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Sentado en el sofá del comedor esperaba a que los primeros invitados hicieran su aparición. Estaba algo inquieto. Me levanté y me acerqué al espejo del recibidor. Pelo más largo que de costumbre y intencionadamente despeinado. Camisa blanca con sutiles motivos bordados de Antonio Miró y pantalones de raya diplomática de Caramelo. Zapatos de piel de Loewe. Me prohibí a mí mismo recordar la catástrofe que iba a causar aquel conjunto en mi Visa.

Carlos estaba acabando de colocar algunos platos con canapés en la mesas del comedor. Le miré de reojo al volver al comedor. Pantalones de lino beige con una camiseta de Armand Basi. Sencillamente encantador. Pero en su gesto la sombra de la preocupación.

- ¿Sucede algo? –interrogué.

- No, ¿por qué lo preguntas?

- Por que tienes una cara que asusta, pareces preocupado.

- No, nada importante...

No insistí, mi hermano no quería hablar, pero era obvio que algo le preocupaba. Volví a sentarme y encendí nuestro nuevo televisor. En ese momento llegó Sergio de la calle. Le miré detenidamente. La verdad, no sé porque tenía tanta fijación en que nuestro vecino le miraba, Sergio me resultaba muy poco atractivo. Vestido con unos pantalones de pinzas, una camisa de Burberry y unos mocasines de piel, repeinado con un aburrido flequillo, y con un cuerpo poco definido aunque bastante proporcionado. De ojos marrones y cabello castaño claro, Sergio no me resultaba especialmente atractivo. Quizás una ropa algo más "actual" resaltaría alguna de sus virtudes, si es que las tiene.

El timbre de portero automático sonó. Carlos me miró con inquietud pero no se movió. Me levanté del sofá, apagué el televisor y fui a contestar. Al parecer eran los amigos de mi hermano. Dejé la puerta abierta y volvía al comedor.

Cuando llegaron sólo reconocí a dos de los seis, Susana, una gran amiga de mi hermano, y Dani, el mejor amigo de Carlos. Les conocía porque habían venido algunas veces a casa. Los otros cuatro, dos chicas y dos chicos, parecían ser pareja. Cuando Carlos me los presentó no puse demasiado atención en sus nombres. Por su estilo parecían amigos de Sergio.

Les dejé hablando y puse en marcha el equipo de música. Empezó a sonar "Fighter" de Christina Aguilera. Esperaba no tener que batallar demasiado aquella noche.

Carlos se apartó del grupo y se acercó a mí. La preocupación no se había borrado de su rostro.

- Tengo que decirte algo...

- Dime –respondí con una sonrisa.

- Verás... no sé si he hecho bien pero, pero...

- ¿Pero qué? –pregunté yo cansado de tanto rodeo.

- He invitado a... -el timbre le interrumpió.

- Me lo cuentas luego, tenemos que abrir la puerta –dije huyendo de su secretismo.

Me había dejado algo intrigado, sin duda. ¿A quién debía haber invitado que tanto le costaba decírmelo? Cuando abrí la puerta la respuesta estaba justo encima del felpudo de la entrada. Pedro, Raquel y... Ana. No supe que decir. Carlos se acercó por detrás y posando una mano en mi hombro, les saludó y me susurró al oído.

- También he invitado a Emma, pensé que sería un buen momento para estrechar lazos.

- Carlos, si tenías ganas de estrechar algo haberte pillado la polla con la puerta de la cocina –dije con un monumental cabreo.

Carlos me lanzó una cándida sonrisa y adoptó una pose de niño bueno que acentuó aún más mi enfado. El problema no era únicamente que Ana estuviese en aquella fiesta. El problema alcanzaría su verdadera magnitud en el momento en que Natalia hiciese su aparición. ¿Pero a quién coño se parecía Carlos? Cuanta buena intención, cuanto idealismo... cuanta falta de sentido común. Me recordé que debía partirle las piernas después de la fiesta, aunque si por mi fuera le haría otras cosas, igual de fuertes pero menos dolorosas.

the life of anotherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora