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Otra vez lunes. Me pasé la mañana pensando en la cena y planeando una forma de hablar con Ruth sobre su bronca con Jesús. No tenía la confianza suficiente para hablarle de la ruptura así sin más. Mientras, hacía todo lo posible para no cruzarme con Ana, necesitaba exprimir al máximo el plazo antes de darle una respuesta, así que opté por no ir a las clases en las que coincidíamos por la mañana. Con toda seguridad Ana no iría a la cena, seguramente porque ya le habían dicho que iría yo. Mejor así.

Durante la comida llamé a Ruth para confirmarle que iría a su casa esa noche. Por su tono de voz no parecía especialmente afligida o dolida. Me habló con normalidad y cuando le dije que debíamos hablar de un asunto que me preocupaba, no pareció inmutarse. Personalmente me sentía un tanto ridículo, intentando resolver los conflictos de esa pareja, cuando era incapaz de resolver los míos propios. Pero ¿para qué están los amigos?

Llegada la tarde, fui hacia la casa de Ruth. Sabía que vivía en Pedralbes, uno de los barrios más caros de Barcelona, pero jamás imaginé tanto. Desde el exterior, en la Avenida Pearson, no se veía prácticamente la casa, la valla que la rodeaba era impresionante. Con toda seguridad la finca debía ocupar una manzana entera. Llegué a la entrada principal, vigilada por cámaras de video. El adosado de mi familia me pareció en aquel momento algo ridículo. Llamé al portero, el vigilante abrió la puerta.

Ante mí un acceso empedrado flanqueado por un impresionante jardín. Avancé despacio hasta llegar a la puerta de la casa. Me bajé del coche mientras contemplaba perplejo todo aquel lujo. Ruth vivía en una preciosa casa de ladrillo rojo sin uniones exteriores, de tres plantas, con amplios ventanales y terrazas, y de construcción muy reciente. La entrada principal estaba protegida por un imponente porche. El camino de piedra por el que se acedía la propiedad terminaba en la puerta del garaje situado en el lateral de la casa. La puerta estaba abierta y justo delante había varios coches aparcados. Me acerqué caminando. Junto a los coches estaban algunos de mis amigos. Reconocí el 206 CC de Pedro, el smart de Jordi y el Micra de la madre de Emma. Al parecer todos estaban ocupados mirando un Mini Cooper rojo que yo no había visto antes.

- ¡Hola Juan! –Gritó Emma.

- Hola a todos.

- ¿Qué, te gusta el coche nuevo de Toni? -Preguntó Pedro mientras Toni aparecía con Ruth del interior del garaje.

Estaba allí. Volvía a ver a Toni después de tantos días. En todo este tiempo ni siquiera me había parado a pensar que había sido de él. Volvía a sentir esa insoportable presión en el pecho.

- Muy bonito. -Dije yo con un hilo de voz.

No hubo más comentarios. Ruth nos condujo hacia el interior de la casa. Si por fuera era espectacular, el interior no se quedaba atrás. Nuestra amiga había organizado la cena en la impresionante buhardilla con solarium del la casa para que estuviésemos más tranquilos. Aquella buhardilla era más bien un loft completamente habitable. Parquet, climatización, mesa de trabajo con un ordenador iMac, un precioso equipo de música de Bang&Olufsen, dos sofás gigantes con una mesa llena de comida, una tele de plasma con DVD y home cinema... y separada del resto de la habitación por un impresionante acuario, una cama enrome que contaba con su propio baño y su propio vestidor. En definitivamente el loft con el que siempre había soñado.

Estuvimos un rato hablando antes de la cena. Pedro me contaba sus progresos en el Tom Clancy's Splinter Cell, el último juego de Play2 que se había comprado. Pero mi cabeza y mi atención no estaban con Pedro. Disimuladamente observaba a Toni que estaba sentado en el sofá hablando con Raquel. Ruth salió a la terraza a fumarse un cigarro y disculpándome con Pedro la seguí. Aquella era mi única oportunidad de hablar a solas con ella.

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