Un crimen sin pistas, reabre los casos sin resolver atribuidos a un asesino en serie. Una pareja de detectives deberán armar aquel rompecabezas , corriendo contra el tiempo, ya que el viajero está empeñado en dejar su marca.
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El "juego de las voces" comenzó cómo eso...un juego. En aquel tiempo Melisa tenía once años y un problema de agresividad no resuelto. Todos los días era reportada a la dirección por su maestra, debido a los constantes altercados con sus compañeros. Y sus padres eran citados de tanto en tanto por aquella situación. En casa, las peleas entre sus progenitores no hacían más que exacerbar el problema de la chica.
A mitad de ese año, durante una pelea, dejó noqueados a dos niños, que se dedicaban a molestarla por su baja estatura y por ser niña. Al final, el director amenazó con expulsarla, a menos que la revoltosa alumna entrase a terapia con la psicóloga escolar.
Para Melisa aquellas horas eran lo más fastidioso del mundo. A esa mujer obesa solo le interesaba escuchar acerca de la vida de la niña, y luego darle recomendaciones inútiles.
Pero durante una sesión, la señora dijo una frase que a Melisa la dejó pensando:
— ¡Dale una voz a tu ser interior!
Ese mismo día mientras veía televisión, pasaban un programa de comedias donde un sujeto tenía a muchas personas viviendo en su cabeza: un tipo ampuloso y serio, uno atiplado y temeroso, un gordo obeso, y ¡una mujer!
A Melisa le pareció un concepto gracioso, desde ese momento empezó a imitar todo el asunto. Fue ahí donde su agresividad pudo encontrar una expresión propia, y ella empezó a autoconocerse. No dejó de ser confrontativa, porque ese era un rasgo de su ser que más la caracterizaba. Pero dejó de pelear por nimiedades.
Le dio una voz a esa parte de sí que era agresiva, y pudo controlarla...aunque no siempre con éxito.
Conforme fue creciendo, descubrió otras facetas más relevantes de su carácter, y les fue dando una personificación única. Esto hizo que sobrellevara su difícil situación familiar, ya que podía desviar la atención de las peleas constantes de sus padres, encauzando su frustración e ira, que todo el ambiente le causaba.
En la actualidad, este juego la hacía pensar con más claridad, lo cual era útil en su trabajo como detective. Si se enfocaba en los detalles correctos, sus partes intuitivas y lógicas trabajaban en conjunto para poder descifrar toda la historia a partir de algunas pistas.
Pero se había dado cuenta también que algunas partes de sí misma habían desarrollado cierta autonomía, por lo que a veces actuaban de forma impulsiva generando problemas nuevos, como el caso del puñetazo que le dio a Wilmer Alpízar.
Había leído en algún lado el trabajo de los arquetipos de Gustav Jung, y todo el escenario planteado se le hacía familiar. A veces era divertido y útil. Pero en situaciones de gran tensión o estrés, las voces la atosigaban y era necesario poner orden en aquel caos.
La primera de todas en tener una voz, fue su parte agresiva. Se refería a ella como "La Melisa Agresiva" o simplemente como "La ruda". Se la imaginaba con pinta de motociclista, vistiendo de cuero negro, un poco más robusta que ella, con actitud de pocos amigos, solo esperando el momento justo para estallar, y resolver las cosas a punta de golpes. Era bastante malhablada, y a lo largo de su vida era la que más le acarreaba problemas. Su última metida de pata había sido golpear a su compañero de trabajo por lo que ahora, estaba castigada de plantón en un rincón de su mente. Pero sabía que siempre estaría disponible, en casos de peligro extremo, de los que abundaban en aquella profesión tan difícil que había elegido.