LA MARCA

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Ya casi eran las cuatro de la tarde cuando arribó a la zona un automóvil sedán de color gris, de él se bajó un hombre vestido de civil, una chaqueta oscura completaba su atuendo. En su mirada podía leerse lo cansado que estaba. En la acera había algunos curiosos que trataban de indagar lo ocurrido, pero el tercer perímetro constituido por unos policías se los impedía. El sujeto de forma cansina recorrió la distancia que lo separaba del parque. En el primer nivel del mismo, se encontraba un grupo de uniformados que interrogaban a algunas personas. Los agentes tenían la apariencia de estar fastidiados y los testigos gesticulaban o hablaban en voz baja acerca de lo que habían visto.

El que parecía estar a cargo, dejó su tarea y se acercó al recién llegado:

— ¡Alpízar! ¡Vienes tarde!....El flaco y su equipo están trabajando desde hace rato, y nosotros no damos abasto porque había todo un gentío a la hora que la descubrieron.

— ¡Perdón! Tuve que ir a la fiscalía....y ya sabe cómo son esos.

— ¿Y viene contigo alguien del ministerio? Nosotros llegamos lo más rápido posible, porque un concejal de la alcaldía estaba jugando con su hijo cuando todo pasó....y vos sabes también cómo son esos otros.

El hombre asintió mientras preguntaba:

— ¿En la cancha de futbol?

El uniformado contestó aquella interrogante al apuntar su mano en dirección oeste.

El detective Wilmer Alpízar se dirigió con prisa al sitio. Cuando llegó a la rampa que conectaba el sitio con la cancha de basquetbol logró observar la zona acordonada y a cuatro hombres que estaban junto a una acequia a un lado del campo de futbol.

Una oleada de adrenalina lo inundó porque de pronto sintió que sus fuerzas estaban renovadas. Al llegar y cruzar las cintas amarillas, le habló al sujeto delgado que anotaba en un formulario con cierto nerviosismo:

— ¡Eduardo! ¿Qué tal? Me dicen que ya tienen un rato por acá.

— ¿Y el delegado fiscal? — inquirió el sujeto con rudeza.

Alpízar solo pudo alzar los hombros en señal de ignorancia, ya que acababa de regresar de aquella oficina, y aún cuando unos de los fiscales en turno sabía del crimen, este no había manifestado voluntad en salir de la dependencia.

— ¿Y qué tenemos? — preguntó el investigador sacando una pequeña libreta de apuntes.

— ¡No!....hasta que venga el fiscal...a mí no me gusta repetir las cosas — replicó el jefe del equipo forense con un tono berrinchudo.

Uno de los hombres que estaba agachado recogiendo una muestra de tierra de la acequia volvió a ver con aire curioso.

El detective lo observó con seriedad a la espera de hacerlo cambiar de opinión, pero al ver que el sujeto no cedía, le reclamó:

— Recuerda que la semana pasada cuando los invité a todos a cenar en la madrugada... ¿Qué me dijo?

El hombre con cierta indignación tuvo que capituar porque había prometido en aquella ocasión que le daría toda su colaboración al investigador en siguiente caso donde trabajasen juntos.

— ¡Ok! — respondió el fastidiado sujeto. Luego agregó, tomando su libreta de formularios:

— Género: femenino...Entre veinte y treinta...pelo castaño....aun no determino la hora de la muerte, pero por el aspecto....podrían ser veinticuatro horas... Degollada....No hay rastros de sangre...quizá porque la lluvia lavó todo residuo orgánico....luminol negativo...pulsera en muñeca izquierda... posición decúbito dorsal... laceración en pómulo izquierdo...

Aquel informe era más bien un balbuceo, el detective escuchaba atento mientras volvía a ver hacia el agujero cuadrado que dejaba ver aquella pálida extremidad. Fue entonces que afloró su suspicacia natural, e inquirió con cierto reclamo:

— Desde aquí solo veo con claridad la mano con la pulsera....y un poco de su cabello... ¿Cómo sabe que fue degollada....y que tiene el pómulo lacerado?

El líder del equipo forense lo observó con cierta condescendencia, y respondió con petulancia.

— Aquí vamos un paso delante de ustedes. Sabía que el fiscal o usted podrían venir tarde... Así que ya tomamos todas las muestras y fotos del perímetro. Pero cómo nos urge revisar el cuerpo... Vanegas sugirió que usáramos la varita para selfies y con eso hemos tomado estas fotos.

Un sujeto robusto se acercó al detective con celular en mano. Luego de un movimiento deslizante en la pantalla le mostró una serie de imágenes donde podía verse el rostro de la occisa, una herida con arma blanca que había seccionado la parte anterior del cuello y la laceración del pómulo.

Fue en ese momento que Alpízar sintió que el corazón se le aceleraba y empezó a sudar helado. Al ampliar la foto, observó aquella herida en el rostro del cadáver. Mostrándosela a Eduardo Nieves, el forense, le preguntó:

— ¿Dirías que esto parece más un corte que una laceración?

El sujeto observó con interés, pero luego dijo:

— Tendría que examinar a fondo el cuerpo para confirmarlo... Y para eso necesitamos que esté presente el fiscal.

El investigador empezó a rememorar aquella serie de crímenes, donde la característica principal era que el asesino degollaba a sus víctimas y las marcaba con un corte profundo en el pómulo izquierdo. Aquel caso había sido su momento de gloria y a la vez su fracaso más humillante.

El hombre de la chaqueta oscura estaba en plena elucubración cuando fue interrumpido porque el forense exclamó:

— ¡Vaya! Hasta que se dignaron en venir.

Mientras tanto un sujeto que parecía un predicador elegante venía bajando la rampa a toda prisa.

Una vez que el fiscal arribó a la escena, el equipo forense procedió al levantamiento del cadáver.

Alpízar estaba afectado y muy ansioso por tener en sus manos la autopsia completa, con ello podría reabrir aquel caso que era su obsesión más tóxica.

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