Capítulo 28 "No es adiós"

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El maldito dolor de cabeza me hizo desear estar muerta, la resaca era peor de lo que lograba recordar, y mi único consuelo en ese momento era saberme sana y salva en aquel viejo departamento cubierto de polvo.

Los rayos de sol me hicieron recordar el sueño de la noche anterior... El rose de sus labios, su cuerpo contra el mío en una velada interminable llena de luna y todo el amor entre nosotros mientras olvidábamos al mundo. Maldita sea, lo amaba, no podía evitar amarlo de esa manera a pesar de todos sus errores y ese compromiso.

Lo amaba sin palabras, sin restricciones o límites...

—Buenos días —susurró la nada en mi oído, el aire me hizo temblar un poco, me removí sobre la cama tan cómoda, las sabanas estaban amoldadas a mi cuerpo, pero aquel lugar lleno de polvo no había cama, tampoco muebles y mucho menos una cama cómoda para recibirme, entonces pude adivinar en donde estaba al tiempo que sus brazos me acunaron. 

El aliento se me escapo, ese sueño tan vivido no se había quedado en un sueño, mi mente avanzo lento mientras mi cuerpo lo buscaba, estaba en su cama, desnuda, completamente segura de lo sucedido la noche anterior y no solamente pude sentir un miedo indescriptible, el nudo en mi garganta era más real que nunca, las lágrimas me hicieron su presa, desearon rodar por mis mejillas en ese preciso momento, no podía creer la gran infamia en la cual había participado, ¿cómo lo había hecho? ¿cómo era capaz de presentarme en su casa y comportarme de esa manera? La resaca no era el único dolor real, el corazón me golpeaba el pecho con culpa mientras cada voz de conciencia en mi cabeza gritaba histérica por mis actos. 

—Tengo que irme —respondí, no solamente a su saludo, a mi vida, a esa situación. La respuesta estaba frente a mi desde el primer instante, lo sabía, pero nunca me creí capaz de necesitarlo con urgencia como en ese momento. Debía irme, por el bien de Cressy, de él y principalmente el mío.

—Espera —me tomó del brazo cuando me encontraba recogiendo mi ropa del piso—. Solamente un par de minutos, quiero hablar sobre...   

—Tengo que irme —le dije de nuevo sentada en la cama con su mano sujetándome sin importar mis movimientos para poner la ropa en su lugar.

—Lisa, necesitamos esto, lo merecemos y no puedes solamente irte sin esperar algún argumento de mi parte.

—Michael —me atreví a mirarle por primera vez en todo ese tiempo—. Tengo que irme.

Se quedó completamente en silencio, retirando sus ojos de los míos dando paso a la melancolía, el sofoco de aquella tristeza abrazando nuestros cuerpos fríos, calmando la respiración hasta hacerla casi inexistente para poder recluirnos en un mundo distinto, inhibirnos del amor que nos mantenía atados el uno al otro. Terminé por vestirme sin atreverme a exigir una mirada de su parte, deseando despedirme antes  atravesar la puerta para perderme en el mundo exterior, un mundo sin él. Suspiré dejando la cama y sus ojos triste a mis espaldas, me acerque a paso lento a la puerta como si fuera parte de una corte fúnebre, tome la manija sintiendo como esta se helaba al toque de mi piel, abrí la puerta sintiendo el primer halo de luz golpear mis ojos y la puerta se cerro de nuevo.  

—Te amo, Lisa —dijo abrazándome por la espalda—. Hasta pronto.

—Adiós, Michael.

—No, esto no es un adiós, lo puedo jurar. 

Dejó un beso en mi mejilla, y por inercia tanto como deseo le di un ultimo rose de labios y entonces me atreví a salir dejando al sol deslumbrarme a primera hora de la mañana mientras lograba entrar a mi departamento. No pensé en ir a ducharme o comer algo, solamente tome el teléfono guiada por el impulso de huir, correr y no dejar rastro alguno de mi existencia en Montana, justamente marque el numero de quien por despecho y un poco de cariño haría lo posible por sacarme de ese lugar, no me preocupe por pensar en ningún momento, pero aquello podría resolverlo después.

¿Hola? —murmuró al otro lado de la line mientras yo me apretaba el punte de la nariz con fuerza reuniendo la valentía suficiente para enfrentarme a aquella decisión.

—Hola, Oliver. Soy Lisa.

Oh, ¿Ocurre algo? 

—Tome una decisión, si tu propuesta de ir a Canadá contigo sigue en pie. 

—Claro, la invitación sigue ahí. 

—Entonces acepto, quiero irme a Canadá contigo. 

— ¿Estás segura?

—Completamente.

—Bien, mañana nos vemos a la hora del almuerzo para hablar de los detalles.

—Bien, hasta pronto.

—Lisa —se quedo en silencio por un par de segundos dándome tiempo de adivinar lo que iba a decir —... Me alegra que aceptara mi invitación.

—Claro, adiós —colgué el teléfono ansiosa de verme lejos de Montana, enamorada de aquella idea sin tomar en cuenta si Oliver había guardado alguna esperanza de verme a su lado, de alguna manera iba a encontrar como alejarme de él estando en Canadá.

Tome un momento para sentarme en el suelo, abrace mi cuerpo ocultando la cara entre mis rodillas suspirando con frecuencia, eran como largos sollozos, estaba llorando sin lágrimas, hurgando entre mis sentimientos, buscando drenar tosa esa sensación de vació golpeando mis pensamientos cada mañana desde el inicio de la pesadilla. No sabía como estar y tampoco me había tomado el tiempo para preguntarme si de alguna manera solamente estaba evadiendo toda esa ola de emociones amenazando mi poca estabilidad, detestaba estar de esa manera, sentirme destruida, abatida como si el mañana se esfumara frente a mis ojos, sumergida en la bruma negra de la nada.

Los toques en la puerta me obligaron a ponerme en mí, después de todo el holocausto eso me quedaba solamente, ponerme en pie para continuar de nuevo con mi vida, suspiré haciendo a un lado la tristeza y en cuanto su silueta pareció contra luz me paralice. Era mi madre, con la mirada firme dispuesta a lanzar sus reclamos contra mí por desentenderme de ella como una mala hija.

—Lisa —aquella mirada suya era solamente un reproche por todas las   llamada no atendidas a lo largo del mes, pero necesitaba explicarle como había ocurrido todo y entonces poder suavizar su molestia—. Lisa —volvió a murmurar para intentar hacerme reaccionar sin mucho éxito, estaba petrificada, ninguna de mis extremidades respondía y era por tenerla frente a mí, mi madre estaba en Montana, quería escuchar una explicación de mi parte por no dar señales de vida en todo ese tiempo, pero no estaba segura de cómo comenzar a hablar, estaba realmente frente a mí con el rostro desencajado, tenerla frente a mí era afrontar la realidad. 

—Mamá —me abrace a ella escondiendo la cara entre su hombro y su cabello, sus brazos me abrazaron con cuidado—, lo siento mucho mamá. 

—Tranquila cariño, ¿estás bien? 

—No voy a casarme —le susurré para disculparme, entonces me abrazó con fuerza como si intentara reconstruir mi roto ser.       

Soñando Con Los Ojos AbiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora