adelante, te respetaré, mas no es la verdad.

— Él...

— Sí, él está comprometido con otra mujer. Jurasteis un compromiso eterno, ¿verdad? Sin palabras, prometisteis que jamás os entregaríais a otra persona — me acarició la mejilla y luché por reprimir el llanto —. Y él ha roto ese juramento, ¿no es cierto? — asentí, rompiendo a llorar —. Es difícil confiar en que una persona nos ama si decide casarse con otra —meditabundo, me abrazó—. Cuando te asalten esos pensamientos, recuerda a Vittoria. Existen decisiones en la vida, la gran mayoría de ellas, que no están en nuestra mano tomarlas, nos vemos forzados a ellas. Fuisteis demasiado ingenuos, eráis jóvenes e inexpertos, queríais creer en un mundo diferente, en un lugar donde poder estar juntos, pero eso es tan bello, Catherine. Esa es la débil fe que mantiene unidos a los seres humanos... Debéis sentiros orgullosos de haberla albergado. Yo no elegí que Jeanne muriera —aprecié el temblor de su voz—. Ella era mi vida, la luz que iluminaba mis días. Ante dios, prometimos que estaríamos juntos siempre, hasta que la muerte nos separara. La muerte nos separó demasiado pronto, ¿verdad? —sonrió con resignación—. Y solo pude aceptarlo. Aceptarlo o irme con ella. Jeanne no hubiera querido que me rindiera, a pesar de que me dejara desamparado y perdido — suspiró y tomó una pausa —. Namid no ha elegido romper vuestra promesa: no ha tenido otra alternativa. Reflexiona en lo desesperado que debe de estar para subir al barco de un lunático y desposarse con otra mujer, a la que evidentemente nunca querrá. Y a pesar de todo, escogió no salir por esa puerta y cuidarte hasta la extenuación. Dime, ¿tú no hubieras vendido tu alma al mismísimo diablo para resucitar a Jeanne? — "sí", respondió mi mente sin dudar —. Él ha vendido la suya para resucitar a su pueblo. 

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora