FROSTY

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— ¡Puta! ¡Qué culo más rico viene para acá! — exclamó un joven de cabello ensortijado que una gorra de los Yankees no podía contener.

Otro del grupo que aspiraba del cigarrillo que todos compartían, replicó:

— Culito, será. — refiriéndose a la baja estatura de la mujer que venía de la mano de un hombre fornido de cabello castaño.

Apoyado en el tronco de uno de los árboles, estaba un joven que parecía el nieto de Bob Marley, cabello con rastas y una barbita espesa era su característica más obvia. Era el líder de los allí reunidos. Cuando vio a la pareja que se acercaba, guardó una pequeña bolsa en un agujero cerca de la raíz del árbol, y del mismo sitio sacó una navaja retráctil que generalmente usaba durante los asaltos que ejecutaba en un barrio aledaño. No parecía haber peligro, pero prevenir, es mejor que lamentar, pensó el chico.

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Cuando ambos se levantaron, Melisa sin pensarlo mucho tomó de la mano a Wilmer. Este se sorprendió, pero al volver a verla, se percató que ella estaba metida en el papel. Eran novios y debían fingir eso hasta llegar cerca de aquel grupo de vagos.

Caminaron por el parque cómo un par de enamorados que no piensan en nada más que en ellos.

La joven lucía cómo una universitaria con un novio mayor, al cual sin duda veía a escondidas de su padre. Se acercaron a la cancha de basquetbol, y haciendo el amago de bajar por la rampa, avanzaron hasta ahí.

En ese instante, una serie de chiflidos y ruidos silbantes fueron ejecutados por algunos muchachos, y en medio de ellos, uno dijo con un tono morboso.

— ¡Para tenerte en cuatro, mamacita!

En ese instante, Wilmer en el papel de novio agraviado, se detuvo. Dejando a Melisa se acercó con paso firme al grupo. Un par de muchachos se pusieron de pie en actitud agresiva. El joven de las rastas ni se inmutó. Otros se rieron de forma estentórea. El resto de ellos ni siquiera se movió.

— ¡No te clavés, viejito! Solo estamos admirando el pedazo de hembra que traés de la mano. — replicó el que parecía más rudo y que había salido al encuentro del ofendido.

— ¡No es mi novia! — contestó el recién llegado. Y luego inquirió con tono confidencial: — ¿La querés conocer?

El muchacho lo quedó viendo con rostro confundido, se notaba que no estaba acostumbrado a lo inesperado. Era un seguidor, porque volvió a ver a su líder en busca de consejo. El de rastas también estaba desconcertado, este pensó que el sujeto no parecía un proxeneta, y de serlo, estaba en el lugar equivocado.

Uno de los jóvenes que estaba sentado y que había escuchado con claridad el diálogo, dijo con un tono adormilado:

— Yo sí la quiero conocer... ¡Que venga!

LA MARCA DEL VIAJERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora