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Cuando llegamos a casa de David, estaba un poco más calmado. Había dejado de llorar aunque era incapaz de dejar de pensar en lo sucedido. Durante el trayecto los dos habíamos estado en silencio, sin cruzar una palabra.

- Siento haberme comportado de esa forma... –dije avergonzado.

- No te preocupes, todos podemos vivir una situación especialmente tensa –dijo David mientras se sentaba junto a mí en el sofá-. ¿Tan grave ha sido?

- Sí... ha sido una bronca histórica. No estaba preparado para otra decepción... de Rosa no esperaba algo así.

- ¿Algo así?

- Se ha enrollado con el portero del edificio donde trabaja, un paleto integral, de los que se compran un utilitario y lo destrozan con la mayor expresión del arte que conocen, el tunning. De aquellos que escuchan Camela y Estopa a todo volumen mientras circulan con las ventanas abiertas para hacernos partícipes de tan estridente ruido. De aquellos que se compran "deuvedeses con dolbi sorrón" y no saben que el único zorrón que conocen es su novia, que con la ropa tan ajustada parece el escaparate de una carnicería. De esos, aunque éste es sutilmente diferente, este no tiene una novia que viste con pantalones de sordomuda, tan ajustados que hasta le puedes leer los labios, éste ha escogido mejor... ha escogido a mi madre.

- Uffff... lo pintas muy mal, sin duda. Pero no te olvides de algo Juan, tu madre es dueña de sus propias decisiones. –Añadió David mientras me acariciaba el brazo con suavidad.

- ¿Y qué harías tú si ves que alguien al que quieres se está equivocando?

- En primer lugar no juzgarle... nadie sabe como actuaría en una situación semejante hasta que no se encuentra en ella. En segundo lugar, quizás le advertiría, pero asumiendo que la decisión final es suya. Cada uno es responsable de los errores que comete...

- Me asombra tu capacidad para entenderlo todo, me parece admirable esa facultad de no jugar a los demás... –dije yo.

- Quizás porque no me gustaría que nadie me juzgase jamás. Entones, ¿por qué iba a hacerlo yo?

- Cierto... –No supe decir nada más.

- Bueno, voy a encargar la cena a un japonés, seguro que hace horas que no has comido nada.

Esa sonrisa, esa forma de preocuparse por mí, esa amabilidad... hubiesen sido perfectas si no fuera porque David se había pasado más de una semana sin dar señales de vida. Me repetí a mí mismo que debía ser cauto, que debía mantener la mente fría. Le miré sin decir nada. David, una sonrisa. David, unas manos acariciándome el brazo. David haciéndome olvidar esa cautela.

Cuando llegó la comida empezamos a cenar. Llevábamos unos minutos en silencio, pero los silencios con David no me resultaban incómodos, al contrario. Me bastaba saber que si levantaba los ojos de la mesa, le vería. Me bastaba saber que si le miraba, mis ojos se cruzarían con los suyos... me bastaba saber que estaba allí, junto a mí. Y no se trataba de un sentimiento tópico, de un vulgar enamoramiento, se trataba de contar en aquel momento con un apoyo vital. Cuando tu familia, tus amigos, tus conocidos... te fallan, basta con sentir que alguien tan especial como David está contigo.

- ¿Estás más tranquilo?

- Sí... necesitaba hablar de todo esto con alguien.

- ¿Qué piensas hacer? ¿Volverás a casa?

- No, no... eso es imposible, al menos de momento. Mañana llamaré a mi hermano, en teoría íbamos a mudarnos junto a un amigo suyo a un piso en Barcelona. Intentaré acelerar la mudanza. La distancia servirá para reducir tensiones.

the life of anotherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora