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Otra vez lunes después de un fin de semana del que no quiero recordar absolutamente nada. Barcelona ha sido en cierta manera mi tabla de salvación. Volver a la frenética actividad de la semana es justamente lo que necesitaba.

Sé que si por un momento me detengo a pensar en lo que sucedió en Salou, empezaré a buscar justificaciones, excusas, razones que liberen mi maltratada conciencia. Pero también sé que por más que las busque, no las encontraré. Sólo hay una explicación que defina mi comportamiento, una explicación para la que aún no estoy preparado. Por ello es mejor no pensar. No recordar. Y afortunadamente el principal detonante de lo que sucedió la noche del sábado, no volverá a cruzarse en mi vida, o al menos eso espero.

Después de pasarme la mañana entre las clases y la biblioteca, para buscar jurisprudencia, he comido en el bar de la facultad. Mientras comía, me ha llamado mi padre:

- Juan, ¿haces algo esta tarde?

- Hombre, tengo una optativa pero termino pronto ¿por qué lo preguntas?

- Verás, hoy me entregan las llaves del piso que he comprado, y me preguntaba si te apetecía echarle un vistazo. –Dijo mi padre con un entusiasmo difícil de disimular.

- Bueno, pues por mí perfecto. Dejaremos el gimnasio para mañana. ¿Dónde quedamos?

- Quedamos en el bufete, ¿recuerdas dónde está?

- Claro Ricardo. ¿En Passeig de Gràcia con Gran Via, no?

- Exacto, pero no me llames Ricardo, que soy tu padre. –Me ha contestado él.

- Está bien, nos vemos sobre las siete, Ricardo. –He bromeado.

La tarde ha pasado volando, y antes de las seis y media ya estaba en el bufete esperando a mi padre. Un despacho algo cargado para mi gusto, demasiado clásico, aunque amplio para dar cabida a los socios, a los pasantes, al personal administrativo... en definitiva un gran bufete, de los más prestigiosos de la ciudad. Mi padre no ha tardado demasiado y al salir venía con un compañero suyo.

- Roberto, te presento a mi hijo Juan.

- Encantado Juan. –Me ha dicho el compañero de mi padre tendiéndome la mano.

- Encantado. –He contestado yo secamente. Lo cierto es que en la mirada de Roberto he apreciado un brillo extraño, quizás me estoy obsesionando, pero me ha parecido ver cierto deseo en esa mirada.

- Ya ves, tengo un hijo fantástico que ha seguido mis pasos. –Ha dicho mi padre muy orgulloso.

- Fantástico y muy guapo. Espero que pronto estés trabajando con nosotros Juan. Ha sido un placer, si me disculpáis. –Y dándome de nuevo la mano se ha marchado.

- ¿Me ha llamado guapo? –Le he preguntado perplejo a mi padre.

- Sí, eso ha dicho, discúlpale si te ha molestado es que Roberto es gay, pero es un tío estupendo.

- ¿Gay? –Me he repetido a mí mismo sin salir del asombro al ver a mi padre hablando con tanta normalidad del tema.

- Sí hijo gay, que también hay abogados gay. Si es que tengo unos hijos más antiguos. Pero tranquilo, nunca le doy la espalda... jejeje. –Ha bromeado mi padre.

Después de coger mi coche le he seguido, más que nada porque no ha querido contarme en que zona está su nueva casa. Durante el trayecto le he ido dando vueltas a la actitud tan positiva que parece tener mi padre respecto a la homosexualidad, aunque supongo que es porque no le afecta directamente. Si fuese alguien de su entorno estoy seguro de que no se lo tomaría tan bien.

the life of anotherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora