capítulo 28

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Me acaricia con suavidad el trasero, que me arde mientras me masajea en círculos y hacia abajo. De pronto me mete dos dedos, cogiéndome completamente por sorpresa. Ahogo un grito; la nueva agresión se abre paso a través de mi entumecido cerebro.

chris-—Siente esto. Mira cómo le gusta esto a tu cuerpo, emma. Te tengo empapada.

Hay asombro en su voz. Mueve los dedos, metiendo y sacando deprisa.Gruño y me quejo. No, seguro que no... Entonces los dedos desaparecen, y yo me quedo con las ganas.

chris-—La próxima vez te haré contar. A ver, ¿dónde está ese condón?

Alarga la mano para cogerlo y luego me levanta despacio para ponerme boca abajo sobre la cama. Lo oigo bajarse la cremallera y rasgar el envoltorio del preservativo. Me baja los pantalones de chándal de un tirón y me levanta las rodillas, acariciándome despacio el trasero dolorido.

chris-—Te la voy a meter. Te puedes correr —masculla.¿Qué? Como si tuviera otra elección...

Y me penetra, hasta el fondo, y yo gimo ruidosamente. Se mueve, entra y sale a un ritmo rápido e intenso, empujando contra mi trasero dolorido. La sensación es más que deliciosa, cruda, envilecedora, devastadora. Tengo los sentidos asolados, desconectados, me concentro únicamente en lo que me está haciendo, en lo que siento, en ese tirón ya familiar en lo más hondo de mi vientre, que se agudiza, se acelera. NO... y mi cuerpo traicionero estalla en un orgasmo intenso y desgarrador.

chris-—¡Ay, Emma! —grita cuando se corre él también, agarrándome fuerte mientras se vacía en mi interior. Se desploma a mi lado, jadeando intensamente, y me sube encima de él y hunde la cara en mi pelo, estrechándome en sus brazos.

chris-—Oh, nena —dice—. Bienvenida a mi mundo.

Nos quedamos ahí tumbados, jadeando los dos, esperando a que nuestra respiración se normalice. Me acaricia el pelo con suavidad. Vuelvo a estar tendida sobre su pecho. Pero esta vez no tengo fuerzas para levantar la mano y palparlo. Uf, he sobrevivido. No ha sido para tanto. Tengo más aguante de lo que pensaba. La diosa que llevo dentro está postrada, o al menos calladita. Christopher  me acaricia de nuevo el pelo con la nariz, inhalando hondo.

chris-—Bien hecho, nena —susurra con una alegría muda en la voz.

Sus palabras me envuelven como una toalla suave y mullida del hotel Heathman, y me encanta verlo contento.Me coge el tirante de la camiseta.

chris-—¿Esto es lo que te pones para dormir? —me pregunta en tono amable.

emma-—Sí —respondo medio adormilada.

chris-—Deberías llevar seda y satén, mi hermosa niña. Te llevaré de compras.

emma-—Me gusta lo que llevo —mascullo, procurando sin éxito sonar indignada. Me da otro beso en la cabeza.

chris-—Ya veremos —dice.

Seguimos así unos minutos más, horas, a saber; creo que me quedo traspuesta.

chris-—Tengo que irme —dice e, inclinándose hacia delante, me besa con suavidad en la frente—. ¿Estás bien? —añade en voz baja.

Medito la respuesta. Me duele el trasero. Bueno, lo tengo al rojo vivo. Sin embargo, asombrosamente, aunque agotada, me siento radiante. El pensamiento me resulta aleccionador, inesperado. No lo entiendo.

emma-—Estoy bien —susurro.No quiero decir más.

chris-—¿Dónde está el baño?

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