EL INTERROGATORIO

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Lo único peor que un idiota con iniciativa...es...dos idiotas con iniciativa — pensó el sujeto grueso mientras recorría la calle principal de la comunidad San Patricio. No estaba acostumbrado a hacer tanto ejercicio. Sudaba a pesar que el clima era fresco. Vestía un uniforme de color café con el logotipo de una famosa compañía de mensajería. Era un atuendo de su colección de disfraces, de los pocos que aún le tallaban debido a su sobrepeso.

Lamentaba su suerte porque debido a los últimos acontecimientos ahora era el único detective activo en la delegación La concordia. Alpízar suspendido y sospechoso de asesinato, y la chica en estado delicado en el hospital. Y a pesar de eso, Ticas era capaz de quejarse de su destino.

Ahora ya no había excusa, sabía que Garrido le pediría resultados y ya no podía esquivar sus deberes. Todas esas últimas semanas luego de estar unas horas en la delegación se iba a un billar del centro a pasar el rato ya que su primo era dueño del lugar. Ya entrada la tarde regresaba como si nada.

Pero con sus compañeros fuera de la jugada, ahora ya no tenía escapatoria. Así que había decidido tomar al toro por los cuernos, e ir a buscar al jefe de los vagos del arrabal. Iba de incógnito para sorprenderlos.

El sitio no era tan inseguro como "La fosa". La comunidad San Patricio era atravesada por una calle llamada Las oscuranas. Este era un estrecho camino que servía de ruta alterna para los automovilistas que huían del tráfico de Vía Constituyente, una alameda que atravesaba la ciudad de norte a sur. La colonia a ambos lados de la callejuela estaba surcada por pasajes estrechos, algunos de los cuales escalaban las alturas de un pequeño cerro.

Un chico de gorra sentado en las afueras de una casa vio pasar al mensajero gordo, por lo que texteó un mensaje a su líder indicándole que llegaba un posible cliente. El espía tenía la comisión de avisar acerca de cada extraño que cruzaba por el lugar. Para ese momento, el jefe de la banda avanzaba hacia el sitio para interceptar al intruso.

— ¿Perdido? — inquirió un chico de tez oscura y cabello ensortijado al falso mensajero.

— La verdad es que vengo por una receta — contestó el gordo casi sin aliento.

El joven se quedó viendo desconcertado al sujeto. No parecía más que un posible cliente. Estaba acostumbrado a tratar con oficinistas, estudiantes, abogados, que entraban a pie por el sitio. Y luego preguntaban donde podían conseguir algo de "diversión garantizada", ya sea como hierba, pastillas o polvo. Lo que los clientes buscaban ellos lo tenían. "El mechas" primero los interrogaba y se aseguraba que tuvieran dinero, y luego los conducía a la casa donde guardaba "la mercancía".

Augusto Sotelo, estaba urgido de ganancias porque había escuchado de los operativos policiales en "La fosa", y había permanecido escondido un par de días. Así que necesitaba fondos urgentes para las necesidades de la pandilla.

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