Un crimen sin pistas, reabre los casos sin resolver atribuidos a un asesino en serie. Una pareja de detectives deberán armar aquel rompecabezas , corriendo contra el tiempo, ya que el viajero está empeñado en dejar su marca.
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Esa mañana un hombre de abrigo llegó al lobby de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Sin prisa se dirigió hacia el restaurante ubicado en aquel establecimiento. Era un sitio de lo más elegante, el recién llegado entró y al intentar ser detenido por el maître, mostró su placa mientras dirigía una mirada persuasiva al inoportuno hombrecillo.
Una vez en el lugar, el sujeto se dirigió a una mesa ubicada al fondo. La vista de la ciudad desde aquel punto era de fotografía. Ahí, desayunaba una mujer vestida de traje gris. Su aspecto era el de una cariátide de facciones clásicas, piel lechosa, cabello platinado y maquillaje sobrio, era el ejemplo de la distinción.
Su nombre era Aida Lara, la subjefa de la división de Asuntos Internos. Había sido una de las primeras detectives en la corporación policial. Era divorciada. Su holgura económica derivaba de la mitad de los bienes y dinero conseguido durante aquel proceso legal al separarse de su ex esposo, un empresario farmacéutico.
Todos los días desayunaba en aquel sitio. Su rostro mostró sorpresa al ver a aquel hombre, pero pudo cubrir rápido aquel estado de ánimo con una capa de cinismo, y para recalcar eso, dijo:
— ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? El inspector Marlex Garrido en persona.
— ¡Aida! ¿Qué tal estás?
— ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco...cuatro años?... De haber sabido que esta era la forma de hacer que me visites, habría capturado a uno de los tuyos hace tiempo.
Se notaba que la mujer disfrutaba de aquel momento debido a los asuntos no resueltos con el recién llegado. El hombre recordaba que hacía mucho tiempo, ella había sido mucho más que su compañera. La mujer frente a él no era ni remotamente parecida a la chica que él había conocido. La Aida Lara de aquellos años era una joven fuerte que tenía teñido el cabello de negro y rojo. Y Garrido sabía por qué siempre usaba traje aun en situaciones informales. Ella tenía un pequeño secreto, la mitad izquierda del cuerpo de aquella mujer estaba tatuada desde el tobillo hasta cerca del hombro.
Recordaba a cierto delfín juguetón que apuntaba hacia la gloria, bien oculto bajo todas esas capas de tela. Habían sido amantes por dos años, hasta que el entonces detective, se había enamorado de alguien más. Motivo de sobra por el que Aida tenía una relación de amor y odio con Marlex.
Y aquel rencor era amortiguado por el hecho que ella le debía su puesto al inspector. Durante la caída de los conservadores del poder, estuvo a punto de ser despedida con el cambio de gobierno. Pero Garrido había abogado por ella y un par de compañeros más ante el Director de la corporación, debido a ciertos secretos que el hombre había descubierto y que relacionaban a aquel funcionario con una menor de edad. De esa manera, Aida había sido promovida a ese puesto debido a las gestiones de su otrora amante.
La noche anterior había recibido una llamada anónima, y por pura curiosidad había empezado las gestiones comisionando a sus mejores agentes con el objetivo de esclarecer aquel caso. Para ese momento ya tenía casi toda la información en su poder. Sabiendo quién era el capturado, era obvio que Garrido no tardaría en aparecer. Pero no lo esperaba tan rápido ni en un terreno neutral como ese.