capítulo 31

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La doctora Greene es alta y rubia y va impecable, vestida con un traje de chaqueta azul marino. Me recuerda a las mujeres que trabajan en la oficina de Christian. Es como un modelo de retrato robot, otra rubia perfecta. Lleva la melena recogida en un elegante moño. Tendrá unos cuarenta y pocos.

dra—Señor Evans. Estrecha la mano que le tiende Christopher.

chris—Gracias por venir habiéndola avisado con tan poca antelación —dice Christopher .

dra—Gracias a usted por compensármelo sobradamente, señor evans. Señorita Irwin.

Nos damos la mano y enseguida sé que es una de esas mujeres que no soportan a la gente estúpida. Al igual que maría. Me cae bien de inmediato. Le dedica a Christopher una mirada significativa y, tras un instante incómodo, él capta la indirecta.

Chris-—Estaré abajo —murmura, y sale de lo que va a ser mi dormitorio.

Dra - —Bueno, señorita Irwin. El señor Evans me paga una pequeña fortuna para que la atienda. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?

Tras un examen en profundidad y una larga charla, la doctora Greene y yo nos decidimos por la minipíldora. Me hace una receta previamente abonada y me indica que vaya a recoger las píldoras mañana. Me encanta su seriedad: me ha sermoneado hasta ponerse azul como su traje sobre la importancia de tomarla siempre a la misma hora. Y noto que se muere de curiosidad por saber qué «relación» tengo con el señor Evans. Yo no le doy detalles. No sé por qué intuyo que no estaría tan serena y relajada si hubiera visto el cuarto rojo del dolor. Me ruborizo al pasar por delante de su puerta cerrada y volvemos abajo, a la galería de arte que es el salón de Christopher .

Está leyendo, sentado en el sofá. Un aria conmovedora suena en el equipo de música, flotando alrededor de Christian, envolviéndolo con sus notas, llenando la estancia de una melodía dulce y vibrante. Por un momento, parece sereno. Se vuelve cuando entramos, nos mira y me sonríe cariñoso.

chris—¿Ya han terminado? —pregunta como si estuviera verdaderamente interesado.

Apunta el mando hacia la elegante caja blanca bajo la chimenea que alberga suiPod y la exquisita melodía se atenúa, pero sigue sonando de fondo. Se pone de pie

y se acerca despacio.

dra—Sí, señor Evans. Cuídela; es una joven hermosa e inteligente.

Christopher se queda tan pasmado como yo. Qué comentario tan inapropiado para una doctora. ¿Acaso le está lanzando una advertencia no del todo sutil? Christopher se recompone.

Chris —Eso me propongo —masculla él, divertido. Lo miro y me encojo de hombros, cortada.

Dra—Le enviaré la factura —dice ella muy seca mientras le estrecha la mano. Se vuelve hacia mí.

—Buenos días, y buena suerte, Emma.

Me sonríe mientras nos damos la mano, y se le forman unas arruguitas en torno a los ojos,

Surge Taylor de la nada para conducirla por la puerta de doble hoja hasta el

ascensor. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde se esconde?

chris—¿Cómo ha ido? —pregunta Chris.

emma—Bien, gracias. Me ha dicho que tengo que abstenerme de practicar cualquier tipo de actividad sexual durante las cuatro próximas semanas.

A Christopher se le descuelga la mandíbula y yo, que ya no puedo aguantarme más, le sonrío como una boba.

emma—¡Has picado!

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