A LA CAZA DE LA NOTICIA

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Karla salió del edificio administrativo de la delegación La concordia, caminando de forma cabizbaja, era la imagen de la derrota. Estaba sorprendida por su fracaso. Desde que era chica sabía cómo salirse con la suya. Siempre fue la más popular de su clase, y una alumna ejemplar. Fue la reina de su promoción. Todo esto le había abierto toda clase de puertas en el bachillerato y en la carrera de Comunicaciones en la Universidad. Modeló para revistas de corte adolescente y participó en un programa de videos juveniles en la televisión.

Pero su máxima aspiración era convertirse en una periodista de verdad. Tuvo la oportunidad de ser presentadora de la sección de espectáculos en un canal local, pero ella rechazó la oferta para trabajar en el periódico más famoso de la ciudad. Aunque aquí, el contenido de su currículo la había llevado casi al mismo lugar, trabajar como redactora para la sección de variedades. A veces, había hecho reportajes de interés cotidiano, pero nada serio.

Y ahí estaba, tratando de darle un giro a su carrera aprovechando la oportunidad brindada por su benefactor, pero se había estrellado de forma estrepitosa contra el muro de la realidad.

Cuando arribó al sitio había buscado a la delegada de prensa, y sus encantos de nada habían servido ante aquella mujer de rostro enjuto y actitud severa, que la había despedido con un:

La corporación no tiene comentario alguno respecto a ese caso. ¡Buenos días!

Estaba afligida porque el día de pago de su tarjeta estaba a la vuelta de la esquina, y sin la información dudaba recibir pago alguno. Pensó en inventar alguna excusa o falsear la información, pero tuvo miedo que su contratante se percatara del truco, y terminara sus tratos con ella.

Caminó ensimismada por la acera, pero de pronto volvió a ver que a su izquierda había una puerta que indicaba la entrada a la sección de investigación. El edificio era vetusto e intimidante, pero se armó de valor y cruzó aquella puerta con el objetivo muy claro de no salir de ahí sin la noticia.

Caminó por el pasillo cubierto que estaba bordeado por macetas con plantas exuberantes. Se sentía nerviosa, pero al avanzar llegó hasta un escritorio donde un veterano uniformado leía el periódico de lo más concentrado. Ella observó al viejo, y midiéndolo con aire intuitivo, preparó su rutina:

— ¡Buenos días, agente! Me llamo Karla Aguilera, soy periodista del Heraldo Matutino.

Alberto Salama se quedó embelesado ante aquella aparición. Sus procesos mentales se detuvieron y solo pudo esbozar una sonrisa boba. Y luego de un minuto que a Karla le pareció incómodo, el recepcionista dijo:

— ¿En qué la puedo ayudar, señorita?

La periodista sabía que debía aprovechar lo más que pudiera el interés de aquel hombre, por lo que con cara de víctima, respondió:

— Vengo de aquí al lado, e intenté hablar con la agente Siliézar, pero estaba ocupada. Entonces pensé en venir aquí directamente para realizar una indagatoria de un caso de alto interés para la ciudadanía.

— ¡Uyy! No hay problema, yo le puedo llamar a Patty para que la atienda. — replicó el anciano de forma solícita.

— Yo pensaba que quizá usted podría ayudarme...se ve que es un hombre informado, y de seguro, podría salvar a una pobre periodista, ya que si no llegó con la noticia a mi oficina, mi jefe me corre...

El rostro de Karla se veía como el de una niña llorosa, pero devolvía una mirada sensual al agente Salama. El hombre tuvo un breve pensamiento acerca de los procedimientos, y la cadena de mando, pero esto se vio avasallado al recorrer con lascivia, de pies a cabeza, el cuerpo de aquella amazona en apuros.

— No sé. De pronto, Patty Siliézar se molesta si se entera que yo estoy usurpando sus funciones...

— Nadie se tiene que enterar que usted me dijo algo — contestó ella haciendo un mohín que desbordaba erotismo.

— ¡Bueno! — replicó el sujeto con aire dubitativo.

— No sé si está enterado que hubo un asesinato en el parque de la colonia Sierravista...una mujer fue...

— Sí, la degollada del parque... ¡Que tragedia! — añadió el recepcionista interrumpiendo a Karla.

— Bueno, yo quería saber si se sabe algo del caso, o quien está a cargo para hablar con el agente...

El veterano se quedó pensando como envuelto en elucubraciones profundas. Esto preocupó a la mujer, que temía estar ante un callejón sin salida. Pero el despliegue de su arsenal femenino no había fallado.

— Según entiendo, el forense no encontró nada relevante en el cuerpo, y su identidad sigue siendo un misterio... La encargada del caso es una detective joven que se llama Melisa Vidal...

El agente Salama habló de todo lo que sabía, ya que por su puesto, se enteraba de los ires y venires de los investigadores y forenses de la delegación. La periodista había encendido una grabadora con anticipación por lo que el discurso del hombre al final se transformaría en un archivo de audio para su contratante.

— ¿Y esta detective...Vidal?... ¿Es alguien con experiencia en esta clase de crímenes?

— Mire, no soy quien para juzgar, pero yo diría que es una novata. Parece una jovencita casi igual a mi hija que acaba de entrar a la U...

Y Salama continúo hablando del asunto por un par de minutos más. Al final, cuando el sujeto terminó, la mujer de forma insinuante agradeció:

— ¡Gracias, guapo! Me has salvado la vida.

El recepcionista enrojeció y parecía un colegial atolondrado ante aquel cumplido. Pero retomando la conversación, en un tono reservado, preguntó:

— Pero...esto va a ser confidencial... ¿verdad?

— No se preocupe...esta conversación queda entre usted y yo — replicó Karla en un susurro.

Dicho esto, el hombre se relajó, y la periodista despidiéndose de su salvador, emprendió la marcha. Al llegar a su auto, hizo un par de anotaciones en su agenda. Primero, al regresar a la oficina, investigaría en internet lo que pudiera acerca de aquella detective, además contactaría a un amigo que laboraba en el Ministerio educativo para rastrear los registros académicos de la susodicha. Al final crearía todo un dossier con los datos de la grabación de aquel policía chismoso.

Sabía que su benefactor estaría satisfecho ante su investigación. Entonces empezó a soñar en todos los zapatos que podría comprar una vez que el saldo de su tarjeta se liberara con la dádiva del "señor V".

LA MARCA DEL VIAJERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora