Un crimen sin pistas, reabre los casos sin resolver atribuidos a un asesino en serie. Una pareja de detectives deberán armar aquel rompecabezas , corriendo contra el tiempo, ya que el viajero está empeñado en dejar su marca.
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Melisa sonrió mientras estaba sentada en una banca del parque. Usaba su disfraz de universitaria. Veía la pantalla de su teléfono de lo más concentrada, pero en realidad no le quitaba la vista al bote de basura que estaba a varios metros cerca de una fuente. El señor Hassan acababa de dejar el dinero en el lugar y a la hora convenida. Ahora solo faltaba que el extorsionista cayera en la trampa.
Sobre la calle aledaña al parque estaba Alpízar en su auto vigilando el perímetro, y a unas cuadras al norte estaba una patrulla con dos agentes, listos para dar apoyo.
La risa de la joven se debía a que recordaba las miradas de todos los hombres que la observaron salir de la delegación. Usaba una blusa corta que dejaba ver su ombligo, y lo plano de su vientre. Todos se quedaron viéndola con el deseo bien marcado, desde el antipático de Ticas, pasando por Salama, el recepcionista, y algunos agentes que se encontraban cerca de la puerta cuando salió del sitio. Pero él que hizo la cara más boba fue Wilmer. Y eso sin duda le causó gracia a la chica. Como mujer no podía permanecer indiferente al hecho de levantar tantas pasiones con aquel atuendo. Sentirse deseable la satisfacía en algún lugar de su inconsciente. Sabía adonde y quien era la responsable. Pero ese orgullo, al final, era parte de sí misma.
Dejó de lado aquella sensación para concentrarse en el caso. Por medio del celular mandaba mensajes al otro detective, indicándole que aún no había novedad.
Le preocupaba que algún empleado municipal llegara al deposito y se llevara la basura, pero en realidad esa acción ya había sido realizada más temprano. Era obvio que el extorsionista conocía las rutinas del personal de limpieza del lugar.
El parque no estaba muy concurrido a esa hora, y eso estaba bien, ya que si había problemas no se arriesgaría la vida de civiles.
Pasó un rato sentada en aquella banca, con las piernas cruzadas y actitud tranquila. A la vista de cualquier transeúnte solo era una estudiante que estaba ensimismada con su teléfono. Se había vuelto parte del paisaje.
Se estaba poniendo nerviosa por la espera. Entonces decidió escuchar música. Se colocó los auriculares y procedió a darle la opción de reproducción continua y aleatoria a la aplicación de audio. Escuchó la primera canción que eligió el programa, y la oyó una y otra vez hasta que entró en un estado de calma. Esa era una técnica que había descubierto hacía mucho tiempo para tranquilizarse, de hecho solo le interesaba la melodía y el ritmo, más que la letra. Era una canción romántica donde el intérprete entonaba en el estribillo lo siguiente: