00. Prólogo

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El castillo de la Muerte, tan inmenso como la nada misma.

Tantos laberintos por recorrer y tantos secretos que sólo un padre podría guardar.

¿Qué tanto conocemos del hombre que se hace llamar el Ángel de la Muerte?

Tan oscura es la historia que un negro le quedaría de color blanco a la verdad. Los secretos al parecer son las columnas que sostienen el castillo.

Porque las mentiras siempre estuvieron allí.

están allí.

—No puedes tenerme aquí para siempre.

—Lo cierto hija mía es que la palabra para siempre puede tener variantes en cuanto a su significado se refiere.

—¿Acaso crees que Zaek y Ariadne son estúpidos? —niega con una media sonrisa —Dime... ¿Acaso crees que yo no encontraré la manera de salir de aquí? Tiempo es lo que me sobra, padre, ya idearé algo.

—Tessabeth, basta ya.

La hija mayor sonríe, pero no es más que una mueca de enojo.

—Eres tan, pero tan poco inteligente que no pudiste elegir mejor lugar para mantenerme encerrada que el castillo.

—La ironía aquí es que llevas ya un año encerrada y absolutamente nadie ha notado tu presencia.

Tess se cruza de brazos y su padre la mira seriamente esperando algún reclamo por parte de su hija.

Esta vez ella no dice nada.

—Si eso es todo —prosigue su padre —Debo retirarme, le cantarán cumpleaños a Rachell en unos minutos.

—¿Qué tal tu nueva hija? —Tess lo mira molesta —¿Aún cree que fue escogida por el mismísimo Dios en su esplendor para reemplazarme?

—No hablaré de estos temas contigo.

—Jamás lo haces y déjame decirte que si tanto temes que alguien sepa que sigo aquí deberías matarme.

El hombre niega y mira a su hija.

—¿Sabes por qué Dios en vez de matar a Lucifer prefirió desterrarlo a él y sus seguidores? —pregunta. Ella rueda los ojos.

—No, pero supongo que vas a decirme.

—Porque lo amaba. —dice finalmente —Dios amaba a sus ángeles. Dios amaba a Luzbel y si hay algo cierto es que no destruyes lo que amas. Eres mi hija, mi primogénita, te amo demasiado y yo jamás podría-

—Estoy segura de que mamá lo habría hecho —lo interrumpe y él deja de hablar —Mamá si sabe poner las decisiones reales frente a los sentimientos inservibles —da un par de pasos y acorta la distancia. Tiene tanto enojo que mira su padre fijamente a los ojos. Ese azul fuerte que ella y sus hermanos heredaron —Si fuera por ella ya estaría muerta.

—Entonces es una pena que tu madre, no esté aquí desde hace ya un buen tiempo para cumplir tu fiel deseo de morir.

Se dio media vuelta y desapareció de la habitación como humo esparcido por el viento dejando a la chica sola en aquella habitación.

Ella estrelló un jarrón al suelo que en cuestión de segundos se rompió en pequeños pedazos y gritó de impotencia.

Y lo que más le enojó fue que su padre tenía la razón, no la iban a escuchar, sus hermanos nunca sabrían que estaba bajo el mismo techo que ellos y quizás lo estaría por la eternidad.

Destinados por la muerte #3 [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora