Capitulo 20

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El fin de semana pasa y el lunes tomamos un avión que nos lleva a Guipúzcoa. La actitud de Amanda hacia mí no parece haber cambiado. Está cortante y más distante, algo que con Justin no sucede. Me molesta cómo intenta que no me preste atención. Pero el tiro le sale por la culata en todo momento. Justin, en sus funciones de jefe, me busca continuamente y eso a Amanda la saca de sus casillas. Las reuniones se suceden y, tras Guipúzcoa, vamos a Asturias.

Justin y yo durante el día trabajamos codo con codo como jefe y secretaria y por la noche jugamos y disfrutamos. Él lleva el morbo como algo innato y cada vez que estamos solos me vuelve loca con lo que me hace fantasear y con su manera de tocarme y poseerme. Le encanta mirarme mientras me masturbo con el vibrador que él me regaló, capricho que yo le concedo gustosa. Es tal la lujuria que me hace sentir que deseo volver a repetir lo de ir a un bar de intercambio de parejas y vivir lo que me hizo vivir. Cuando se lo confieso, ríe a carcajadas y, cuando me penetra, fantasea con que otro hombre me posea mientras él mira, cosa que me vuelve loca.

El miércoles, cuando llegamos a Orense, vamos directos a la reunión. Por el camino, Justin habla con una tal Marta por teléfono y se cabrea. El día se tuerce y termina discutiendo por la falta de profesionalidad del jefe de la delegación. No tiene preparado nada de lo que necesita y Justin se lo toma muy mal. Intento mediar para que el ambiente se relaje, pero al final salgo escaldada y Justin, mi jefe, me pide de malos modos que me calle.

En el viaje de vuelta, el humor de Justin es siniestro. Amanda me mira con gesto de superioridad y yo estoy que muerdo. Cuando llegamos al hotel, Justin le pide a Amanda que baje del coche y nos deje unos minutos a solas. Ella lo hace y, cuando cierra la puerta, Justin me mira con un gesto que me hace trizas.

—Que sea la última vez que hablas en una reunión sin que yo te lo pida.

Entiendo su enfado. Tiene razón y, aunque me moleste su regañina, le quiero pedir disculpas, pero me interrumpe:

—Al final va a tener razón Amanda. Tu presencia no es necesaria.

El hecho de que mencione a esa mujer y de saber que le habla de mí me encoleriza.

—A mí lo que te diga esa imbécil me importa un pimiento.

—Pero quizá a mí no —gruñe.

Se toca la cabeza y los ojos. No tiene buena cara. Suena su teléfono. Justin lo mira y corta la llamada. Y, en un intento de suavizar el momento, murmuro:

—Tienes mala cara, ¿te duele la cabeza?

Sin contestar a mi pregunta, me clava su dura mirada.

—Buenas noches, _______. Hasta mañana.

Lo miro, sorprendida. ¿Me está echando?

Con la dignidad que me queda, abro la puerta del coche y salgo. Amanda espera a escasos metros y prefiero no mirarla cuando paso junto a ella o la arrastraré de los pelos. Me voy directa a mi habitación.

A la mañana siguiente, jueves, cuando el despertador suena a las siete y veinte protesto. Quiero dormir más.

Entre gruñidos, me levanto de la cama y camino hacia la ducha. Necesito el frescor del agua en mi cuerpo para despertarme.

Bajo el agua, recuerdo que es jueves y eso me alegra. Justin y yo pronto tendremos el fin de semana para estar juntos. ¡Bien!

Cuando regreso al dormitorio envuelta en una esponjosa toalla color hueso que huele de maravilla, miro mi mesilla.

—¡Maquinote! Lo que disfruté contigo anoche.

Me río divertida.

Sobre unos pañuelos de papel, está el vibrador con forma de pintalabios que utilicé anoche para relajarme. El regalito de Justin. Lo cojo entre mis manos y suspiro mientras recuerdo la explosión de placer que sentí cuando jugaba con él.

ρí∂ємє ℓσ qυє qυιєяαѕ-|нσт|JustinBieber&TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora