Capitulo 13

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El domingo estoy agotada.
Quiero olvidarme de Justin pero todavía me duelen los músculos de mi vagina por sus gloriosas embestidas y eso me recuerda continuamente lo ocurrido el día anterior. Me parece horrible. Aún no he asumido que una mujer jugara con mi sexo ante él.
A las once y cuarto me levanto de la cama y lo primero que hago es hablar con mi padre. Lo hago todos los domingos por la mañana. Además, hoy es la final de la Eurocopa de fútbol y me imagino que estará como loco. Si a alguien le gusta el deporte, ése es mi padre. El teléfono da dos pitidos y oigo:
—Hola, morenita.
—Hola, papá.
Tras hablar durante diez minutos sobre Curro y la Eurocopa, mi padre cambia el tema de conversación.
—¿Estás bien, mi vida? Te noto apagada.
—Estoy bien, papá. Es sólo que estoy cansada.
—Morenita —intenta alegrarme—, te quedan dos semanas para coger las vacaciones, ¿verdad?
Tiene razón. Mis vacaciones comienzan el 15 de julio y el hecho de recordarlo me hace alegrarme.
—Exacto, papá. Pero es que las veo tan cerca que no puedo evitar impacientarme.
Lo oigo sonreír. Eso me hace feliz. Papá lo pasó mal cuando mamá murió hace dos años y sentir que está bien me reconforta.
—¿Vas a venir unos días a casa? Ya sabes que aquí en el pueblo hace calor, pero puse la piscina para que vosotras la disfrutéis cuando vengáis.
—Por supuesto, papá. Eso no lo dudes.
—Ah… el otro día el Lucena, el Bicharrón y yo fuimos a hacer la inscripción para lo de Puerto Real. Los vas a machacar.
Al pensar en ello, me animo. A mi padre y a sus dos amigos del alma les encanta que todos los años vayamos a ese evento y ni quiero, ni puedo negárselo. Es algo que hacemos desde que era una niña. Se pasan todo el año hablando de ello y, en cuanto me ven llegar a Jerez en verano, la adrenalina les sube por las venas.
—Perfecto, papá. Allí estaremos.
—Por cierto, ayer hablé con tu hermana.
—¡¿Y?!
—No sé, hija. La noté muy desanimada. ¿Tú sabes qué le pasa?
Con fingido disimulo respondo:
—Que yo sepa nada, papá. Ya sabes cómo es de histérica para todo —e intentando desviar el tema de conversación digo—: ¿Adónde vas a ver hoy el partido?
—En casa. ¿Y tú?
—He quedado con Azu y unos amigos en un bar. —Sonrío al pensarlo.
—¿Algún amigo especial, morenita?
—No, papá. Ninguno.
—Ojú, hija, me alegra saberlo. Porque otro novio como ese que tuviste con un pendiente en la nariz y otro en la ceja me repugnaría.
—Papáaaaaaaaaaaa… —digo, mientras me río a carcajadas.
Recordar cómo miraba a Lolo, un ex, cuando lo conoció todavía me resulta divertido. Mi padre es muy tradicional para muchas cosas y más para los novios. Consigo cambiar de tema y finalmente regresamos al fútbol.
—Pues yo, hija, he organizado una barbacoa en el patio trasero. Como imaginarás, vendrán los amigos de siempre y nos hincharemos a gritar. Por cierto, hace un par de días el Bicharrón me dijo que Fernando llegará dentro de poco a Jerez. ¡Ah!, y creo que hoy está por los Madriles y te visitará.
¡Ya empezamos con Fernando!
Mi padre y el Bicharrón llevan toda la vida intentando que Fernando y yo
seamos novios formales. Fernando me desvirgó cuando yo tenía dieciocho años. Fue mi primera relación con un hombre y, siempre que lo recuerdo, me hace sonreír. Qué nerviosa estaba y qué atento fue él. Es dulce y pausado en la cama y, aunque con él lo paso bien, he estado con otros hombres que me han hecho vibrar más.
Tras hablar un rato sobre Fernando, su maravilloso trabajo de policía en Valencia y lo excelente chico que es, cambio de tema y regreso al fútbol. Mi padre se emociona con ese tema y yo disfruto. Imaginar a mi padre y a los amigos de toda la vida cantando divertidos eso de «Yo soy… español… español… español» me encanta.
Cinco minutos después, me despido de él y cuelgo el teléfono. Miro a Curro, que está tumbado en el suelo, y lo subo al sofá. Respira con dificultad y eso me encoge el corazón. Hace dos meses, el veterinario me dijo que su vida se estaba apagando y que, cada día que pasa, va a más. Está viejito y, a pesar de la medicación, poco más se puede hacer por él salvo mimarlo y quererlo mucho.
Suena mi móvil. Un mensaje. ¡Fernando!
«Estoy en Madrid. ¿Paso a buscarte y vemos el partido juntos?»
Le mando un «¡De acuerdo!» y me tiro en el sillón.
Sobre las dos y media de la tarde decido calentarme en el microondas un vasito de arroz blanco y unas salchichas. No me apetece cocinar. No estoy de humor. Después de comer, me tumbo en el sillón y en seguida viene a visitarme Morfeo, hasta que el sonido de mi móvil me despierta. Mi hermana.
—Hola, cuchufleta, ¿qué haces?
Me desperezo y contesto:
—Durmiendo, hasta que tú me has despertado.
—¿Saliste ayer de juerga?
Al pensar en el día anterior, asiento.
—Sí. Se puede decir que sí.
—¿Con quién?
—Con alguien que tú no conoces.
—¿Algo serio? —curiosea.
Al escuchar aquello sonrío.
—No. Nada importante —respondo, moviendo la cabeza.
Durante media hora me tiene al teléfono. Qué pesadita es Raquel. No pasan dos días sin que hablemos. Yo soy más despegada. Menos mal que ella siempre hace por verme, porque si fuera por mí, ya la habría perdido como hermana. Como siempre, su conversación se centra en su desastrosa vida marital. Cuando por fin cuelgo Curro sigue en el sillón. No se ha movido. Me acerco a él y veo que sus ojos me miran. Le beso la cabecita y me entran ganas de llorar. Pero, tras tragarme las lágrimas, le digo cosas cariñosas y después me levanto a por una Coca-Cola. La necesito.
Cuando regreso al salón cojo el portátil, lo enciendo y me conecto a Facebook. En seguida coincido con alguno de mis amigos virtuales y nos echamos unas risas. El correo me parpadea y decido mirarlo. Quince mensajes. Varios son de amigas y amigos proponiéndome viajes para el verano finalmente; veo una dirección que me deja atónita. Es Justin.
¿Cómo ha encontrado mi correo privado?
De: Justin Bieber
Fecha: 1 de julio de 2012 04.23
Para: _______ Flores
Asunto: Confirmación de proposición
Querida señorita Flores:
Siento mucho si le desagradó mi compañía hace unas horas y todo lo que ello implica. Pero debemos ser profesionales, así que recuerde, necesito una respuesta en referencia a la proposición que le hice.
Atentamente,
Justin Bieber
Boquiabierta, vuelvo a leer el mensaje. ¡Tendrá morro este tío…!
Estoy por dar al «Delete» y borrar definitivamente el mensaje. Pero mi impulsividad me hace responder:
De: _______Flores
Fecha: 1 de julio de 2012 16.30
Para: Justin Bieber
Asunto: Re: Confirmación de proposición
Querido señor Bieber:
Como usted dice, seamos profesionales. Mi respuesta a su proposición es NO.
Atentamente,
_______ Flores

Envío el mensaje y un extraño regocijo se apodera de mí.
¡Olé por mí!
Pero dos segundos después, ese regocijo desaparece para dar paso a un dolor de estómago cuando veo que su respuesta llega de inmediato.

De: Justin Bieber
Fecha: 1 de julio de 2012 16.31
Para: _______ Flores
Asunto: Sea profesional y piense en ello.
Querida _______ Flores:
En ocasiones, las precipitaciones no son buenas. Piénselo. Mi oferta seguirá en pie hasta el martes. Espero que disfrute del domingo y su selección gane la Eurocopa.
Atentamente,
Justin Bieber
Miro la pantalla, bloqueada.

¿Por qué no puede aceptar mi respuesta?
Estoy tentada de escribirle un e-mail poniéndolo a caer de un burro, pero me niego. Dar más explicaciones a alguien para quien soy sólo sexo no merece la pena.
Enfadada, cierro el portátil y decido poner una lavadora.
Al sacar la ropa sucia del cesto me encuentro con las bragas rotas que Justin me arrancó. Cierro los ojos y suspiro. Recordar lo que hicimos en mi habitación me pone cardíaca.
Abro los ojos, me levanto y camino hacia mi dormitorio. Rodeo la cama y abro el
cajón. Ante mí se encuentran los regalos que él me hizo: los vibradores. Los miro durante unos segundos y cierro el cajón con fuerza. Regreso hasta la lavadora. La abro y comienzo a meter la ropa. Echo el detergente, el suavizante y la programo.
La lavadora comienza a funcionar y diez minutos después sigo mirando cómo el tambor de la ropa da vueltas tan rápidamente como mi cabeza. Mi respiración se acelera y grito de frustración:
—Te odio, Justin Bieber.
Mis pies se dan la vuelta y me dirijo de nuevo hasta mi habitación. Vuelvo a abrir el cajón y me quedo mirando el vibrador con mando a distancia que él usó conmigo.
Mi entrepierna me pide a gritos jugar.
¡Me niego!
Hasta yo misma utilizo la palabra «jugar». Finalmente e incapaz de quitarme a Justin de la cabeza y menos de mi entrepierna, me deshago de los pantalones, las bragas y me siento en la cama con el vibrador en la mano.
Toco la ruleta, lo pongo al 1 y la vibración comienza.
Después al 2, al 3, al 4 y el máximo es el 5.
Muevo el vibrador en mi mano mientras mi vagina y, en especial, mi clítoris gritan porque sea allí donde lo mueva. Me tumbo en la cama. Apago el vibrador y lo paseo por mis labios vaginales. Me sorprendo de lo húmeda que estoy. ¡Justin!
El pequeño vibrador se resbala por mis labios. Estoy húmeda y abierta. Lista para recibirlo. Lo pongo al 1. La vibración comienza y cierro los ojos. Subo la potencia al 2. Con mis dedos me abro los labios vaginales y dejo que me masajee la zona que está junto al clítoris. Un calor irresistible se apodera de mí y comienzo a jadear. Retiro el vibrador y junto las rodillas. Fuego. Pero quiero más. ¡Justin!
Separo de nuevo las piernas. Enciendo el vibrador al 3 y lo pongo sobre la zona donde el placer quería explotar. Pienso en Justin. En sus ojos. En su boca. En cómo me toca. Vuelvo a cerrar los ojos y pienso en el vídeo que vi. Me excita recordar su cara, su gesto, mientras aquella mujer me poseía. Volver a pensar en lo que sentí la tarde anterior me acelera la respiración. Aquello ha sido lo más morboso que me ha ocurrido en la vida. Yo, abierta de piernas en una cama, mientras una desconocida tomaba de mí lo que quería, yo se lo ofrecía y él miraba. ¡Justin!
Estoy caliente. Muy caliente. Pongo el vibrador al 4. El calor se hace insoportable. El ansia viva por correrme comienza a aflorar en mi interior. El ardor me sube a la cara mientras siento que voy a explotar y mi cabeza imagina todo tipo de juegos con él. ¡Justin!
Me arqueo en la cama. El clímax me llega mientras oigo mis propios ronroneos. Combustión. Jadeo aliviada y me convulsiono sobre la cama. Abro los ojos, mientras el acaloramiento se apodera de mí, y siento cómo el pequeño vibrador empapa mis dedos. Cierro las piernas con fuerza y me dejo llevar por el momento. Mientras, siento miles de sensaciones nuevas y todas maravillosas. Calor. Excitación. Fervor. Entusiasmo. Sólo falta ¡Justin!
Cinco minutos después y con la respiración normalizada, me siento en la cama. Miro con curiosidad aquel aparatito y sonrío. Aunque nunca se lo diré, he pensado en él. En ¡Justin!
A las siete y media, Fernando llega a mi casa. Como siempre está feliz y sonriente. Me da un piquito en los labios y yo me dejo. Es un amor. A las ocho llegamos al bareto donde he quedado con mis amigos para ver la final España-Italia. Tenemos que ganar. La juerga nos rodea y comienzo a cantar y a divertirme como una loca con mi bandera de la selección española colgada a mi cuello y los colores rojo-amarillo-rojo pintados en mi cara.
Aparece Nacho, un amigo tatuador. Es mi confidente. Tenemos una amistad muy especial y nos lo contamos todo. Cuando ve a Fernando se ríe. Sabe la relación que tengo con él y le hace gracia. No entiende cómo éste sigue detrás de mí tras todos los desplantes que le hago.
A las nueve menos cuarto, el partido da comienzo. Estamos nerviosos. Nos jugamos el Mundial. ¡Vamos España!
¡¡¡No hay dos sin tres!!!
En el minuto 14, Silva mete un golazo que nos hace saltar de emoción. Fernando me abraza y yo lo abrazo. Estamos felices. El ataque de Italia se endurece pero Jordi Alba, en el minuto 41, mete otro golazo que nos hace volver a gritar como descosidos. Fernando me besa en el cuello y yo, feliz, se lo permito. Llega el descanso y Fernando ya me tiene sujeta por la cintura.
El segundo tiempo comienza y yo grito que saquen a Torres.
¡Que saquen al Niño!
Y cuando veo que calienta y que el entrenador Del Bosque le dice que salga, grito, aplaudo y salto encantada. Fernando aprovecha la situación y me sienta entre sus piernas. Yo me dejo. Pero mi gozo se completa cuando en el minuto 84, Torres, ¡mi Torres!, mete el tercer gol.
¡Bien! ¡Bien…!
Fernando, al verme tan entregada a la causa, me aúpa entre sus brazos y, de la felicidad, me planta un besazo de campeonato. Después me suelta y, cuando, en el minuto 88, Mata mete un golazo tras un pedazo de pase de mi Torres, creo morir, pero ¡de gusto! Y esta vez soy yo la que se lanza a sus brazos y lo besa con furia española.
Cuando el partido termina, mis amigos y yo lo celebramos a lo grande. Fernando no se separa y, en un momento de calentón, nos metemos en el baño de caballeros. Durante unos minutos dejo que me bese y que me toque. Lo necesito. Sus manos recorren mi cuerpo y ¡Dios! ¡No me puedo quitar a mi jefe de la cabeza! De pronto, Fernando no existe. Sólo ¡Justin!
Necesito que sea posesivo y desafiante, pero Fernando es de todo menos eso. Al final, consigo sacarlo del baño sin haber culminado. Está cabreado, pero ni siquiera así me pone. Cuando me invita a ir a su hotel y me niego, se marcha y, sinceramente, yo me quedo la mar de feliz. Cuando llego a mi casa sobre las tres de la mañana y me meto en la cama sonrío al pensar que somos ¡campeones!
Me niego a pensar en nada más.

ρí∂ємє ℓσ qυє qυιєяαѕ-|нσт|JustinBieber&TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora