Capitulo 34

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Al día siguiente, en la maravillosa villa y tras una noche plagada de morbo y pasión entre nosotros, Justin y yo tomamos el sol desnudos mientras planeamos una escapada a Zahara de los Atunes. No hemos vuelto a mencionar a Fernando. Ninguno quiere hablar de él. Me besa el tatuaje. Le ha encantado. Cada vez que me hace el amor, me mira con lujuria y me dice: «¡Pídeme lo que quieras!». Me vuelve loca. Totalmente majareta.

Justin me ha propuesto ir a casa de unos amigos suyos en Zahara y a mí me parece bien. Podemos disfrutar de unos días con ellos y luego regresar a la villa, que, por cierto, me encanta. Es una preciosidad.

Por la noche, cuando me lleva de regreso a la casa de mi padre, me lo encuentro sentado en el patio trasero sobre el balancín y voy a saludarlo.
—Este hombre te conviene, morenita.
—¿Ah… sí? ¿Por qué? —pregunto divertida mientras me siento en el balancín con él.
—Es un hombre que se viste por los pies. ¿Cuántos años tiene?
—Treinta y uno.
—Buena edad en un hombre.
Eso me hace sonreír y continúa:
—Te mira de la misma forma que yo miraba a tu madre y eso me gusta. Y mira lo que te digo, hasta hace poco pensaba que Fernando era el hombre ideal para ti. Pero después de conocer a Justin, me retracto. Justin y tú estáis hechos el uno para el otro. Se le ve que es un hombre con principios y dignidad que te cuidará. No es un depravado como el mequetrefe que conocí en Madrid, lleno de agujeros y pendientes.

De nuevo vuelvo a reírme. Mi padre tiene razón, Justin tiene principios pero estoy segura de que si conociera su faceta en el sexo le daría un pasmo. Pero ésa es mi intimidad.

—Papá… Justin me gusta, pero no sé cuánto tiempo durará lo nuestro.
Sorprendido, me mira.
—¿Qué ocurre, morenita?

Las palabras bullen por salir. Quisiera explicarle a mi padre que es mi jefe, pero no puedo. Tengo miedo de su reacción. Cientos de dudas y miedos pugnan por salir de mí pero no se lo permito.

—No ocurre nada, papá —respondo, finalmente—. Sólo que es difícil mantener una relación a distancia. Ya sabes que él vive en Alemania y yo aquí. Y cuando acabe lo que ha venido a hacer a Madrid, ambos tendremos que regresar a nuestros trabajos y, bueno… ya me entiendes.

Veo que asiente y con la prudencia que lo caracteriza, añade:
—Mira, mi vida. Ya no eres una niña. Eres una mujer y como tal te tengo que tratar. Por eso, sólo te puedo decir que disfrutes el momento y seas feliz. De nada sirve pensar muchas veces en el «qué pasará», porque lo que tenga que pasar… ocurrirá. Si Justin y tú estáis predestinados a estar juntos, no habrá distancia que os separe. Eso sí, sé cautelosa y un poco egoísta y piensa en ti. No quiero verte sufrir innecesariamente cuando tú misma ya me estás diciendo que lo vuestro es complicado.

Las palabras de mi padre, como siempre, me reconfortan. No sé si será la edad, la experiencia de haber perdido a mi madre años atrás. Pero si hay algo que él siempre ha tenido claro y que nos ha transmitido a mi hermana y a mí es que la vida es para vivirla.


Al día siguiente, Justin me recoge muy temprano en su moto. Comienza nuestra pequeña y cercana aventura. Mi padre se despide de nosotros encantado y nos desea un feliz viaje. Visitamos Barbate y Conil. Allí comemos y nos bañamos en la playa y por la tarde, cuando llegamos a Zahara de los Atunes, su teléfono suena y él sonríe.
—Andrés nos espera.
Nos montamos en la moto y conduce hacia su casa. Por la seguridad con la que se mueve por las carreteras secundarias del lugar, imagino que ya ha estado allí en otras ocasiones. Los celos vuelven a mí, pero los expulso. Nada me va a impedir disfrutar de mi tiempo con Justin.

Tras desviarnos por un camino, paramos ante una valla de piedra. Justin toca un timbre y, segundos después, la enorme puerta de chapa negra se abre y yo me quedo sin habla. Ante mí se extiende un maravilloso jardín con cientos de flores de colores que enmarcan una preciosa casa minimalista.

Una vez llegamos hasta la puerta y Justin para la moto, me bajo y poco después Andrés y una mujer con un bebé en brazos salen a nuestro encuentro. Andrés es el médico que Justin llamó en Madrid y me curó el brazo, y eso me sorprende.

La mujer de Andrés se llama Frida y el niño, Glen. Frida es alemana como Justin, pero habla perfectamente español y en seguida hay buen rollo entre nosotras. Una mujer de mediana edad aparece y se lleva al pequeño, y, segundos después, los cuatro pasamos a un jardín trasero donde una asistenta nos lleva unas bebidas. Divertidos, los cuatro charlamos mientras escucho anécdotas divertidas de sus viajes. Pronto me doy cuenta de la estupenda amistad que los une desde hace años y eso me hace sonreír. Sobre las ocho, Frida nos conduce hasta nuestra habitación. Un lugar espacioso, decorado con un gusto exquisito y donde hay una enorme cama.

En cuanto nos quedamos solos, Justin me coge entre sus brazos y me besa mientras me desnuda. Me lleva en volandas hasta una enorme ducha donde abre el agua y los dos gritamos divertidos al sentir el agua fría caer sobre nosotros. Los besos de Justin se intensifican y mi ansiedad por él más. De pronto, me tumba en la ducha y se tumba sobre mí mientras el agua cae sobre nosotros. Su boca exigente me muerde los labios mientras siento sus manos recorrer mi cuerpo y éste vibrar por el contacto.
Cuando abandona mis labios, su boca baja hasta mi pecho. Mis pezones están duros y, al mordisquearlos, me hace gritar. Sigue su andadura por mi cuerpo y siento que su lengua baja por mi ombligo, se entretiene en él unos instantes hasta que continúa su camino y de pronto se detiene.

Al notar que él ha frenado su exploración incorporo mi cabeza para mirarlo y me doy cuenta de qué es lo que ha visto. Está mirando el tatuaje. Eso me excita y jadeo, mientras siento que me mira tras sus pestañas mojadas.

—¿En serio puedo pedir lo que aquí pone?
Asiento.
—¿Cualquier cosa?

El cosquilleo en mi vagina es impresionante. Creo que voy a tener un orgasmo con sólo escuchar su voz y ver el morbo de su mirada. Vuelvo a asentir ante lo que él me ha preguntado y curva la comisura de su boca.

Clava sus rodillas en el suelo de la ducha y, con urgencia, me coge de las caderas y me atrae hacia él. Coge la ducha con las manos me separa las piernas y me lava. Humedece cada centímetro de mi vagina y yo me dejo, encantada. Excitada, veo que cambia la intensidad de la ducha. Ahora son menos chorros pero el agua sale con más fuerza.

Imagino lo que va a hacer y no me muevo. Lo deseo.
Se agacha, mete su lengua en mi empapada vagina y me chupa. Busca mi clítoris, lo rodea con su lengua y juega con él. Lo mima. Lo estira. Lo devora. Me vuelve loca. Cuando lo tiene como él desea vuelve a coger la ducha, mientras con dos de sus dedos me separa los pliegues de mi sexo y siento que los chorros caen directamente sobre mi hinchado clítoris.

¡Me vuelvo loca!
Jadeo… me retuerzo y él me sujeta para que no me mueva mientras los chorros caen con fuerza sobre mi clítoris proporcionándome cientos de sensaciones. ¡Calor…! El calor sube por mi cuerpo y, cuando me contraigo por un maravilloso orgasmo, suelta la ducha, coloca su duro pene en mi abierta vagina. Entonces da un empellón y me la mete hasta el fondo.

—De acuerdo, pequeña… te tomo la palabra. Te pediré lo que yo quiera.

Tirada en el suelo de la ducha con Eric poseyéndome con fuerza, dejo que me mueva a su antojo.

Diez… once… doce, sigue su bombeo sobre mí, mientras mi vagina se contrae a cada embestida y mi clítoris con su roce me hace vibrar más y más. Vuelvo a tener otro maravilloso orgasmo esta vez al mismo tiempo que él.

Instantes después, rueda a mi lado y los dos quedamos en el suelo de la enorme ducha mirando hacia el techo mientras el agua corre a nuestro alrededor. Su mano busca la mía y cuando la encuentra la aprieta. Se la lleva a la boca. Me besa los nudillos y dice:

—_____…______… ¿Qué me estás haciendo?

ρí∂ємє ℓσ qυє qυιєяαѕ-|нσт|JustinBieber&TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora