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Por primera vez había sido capaz de asimilar con relativa calma y control lo sucedido en casa de Ruth. Aquel trío se había convertido en nuestro secreto y yo estaba dispuesto a no complicarme la vida dándole más vueltas. Todo hubiese acabado bien aquella noche si no hubiese sido por el encontronazo con mi hermano cuando me estaba cambiando en mi habitación. Aquello me dejó realmente descolocado.

El martes transcurrió con rapidez, mis prácticas en un bufete de abogados me ocuparon gran parte del día. Sólo tuve tiempo para pasar por el centro para comprar el último disco de Madonna antes de volver a casa.

Al llegar a casa coincidí con mi madre que volvía del trabajo. Su nueva faceta laboral en una inmobiliaria de Barcelona la tenía realmente entusiasmada. Aún así no hubo tiempo para hablar mucho. El día siguiente sería un día muy complicado y prefería irme a dormir temprano.

El miércoles amaneció nublado. Desayuné rápidamente y me fui a toda prisa hacia Barcelona. Los mismos 30 kilómetros cada mañana que tenían como destino un monumental atasco a la entrada de la ciudad. Pero aquel día me resultaba algo distinto. El cielo cubierto por unas nubes negras que amenazaban lluvia parecía advertirme de que aquel no iba a ser un día fácil. Miércoles, habían pasado siete días. El plazo que me había concedido Ana terminaba hoy.

Cuando aparcaba el coche cerca de la facultad de Derecho llegó un mensaje a mi teléfono móvil: "Se te ha acabado el plazo. Si tienes algo que decirme, estaré en el centro toda la tarde. Ana."

Terminé de leerlo y lo borré. Aquello era absurdo, ¿No pensaba ir a clase hoy? Ana parecía vivir en un capítulo de Sensación de Vivir, o a un peor, en uno de esos culebrones de la sobremesa de Televisión Española. Pues claro que tenía algo que decirle. Para bien o para mal, merecía una respuesta en condiciones

Durante las clases no pude concentrarme. Intentaba preparar la conversación que iba a tener con Ana. Raquel se acercó un instante a media mañana para decirme que Ana no iba a ir a clase hoy porque habían ingresado a su padre en el hospital por una angina de pecho. Estaba perdido. ¿Cómo le iba a decir que por mi parte habíamos terminado si su padre estaba ingresado en un hospital? Sin duda, las desgracias nunca vienen solas. Pero ya no había marcha atrás, no estaba dispuesto a aplazar ni un día más mi decisión.

Durante la comida le envié un SMS para citarla en el Café de la Opera en la Rambla. Ana aceptó. Quedaban menos de tres horas. Empezaba a odiarme a mí mismo por ser tan cabrón.

Una asignatura optativa de una hora de duración y se acabaron las clases. Dejé el coche en la facultad y fui en metro hasta el centro. Treinta y cinco minutos. Salí por la boca de metro equivocada y caminé hacia la cafetería. Veinte minutos. Ana no había llegado aún. Me senté y pedí un capuchino. Doce minutos. Ana entró por la puerta con una expresión en su cara que lo decía todo. Cansada, seria, triste, de mal humor, falta de esperanza e incluso prevenida. Se sentó justo en la silla de enfrente.

- Hola. –Dije yo.

- Y bien, ¿Qué has decidido? –Soltó sin más, sin ni si quiera devolverme el saludo.

- ¿No me dirás antes qué tal está tu padre? –Dije yo sin querer afrontar el tema de la ruptura.

- Juan no he venido a perder el tiempo...

- Está bien. He estado pensado durante estos días en lo que me dijiste y antes de nada me gustaría aclarar que lo que insinuaste acerca de Javier y Toni no es cierto.

Ana me miró sorprendida. Debía estar pensado que tenía unos cojones inmensos por continuar mintiendo. Pero no supe afrontarlo de ninguna otra forma.

- ¿No estuviste en el jardín con Javier?

- Sí, estuve con Javier, estuvimos bebiendo y hablando un rato antes de que Toni saliese al jardín. Entonces les dejé solos y me fui a dormir. –Estaba sonando creíble, coherente. Iba por buen camino.

the life of anotherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora