EL ATAQUE

31 6 0
                                        

— Y según Lucía, que es secretaria en la división de Asuntos...dice que mañana lo van a arrestar — explicaba un sujeto en tono confidencial a otro que fumaba un cigarrillo.

— A ver si te entendí, eran compañeros...detectives, la llevó al descampado... ¿y la quiso violar? — inquirió el tipo que blandía aquel palito humeante como un puntero láser, llevándolo de un lado a otro mientras gesticulaba y trataba de entender el chisme de su amigo.

— Sí, pero como ella se resistió, la tiró de unas escaleras, después fingió que era un accidente... — completó el primero con un tono morboso.

— ¿Y cómo dices que se llama el tipo? — inquirió el fumador.

— Wilber Salpizza...está en arresto domiciliar...pero lo entuban mañana

— ¿Salpizza? ¡Qué apellido más raro!... ¡No lo conozco!

— La chica creo que se llama Yelitza Videla. — añadió el charlatán.

— ¿En serio?... ¿Y trabajan en la delegación Tribunales? Los nombres no me suenan para nada — reclamó al final el tipo que tiraba la colilla a la acera mientras la pateaba con desgano.

Ambos chismosos eran agentes de la delegación Independencia, el primero se llamaba Eduardo Arellano, y el fumador, Carlos Estrada. Ya casi terminaban sus labores mientras la tarde daba paso a la penumbra.

Los agentes estaban frente al edificio de la policía. Hablaban de un chisme tras otro mientras esperaban que el tiempo transcurriera. Fingían vigilar, pero estaban de lo más distraídos.

— ¿Y entonces vas a jugar el sábado? Dicen que los de la Central tienen un buen equipo — preguntó Estrada cambiando de tema, ya que la trama de aquel novelón, se había agotado.

— ¡Quizá! Me está jodiendo la rodilla derecha, si corro por más de quince minutos me empieza a doler...

Y mientras la charla del partido de fútbol del siguiente sábado continuaba, no se percataron que una motocicleta apareció en la esquina. En el vehículo iban dos sujetos, cuando aquel par de recién llegados estaban cerca, el de atrás hizo un movimiento súbito en el cual arrojó contra Estrada y Arellano, un par de objetos.

Solo se escuchó que algo cayó cerca de una patrulla, ¡un sonido metálico!

Los dos policías se sobresaltaron porque aquellas esferas terminaron a un par de metros de su posición. Fue entonces que el más cercano, Estrada, se acercó al origen del ruido.

Su compañero alcanzó a ver a los ocupantes de la moto que en ese momento iniciaban su huida. Cuando el fumador husmeó cerca de la patrulla alcanzó a ver el objeto, y no le dio tiempo ni de gritar porque la explosión consiguiente lo arrojó lejos del sitio, y las piezas de metralla que acompañaron al estallido terminaron por segarle la vida. Arellano sufrió la misma suerte debido a que un trozo de metal se enterró en su pecho.

Ni siquiera habían pasado unos segundos cuando arribó un contingente de cuatro motocicletas de alta cilindrada. En dichos vehículos al igual que en el que acababa de huir, iban dos personas: el conductor y el que tenía el encargo de dispersar aquellas cargas de muerte. Dichos individuos poseían cuatro granadas de fragmentación de uso militar, cada uno.

Con una precisión letal, rodearon las instalaciones, y sin pausa arrojaron hacia la fachada de la delegación, y el techo de la misma, aquellos explosivos. Sin ceremonia alguna los conductores se alejaron del sitio a toda velocidad. Cuando las explosiones comenzaron a destruir el edificio, el último de los motociclistas se detuvo a media cuadra mientras veía su obra.

El sujeto se quitó el casco que portaba mientras gritaba:

— ¡Vivan los hermanos blancos! Muerte a los enemigos... ¡El día es hoy!

Y luego el ciclomotor arrancó alejándose del sitio que había sido arrasado por aquel ataque artero.

Fue en ese momento que la oscuridad se apoderó por completo de la ciudad. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
LA MARCA DEL VIAJERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora