Capítulo 5

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Al día siguiente, cuando llego a la oficina y entro en el despacho de mi jefa para buscar unos archivos, suspiro al recordar lo ocurrido allí el día antes. Casi no he dormido. Mi mente no ha parado de pensar en el señor Bieber y en lo sucedido entre nosotros. La noche anterior, cuando llegué a casa, vi en diferido el partido Canadá-Italia. ¡Vaya partidazo de Italia! Estoy deseando refregarle por la cara a ese listillo la eliminación de su país.

Miguel aparece y nos vamos juntos a desayunar. Allí se nos unen Paco y Raúl y charlamos divertidos, mientras yo observo la puerta de la entrada a la espera de que Justin, el jefazo, el hombre que me invitó a cenar y me puso como una moto, aparezca. Pero no lo hace. Eso me desilusiona, así que, en cuanto acabamos de desayunar, regresamos a nuestros puestos de trabajo.

Al llegar al despacho, Miguel se marcha a administración. Tiene que solucionar algo que el señor Bieber le pidió el día anterior.

Dispuesta a enfrentarme a un nuevo día, enciendo mi ordenador cuando suena mi teléfono. Es de recepción para indicarme que un joven con un ramo de flores pregunta por mí. ¡¿Flores?! Nerviosa, me levanto de mi silla. Nunca nadie me ha mandado flores y tengo clarísimo de quién son: Bieber.

Con el corazón latiendo a mil por hora veo que se abren las puertas del ascensor y un joven con una gorra roja y un precioso ramo mira la numeración de los despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy mirando, aprieta el paso.

—¿Es usted la señorita Flores?—pregunta al llegar frente a mí.

Quiero gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss…!».

El ramo es espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas!

El joven de la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende el ramo y dice:

—Firme aquí y, por favor, entréguele este ramo a la señora Mónica Sánchez.

La mandíbula se me cae al suelo.

¿¡Es para mi jefa!?

Mi gozo en un pozo. Mis breves segundos de felicidad por creerme alguien especial se han borrado de un plumazo. Pero sin querer dar a entender mi decepción cojo el ramo, lo miro y casi lloro. Hubiera sido tan bonito que hubiera sido para mí…

Dejo el ramo sobre mi mesa y firmo el papel que el chico me tiende. Una vez se va el mensajero, llevo las preciosas flores hasta el despacho de mi jefa. Las dejo encima de su mesa y me doy la vuelta para marcharme. Pero entonces siento que me puede la curiosidad, así que me giro, busco entre las flores la tarjeta. La abro y leo: «Mónica, la próxima vez, ¿repetimos? Justin Bieber».

Leer eso me pone furiosa. ¿Cómo que «repetimos»?

¡Por Dios! Pero si parece el anuncio de las Natillas: «¿Repetimos?».

Rápidamente dejo la notita en su sitio y salgo del despacho. Mi humor ahora es negro. Espero que nadie me tosa en las próximas horas o lo va a pagar muy caro. Me conozco y soy una mala arpía cuando me enfado.

Sin poder quitarme ese «¿Repetimos?» de la cabeza, comienzo a teclear un informe en mi ordenador, cuando aparece mi jefa.

—Buenos días, ________. Pasa a mi despacho —me dice, sin mirarme.

¡No! Ahora no. Pero me levanto y la sigo.

Cuando entro y cierro la puerta ella ve el ramo de flores. Lo coge. Saca la tarjeta y la veo sonreír. ¡Será imbécil! Me pica el cuello. Jodido sarpullido.

—He hablado con Roberto, de personal —me dice.

¡Ay, madre! ¿Me va a despedir?

—Va a haber cambios en la empresa. Ayer tuve una reunión muy interesante con el señor Bieber y van a cambiar algunas cosas en muchas de las delegaciones españolas.

ρí∂ємє ℓσ qυє qυιєяαѕ-|нσт|JustinBieber&TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora