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Desde el jueves que desperté en su casa, no he vuelto a tener noticias de David. Han pasado varios días y a pesar de que a veces he sentido la necesidad de llamarle, he optado por esperar. No quiero complicarme la vida en este momento.

Hoy me he dado cuenta que el mes de mayo y yo tenemos algo en común, los dos tenemos los días contados. El mes se termina y llega junio. Quedan pocos días para el primer examen final y me lo juego todo. Llegado este momento me pregunto por qué no he sido capaz de estudiar más durante estos últimos meses. El mismo propósito al empezar cada cuatrimestre: "está vez no lo dejaré todo para el final". Mentira.

En este repentino ataque de angustia estudiantil he decidido pasarme el día en la biblioteca de la facultad. Aunque suene absurdo, el ser consciente del peligro de los exámenes a estas alturas de la carrera ha hecho que en mi cabeza desaparezca cualquier duda, reflexión, mal pensamiento, temor o añoranza... no hay tiempo para vivir más allá de los tomos de Aranzadi.

Antes de entrar a la biblioteca, al ir a apagar el teléfono móvil, he visto que había recibido un mensaje de mi hermano:

"Hola Juan. Esta tarde voy a ver un piso con Sergio. Si quieres venir quedamos a las 7 en el Corte Inglés de pl. Catalunya. Dime algo."

Le he respondido diciendo que iría con ellos. Cuando Carlos me propuso compartir piso con él y un colega, jamás imaginé que estaba pensando en Sergio. De familia conservadora y acomodada, emigrantes de Madrid a Barcelona por el trabajo de su padre como funcionario del Estado, de derechas... bueno, para sintetizar, un chico totalmente opuesto a mi hermano Carlos. El tiempo dirá lo que surge de este cóctel.

Buscar jurisprudencia para las prácticas, empollarme dieciséis temas, recuperar aquellos apuntes en el olvido, terminar de leerme un libro sobre Derecho Internacional Privado y comentarlo, más jurisprudencia para el practicum... para que luego digan que la vida del estudiante es la mejor. Sólo un triste Cacaolat ha entrado en mi estómago esta tarde, en un descanso de cinco breves minutos para evitar que algún desaprensivo ocupara mi silla en una de las mesas de la biblioteca.

Después de esta maratoniana sesión de estudio he ido en metro hasta el centro. A las 19:18 alcanzaba la puerta del Corte Inglés, intentando no ser arrastrado por una multitud de viandantes empujados por una incontenible fiebre consumista. Saludo a mi hermano y a Sergio y les sigo en dirección al piso que vamos a ver.

Llegamos al edificio situado en pleno Eixample, en la calle Girona. La finca tiene buen aspecto por fuera, o está rehabilitada o muy bien conservada. Subimos caminando por la escalera. El piso que buscamos está en la primera planta. Llamamos al timbre, pero no hay respuesta. A los pocos minutos aparece un chico de unos 30 años.

- Buenas tardes señores, soy Joan Vives de la inmobiliaria. Por lo que me ha contado Rosa creo que este piso se acerca mucho a lo que están buscando. –Dijo el chico mientras abría la puerta.

- Vaya, creía que era Rosa la que nos iba a enseñar el piso –le susurré a Carlos.

- Ya, así habíamos quedado. Pero me ha llamado esta tarde y me ha dicho que tenía un compromiso ineludible y que nos mandaría a un compañero suyo.

- ¿Un compromiso? –He preguntado yo.

- Sí, eso ha dicho. No sé nada más. –Me ha respondido Carlos.

- Verán –ha empezado a decir el chico de la inmobiliaria al entrar al piso-, la finca es de los cincuenta. La fachada ha sido rehabilitada hace muy poco tiempo. Como han podido comprobar dispone de ascensor y de calefacción central. El piso tiene unos 120 m2 habitables, 4 habitaciones, 2 baños, salón-comedor, cocina reformada, armarios empotrados, suelo de parquet y un cuarto trastero en la parte superior del edificio.

the life of anotherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora