2Tem. Capitulo 8

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En Alemania ha caído una gran nevada y hace un frío de mil demonios. Al llegar nos espera un coche oscuro. Justin saluda al chófer y, tras presentármelo y saber que se llama Norbert, nos montamos en el vehículo.

Observo las calles nevadas y vacías mientras Justin habla por teléfono con su madre y promete ir a su casa mañana. Nadie juega con la nieve ni pasea de la mano. Cuando el coche, media hora después, se para ante una gran verja de color acero intuyo que ya hemos llegado. La verja se abre y veo junto a ella una pequeña casita. Justin me indica que ésa es la vivienda del matrimonio que trabaja en su casa. El coche continúa a través de un bonito y helado jardín. Pestañeo alucinada al contemplar el precioso y enorme caserón que aparece ante mí. Cuando el coche se para, Justin me ayuda a bajar y, al ver cómo miro a mi alrededor, dice:

—Bienvenida a casa.

Su voz, su gesto y cómo me mira hacen que se me ponga toda la carne de gallina. Me agarra de la mano con decisión y tira de mí. Lo sigo y, cuando una mujer de unos cincuenta años nos abre la puerta rápidamente, Justin la saluda y me la presenta:

—______, ella es Simona. Se ocupa de la casa junto con su marido.

La mujer sonríe, y yo hago lo mismo. Entramos en el enorme vestíbulo cuando llega hasta nosotros el hombre que nos ha recogido en el aeropuerto.

—Norbert es su marido —señala Justin.

Ni corta ni perezosa, les planto dos besazos en la cara que los dejan trastocados y digo en mi perfecto alemán:

—Estoy encantada de conoceros.

El matrimonio, alucinado por mi efusividad, intercambia una mirada.

—Lo mismo decimos, señorita.

Justin sonríe.

—Simona, Norbert, márchense a descansar. Es tarde.

—Subiremos antes el equipaje a su habitación, señor —indica Norbert.

Una vez que se marchan con nuestro equipaje, Justin me dedica una mirada burlona y cuchichea:

—En Alemania no somos tan besucones y los ha sorprendido.

—¡Vaya!, lo siento.

Con una candorosa sonrisa, clava sus bonitos ojos en mí y murmura mientras me toca el óvalo de la cara con delicadeza:

—No pasa nada, ____(tuapodo). Estoy seguro de que tu manera de ser les va a gustar tanto como a mí.

Muevo la cabeza a modo de aprobación y doy un paso atrás para alejarme de él, o no respondo de mis actos.

Miro a mi alrededor en busca de una salida, y al ver la escalera doble por la que el matrimonio ha subido, susurro mientras él me coge de la mano:

—Impresionante.

—¿Te gusta? —pregunta, inquieto.

—¡Dios, Justin...! ¿Cómo no me va a gustar? Pero..., pero si esto es alucinante. Enorme. Precioso.

—Ven, te enseñaré la casa —dice sin soltarme de la mano—. Estamos solos, a excepción de Simona y Norbert, pero ya se van. Flyn está en la casa de mi madre. Mañana lo recogeremos.

Me gusta el tacto de su mano, y sentir su felicidad rompe poco a poco la coraza de frialdad que hay en mi corazón. Entramos en un maravilloso salón donde una gran y señorial chimenea encendida invita a calentarse frente a un sillón color chocolate. Me fijo en todo. Muebles oscuros y sobriedad. Es una casa de hombres. Ni una foto. Ni un detalle femenino. Nada.

ρí∂ємє ℓσ qυє qυιєяαѕ-|нσт|JustinBieber&TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora