Capitulo 60/Finales

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¡¡Penúltimo capitulo!!

A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola y desnuda en la enorme cama.

Miro el traje que llevaba Justin la noche anterior tirado de mala manera en una silla y mi vestido no muy lejos. Sonrío y suspiro. Durante un rato hago un repaso mental de mis últimos meses con él y siento que estoy en una montaña rusa que me gusta y que no quiero que ese viaje acabe nunca.

Mi móvil suena. Un mensaje. Es mi padre para decirme que se va para Jerez. Lo llamo para despedirme de él y sonrío al recordar su felicidad la noche anterior. Justin y él hacen muy buenas migas y eso para mí es muy importante. Quedamos en vernos en Navidad. Entonces me despediré de él y luego volaré junto a mi amor a Alemania.

Tras hablar con él, dejo el móvil sobre la mesilla. Cuando mis ojos ven el bote de lubricante encima de ésta, se cierran. Todavía no me puedo creer que yo haga las cosas que hago. En la vida me hubiera imaginado practicando con ningún otro hombre el sexo lujurioso que practico con Justin. Cada vez entiendo más lo que un día Justin me explicó sobre el morbo. El morbo te hace llegar a límites insospechados. ¡Vaya que sí! Que me lo digan a mí.

En los últimos meses he practicado sexo en toda la extensión de la palabra y Justin me ha compartido con hombres y mujeres. Pensarlo me hace sonreír y desear más. Si alguien me hubiera dicho un año antes que yo haría todo eso, hubiera pensado que se le había ido la cabeza. Pero no. Allí estoy, desnuda en la cama de Justin dispuesta a cumplir mis fantasías y las suyas.
Me levanto y, al sentarme en la cama, arrugo el entrecejo al notar que me duele el culo. Con cuidado, me levanto y me siento extraña al caminar. Voy directa a la ducha y, cuando salgo de ella, Justin está sentado sobre la cama. Ha puesto música y, al verme, sonríe.
—¿Qué te pasa?
—Me duele el culo.
Su gesto se contrae y murmura:
—Cariño… te dije que no fueras tan bruta.
—Dios, Justin… creo que me voy a tener que sentar sobre un flotador.
Justin se ríe, pero en seguida ve que yo lo miro con el gesto serio.
—Perdón… perdón.
Con cuidado, me siento sobre la cama y, antes de que él diga nada, levanto un dedo y aclaro:
—No quiero ni una sola coña al respecto, ¿entendido?
—Entendido —asiente.

De pronto, suena una canción que hace que los dos nos riamos. Justin me tumba en la cama y divertido comenta:

—Como dice la canción, me muero por besarte.
Me besa. Acepto su beso. Lo disfruto y cuando su mano baja por mi cintura, suena el teléfono. Justin me suelta y lo coge. Tras hablar cuelga y dice:
—Era mi madre. Nos espera a las doce y media en el restaurante del hotel.
—¿Para comer?
—Sí.
—Este horario guiri vuestro me mata —resoplo—. Yo más bien desayunaría.
Justin sonríe y replica:
—Lo sé cariño, pero regresa a Múnich esta tarde y quiere comer con nosotros.
—Vale —asiento—. Tienes un ibuprofeno o algo así.
—Sí… en el neceser.
Justin va a buscarlo, pero se para y dice mientras contiene la risa:
—Tranquila, cariño, las sillas del restaurante son blanditas.

Aquella coña me hace resoplar. Me vuelvo con ganas de decirle cuatro cositas pero, al ver sus ojos risueños, me detengo y sonrío. Su felicidad es mi felicidad, mientras la canción que me hace morirme por besarlo continúa sonando.

Dolorida, me levanto, abro el armario. Allí tengo un vaquero y una camisa rosa, pero al no encontrar lo que busco me quejo desesperada:

—Joder, ¡no tengo ni unas puñeteras bragas!
—No digas tacos (grocerias), cariño —me reprende Justin abrazándome.
—Lo siento pero los tengo que decir. Me rompes todas las bragas, todos los tangas, mis provisiones están bajo mínimos y ahora no tengo un puñetero tanga que ponerme. Y claro… no pensarás que voy a ir a comer con tu madre sin bragas, ¿verdad?
Divertido sonríe, me entrega el ibuprofeno y contesta:
—Ella no lo sabrá. ¿Dónde está el problema?
Cojo un bóxer limpio de Calvin Klein y me lo pongo. Sorprendido Justin me mira.
—¡Vaya! Hasta con calzoncillos me pones, cuchufleta. Ven aquí.
—Ni lo pienses.
—Ven aquí.
—Que no… que tu madre nos espera para comer.
—Vamos, nena, ¡nos da tiempo!

En ese instante suena el portátil de Justin. Ha recibido un mensaje. Se lo advierto, pero él ya tiene muy claro lo que quiere. Y lo que quiere soy yo.

Corro por la habitación, me subo a la cama y él me engancha. Me tira en ella y yo me río escandalosamente. Me besa con deleite mientras ríe y me quita los boxers. Se desabrocha el pantalón y, sin quitarse los calzoncillos, me penetra y yo me acoplo a él. Nos miramos a los ojos y, mientras bombea una y otra vez en mi interior, me susurra cientos de palabras cariñosas en mi oído que me vuelven loca.

Tras nuestro rápido encuentro, nos vestimos. Vuelvo a ponerme el boxer, los vaqueros y la camisa rosa entre risas y besuqueos. Cuando cojo mi móvil, oigo de nuevo el timbre de los mensajes de su portátil. Tras darme un sabroso beso en los labios, se dirige hacia él y la sonrisa que segundos antes me llenaba el alma poco a poco desaparece hasta que aflora la máscara de Iceman en su versión más siniestra. Sus ojos se vuelven oscuros. Maldice. Veo que mueve el ratón del ordenador. Me mira y, con la tensión en la mandíbula, gruñe.

—Nunca esperé esto de ti.

Cierra con fuerza la pantalla del ordenador y sale del dormitorio furioso. Sin dilación me acerco al ordenador, abro la pantalla y leo un mensaje:


De: Rebeca Hernández
Fecha: 8 de diciembre de 2012 08.24
Para: Justin Bieber
Asunto: Tu novia
Me encanta saber que seguimos compartiendo los mismos gustos.
Te adjunto unas fotografías. Sé que te gusta mirar. Disfrútalas.

Horrorizada, abro las fotos adjuntas y me quedo sin habla al ver lo que allí se muestra. Son fotos mías con Rebeca tomándonos una copa y riendo. No salen Marisa ni Lorena. ¿Dónde están? Abro otro archivo y grito. En ella se ve cómo Rebeca me toca los pechos y estoy desnuda. En otra foto yo estoy de pie y ella agachada frente a mi monte de Venus con sus manos entre mis piernas. El aire me falta… no entiendo. ¿Cómo nos han hecho esas fotos? Y, sobre todo, ¿cómo han podido llegar esas fotos hasta Justin?
Tiemblo. No sé por qué Rebeca ha tenido que enviar esas fotos y salgo en busca de Justin. Lo encuentro en el salón de la suite congestionado y dando vueltas como un loco. Con las manos temblorosas me acerco hasta él. Suelto mi móvil sobre la mesa y no sé qué decir. No sé cómo justificar esas fotos.

—¿Me puedes decir qué significa eso? —grita descompuesto.
—No… no lo sé. Yo…
Enloquecido, me mira y grita:
—Por el amor de Dios, ______. ¿Qué narices haces con Betta?
—¡¿Betta?!
—No te hagas la inocente —gruñe descompuesto—. Sabes perfectamente que Betta es Rebeca.

Escuchar aquel nombre me termina de paralizar. ¿Betta es Rebeca? ¿La mujer que engañó a Justin con su padre, es la misma con la que yo salgo en las fotos? Las piernas me tiemblan y me tengo que sentar. Busco una explicación para todo aquello. Estoy totalmente convencida de que me han engañado con el claro objetivo de hacer daño a nuestra relación.

— Justin… escucha.
Furioso se acerca a mí y sin tocarme berrea en mi cara:
—¿Desde cuándo la conoces?
— Justin no digas tonterías. Yo no sé quién es esa mujer. Ella y…
—No te creo —grita—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo?

Nerviosa, me levanto del sillón e intento acercarme a él, pero Justin está fuera de sí y no para de moverse y gritar por la habitación. Es tan grande que intentar pararlo es como chocarse contra un tren a gran velocidad

—Por favor, Justin, escúchame. Ya sé que parece otra cosa, pero te juro que yo no sabía que esa mujer era Betta, y mucho menos hice nada de lo que parece que hago en las fotos. Por Dios, tienes que creerme…

Mi móvil suena. Está sobre la mesa.

Justin lo mira y yo también. De pronto mi respiración se interrumpe cuando veo que en la pantalla pone «Rebeca». Justin, furioso, lo coge y tras comprobar que es ella y cruzar unas palabras más que desagradables con su ex, lo estrella contra el suelo. Cierra los ojos. Su gesto se contrae durante unos segundos. Su gesto es asolador. Temerario. Cuando abre los ojos, me mira durante unos instantes y después dice alto y claro:

—El juego se ha acabado, señorita Flores. Recoja sus cosas y márchese.
El estómago se me contrae. Casi no puedo respirar.
— Justin… cariño, tienes que escucharme. Esto es un error yo…
—Un error imperdonable y tú lo sabes tan bien como yo. ¡Vete!
— Justin, ¡no!…
Con un desprecio total en su rostro me mira y dice:
—Primero Marisa, ahora Betta. ¿Qué más me ocultas?
—Nada… si me dejas yo…
—Ibas a vivir conmigo a Alemania, ¿pensabas continuar con la mentira?
—Dios, Justin, ¡¿me quieres escuchar y…?!
—¿Sabes? —me interrumpe—. Mujeres como tú, tengo todas las que quiero.
Regresó el Justin prepotente.
—¿No me digas? ¿Mujeres como yo? —grito malhumorada.
—Sí. Mentirosas. Mentirosas sin escrúpulos dispuestas a hacer daño a quien sea con tal de salirse con un fin poco claro —responde—. Mi fallo fue creer que tú eras especial.
—No digas tonterías, Justin, y escúchame, que me estoy agobiando.
Con gesto cínico, el hombre que amo me mira y sonríe.

—Si te agobias porque crees que Björn o cualquiera de los hombres o mujeres a los que te he ofrecido no te van a llamar, tranquila. Les proporcionaré tu teléfono. Estoy seguro de que ellos me lo agradecerán.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes ser tan cruel? —Me mira con un gesto duro, y yo grito descompuesta—: ¡Ni se te ocurra darle mi teléfono a nadie!
Me mira desafiante, con los ojos entornados.
—Tienes razón, ¿para qué? Tú solita te las apañas muy bien.
Sin cambiar su duro gesto se da la vuelta y abre la puerta de la suite.
—Cuando regrese de comer con mi madre, no quiero que estés aquí.

No quiero que se marche. No quiero que lo nuestro acabe. Intento retenerlo por todos los medios pero, al final, grito.

—Si te marchas sin hablar conmigo, sin darme la oportunidad de explicarme, asume las consecuencias.
Mi grito lo detiene, se da la vuelta y me mira.
—¿Consecuencias? ¿Te parece poca consecuencia saber que mi supuesta novia y mi ex son algo más que amiguitas?
—¡Eso es mentira!
—Mentira o no, las fotos hablan por sí solas.

Sin darme tiempo a decir o hacer nada más, se va y cierra la puerta. Dolorida y sin respiración, observo cómo el hombre al que amo y adoro me echa de su lado sin querer escucharme. Quiero correr hacia él pero sé que no voy conseguir nada. Si algo sé de Justin es que cuando se enfada así, no razona. Es peor que yo.

Me siento en el sofá. Estoy tan bloqueada que no sé ni qué hacer.

Lloro y me desespero ¿Por qué no me quiere creer? ¿Por qué no me escucha? Mil preguntas sin respuesta dan vueltas por mi cabeza, mientras intento buscar una salida, una solución. Cuando consigo parar de llorar, me levanto y voy hasta el dormitorio. Ver la cama revuelta me angustia y me tiro sobre ella. El olor a Justin, a sexo y a los buenos momentos vividos horas antes me hacen maldecir furiosa.

Miro la pantalla del ordenador y observo, fría, la foto de la ahora conocida Betta junto a mí. ¿Cómo he podido ser tan tonta?

Me levanto, cojo un bolígrafo de la mesa y, con toda la sangre fría que puedo, me apunto su dirección de correo electrónico. Esa mujer me las va a pagar. Meto el papel en el vaquero. Miro a mi alrededor y guardo el vestido de la noche anterior en mi bolso y, sin más, salgo de la habitación, pero al pasar por el salón veo mi móvil hecho trizas en el suelo. Me acerco a él, recojo los pedazos y, con los ojos cargados de lágrimas, salgo de la suite, cierro la puerta y, con la poca dignidad que me queda, me marcho del hotel.

ρí∂ємє ℓσ qυє qυιєяαѕ-|нσт|JustinBieber&TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora