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 Cuando estuve en la puerta del edificio me sorprendí, sinceramente había imaginado algo menos ambicioso. El bufete ocupaba un bloque de oficinas en la entrada a Barcelona por la Diagonal. El edificio era de construcción reciente y formaba parte de un pequeño complejo de oficinas. "Lafarge i Associats" decoraba la parte superior de la fachada en unas minimalistas letras metálicas iluminadas por la parte posterior por una tenue luz anaranjada. Por fin había llegado el esperado miércoles.

Crucé la puerta del vestíbulo y saludé a la recepcionista. Al parecer mi padre me estaba esperando. Subí por el ascensor hasta la última planta. Una de las secretarias me indicó la sala de juntas. Efectivamente, allí estaban Ricardo, Roberto y un chico que supuse que debía ser Ángel.

- Buenos días Juan –me saludó Ricardo.

- Buenos días, siento llegar tarde. Creo que acabaré viniendo en metro –me disculpé yo.

- Tranquilo, no llegas tarde, nosotros somos los que hemos llegado pronto –aclaró Roberto con una sonrisa.

Roberto era un hombre ciertamente atractivo, de unos 40 años, pelo moreno, mirada abierta y sincera, sonrisa perfecta y un cuerpo que obviamente se había trabajado en un gimnasio. Realmente interesante para su edad.

- Bien, antes de empezar, me gustaría presentarte a Ángel –continuó mi padre-. Ángel él es Juan, mi hijo.

- Encantado Juan –dijo Ángel posando discretamente su mirada en mí.

- Encantado –respondí yo mientras le estrechaba la mano.

- Empecemos pues. Como sabéis os hemos reunido aquí para hablar de vuestra incorporación a la firma. Los dos tenéis un expediente brillante y habéis logrado un puesto destacado en la promoción de vuestras respectivas Universidades, nuestro bufete está orgulloso de poder contar con vosotros. Puesto que respondemos ante el resto de socios de vuestra contratación, esperamos que todos podamos estar satisfechos de vuestro desempeño en la firma –dijo Ricardo.

- Antes de que empecéis con la pasantía, nos gustaría que recibieseis un curso de incorporación a la firma. La idea es formaros en aquellos elementos de funcionamiento que son propios de este bufete. Será un plan de acogida corto, en principio sólo hasta la pausa de agosto –añadió Roberto.

- Como os podéis imaginar, dada la baja actividad que esperamos registrar en el mes de agosto, os daremos vacaciones. Vuestra incorporación efectiva será, pues, en septiembre. ¿Tenéis alguna duda? –Interrogó mi padre.

- Supongo que por especialidad no nos integraremos en el mismo grupo de trabajo... –dijo Ángel.

- Pues sí. Los dos estáis especializados en Derecho Penal y vuestra contratación no ha sido casual, es uno de los equipos de trabajo de la firma que deseábamos reforzar. ¿Queréis añadir algo más?

- Pues por mi parte, únicamente que estoy deseando empezar –dije yo.

- Perfecto pues, mañana tendremos listos vuestros contratos, el plan de acogida y los horarios –respondió Roberto.

- Me gustaría deciros que el comienzo nunca es una tarea fácil, especialmente por la dureza de la pasantía. Por ello es aconsejo que os toméis estos días para adaptaros y que carguéis bien las pilas estas vacaciones de agosto –dijo mi padre con una sonrisa.

Tras acordar la cita para mañana, Ángel y yo salimos de la sala de juntas y entramos en el ascensor. En silencio, le miré con disimulo. Debía tener unos 22 años, físicamente destacaba por un cierto equilibrio en sus proporciones, aunque ligeramente eclipsado por su delgadez. Un cabello castaño despeinado, cara de niño bueno y ojos grandes. Ángel no era especialmente atractivo, pero tampoco feo, quizás común.

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