UN DIQUE ROTO

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Era sábado por la mañana. Un sujeto con aspecto de sepulturero acababa de dejar una caja pequeña, que contenía las pertenencias del detenido, sobre el escritorio del inspector Garrido. Al salir de la oficina, el tipo dijo a manera de despedida:

— Vamos a llegar al fondo de todo esto, y para la próxima semana ese sociópata estará de vuelta en una celda.

El hombre de cabellera cana solo lo observó con fijeza haciendo que el otro bajara la mirada y saliera del lugar un poco humillado. Al mismo tiempo, un par de personas entraron a la oficina. Uno era Collazo, y el otro era un sujeto que se parecía a Wilmer Alpízar. Para empezar vestía con una sudadera y pantalones deportivos con el logotipo de la academia policial. La ropa que usaba anteriormente, era ahora parte de la evidencia recolectada por los agentes de Asuntos Internos. Pero su aspecto era lo que lo hacía distinto. Se veía delgado, sus pómulos estaban más marcados dándole el aspecto de la estatua de un santo sufriente. Su mirada estaba fija en el piso, se le notaba el desvelo por las ojeras que adornaban sus ojos. Parecía haber regresado de la guerra. Era la imagen de la derrota y la desesperanza.

El agente de traje oscuro no dijo nada, solo procedió a quitarle las esposas al detenido.

— ¡Gracias, agente Collazo! — dijo el inspector con amabilidad, ante lo cual el sujeto asintió y haciendo una ligera reverencia salió de la oficina.

— Siéntate... ¿quieres agua? — preguntó Marlex al hombre frente a él.

Este negó con la cabeza mientras seguía con la mirada extraviada.

El inspector suspiró mientras empezó a cuestionar a su subalterno:

— ¿Te das cuenta del problema en el que te has metido?...Por donde empiezo...Llevas a una novata a una investigación de campo... Te metes de forma ilegal a una propiedad sin ninguna orden o sin pedir permiso al menos...Tu compañera resulta malherida y ahora, tú eres el único sospechoso de intento de asesinato...

— ¿Cómo está Melisa? — inquirió Wilmer interrumpiendo a su jefe.

Garrido lo observó con detenimiento, analizando el rostro del detective.

— Quisiera darte buenas noticias... pero no. Ciertamente pudo haber muerto por la hemorragia, pero tú le aplicaste un torniquete que le permitió llegar al hospital. Su verdadero problema es un edema cerebral por traumatismo. Los médicos le han inducido un coma para poder intervenirla, quizá el lunes, no sé... — dijo el jefe pensativo.

— ¿Será posible ir a verla? — preguntó Wilmer de forma tímida.

— ¡Alpízar, eres el principal sospechoso de que ella esté en ese estado!... ¿tú que crees?... Tiene custodia policial...

— ¡Señor!... fue un accidente...yo estaba al otro lado de la propiedad cuando eso pasó... ¡tiene que creerme! — replicó él con vehemencia.

— Will, yo te creo, el detalle es que hay una investigación en curso...Si Vidal no mejora...te sugeriría buscar un buen abogado.

— ¿Regresaré a prisión preventiva en la central?

— Por eso estás aquí, abogué por ti ante la subjefa de Asuntos Internos. Estarás libre hasta que ellos terminen su investigación... Pero estás suspendido hasta nuevo aviso. Me quedaré con tu arma y tu placa...Por el momento, ve a casa...Te hace falta descansar.

— ¿Estoy bajo arresto domiciliar?

— No tengo recursos para eso. Solo espera hasta que "ese par de hijos de puta" terminen su investigación.

Wilmer se le quedó viendo extrañado porque no se estaba siguiendo el procedimiento. Pero al fin eso era lo de menos, en una prisión o su casa, estaba impotente sin poder ver a Melisa, y a merced de esos idiotas que solo querían encontrar a un culpable por aquel accidente. Entonces Garrido habló:

— No te estoy diciendo que te encierres, pero no salgas de la ciudad. Y ni se te ocurra escapar. Esos fulanos moverían cada piedra hasta hallarte... por cierto...acaba de llegar un taxi por ti... está allá afuera... tu auto está confiscado también hasta que se aclare todo esto...— dijo el inspector con un tono paternal y finalizando  su conversación.

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Un auto de alquiler se estacionó frente a la casa, del mismo bajó un hombre. Se le hizo conocido, pero no fue hasta que llegó a la puerta que ella lo reconoció. Era Wilmer, o al menos parecía ser él. Mariana se quedó impactada por el aspecto que presentaba su vecino y ex novio. La mujer había estado pendiente de los movimientos de la casa contigua, y sabía que él no había estado en la misma por un par de días.

Empezó a especular qué había pasado, pero decidió esperar unas horas para llamarlo y que tal vez él le contara algo respecto a su ausencia o el estado deplorable que tenía.

Pero al intentar llamar a la casa y al celular de Wilmer, nadie contestó.

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Llegó a su casa en un estado muy similar al trance. Temía cerrar los ojos porque cada vez que lo hacía solo veía a Melisa cubierta de sangre y desmayada a su lado. Al entrar y empezar a subir por las escaleras, solo pudo pensar que ya no había nadie a quien contarle lo que había pasado. Durante los interrogatorios nunca se había dado ninguna agresión física, pero esos dos tipos casi lo habían llevado al borde de la locura, al estar martillando continuamente acerca de su culpabilidad. No lo habían dejado dormir profundamente con la esperanza que confesara. Tal vez él no la había empujado, pero se sentía cómo si, en verdad, lo había hecho. La culpabilidad lo consumía como un cáncer, haciendo metástasis en sus prejuicios llenándolo de la idea malsana de querer estar muerto... como su madre...como, posiblemente, lo estaría Melisa en el futuro, gracias a que él había tomado malas decisiones.

Y en ese instante llegó a la puerta de la habitación de su progenitora. Vio la cama vacía, y fue ahí donde no lo pudo soportar más. Lo había reprimido todo aquel tiempo...como siempre. Sin poder evitarlo se le doblaron las piernas y yaciendo en el piso empezó a llorar amargamente...por su madre...por el abandono de su padre...por Melisa...

Estuvo en aquel estado por un tiempo, hasta que lo venció el cansancio, y al final se quedó dormido en el piso.

LA MARCA DEL VIAJERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora