capítulo 40

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Miro nerviosa por todo el bar, pero no lo veo.

Abuela—Emma, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.

Emma—Es Christian; está aquí.

Abuela—¿Qué? ¿En serio? Mira también por todo el bar. No le he hablado a mi abuelo de la tendencia al acoso de Christian.

Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras. Ha venido... por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como una loca de su chaise longue. Christopher  se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de cobre bruñido y rojo. En sus luminosos ojos grises veo brillar... ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda... no. Ahora mismo estoy tan furiosa con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi madre?

Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.

Emma—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.

Chris—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.

Emma-—Christopher, esta es mi Abuela, Carla.Mis arraigados modales toman el mando.Se gira para saludar a mi Abuela.

Chris-—Encantado de conocerla, señora Adams.

¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Christopher Evans, destinada a la rendición total sin rehenes. Mi abuela no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, abuela. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta.

Abuela-—Christopher—consigue decir por fin, sin aliento.Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos grises centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.

Emma-—¿Qué haces aquí?

La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionada de verlo, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.

Chris-—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.

Emma-—¿Te alojas aquí?

Chris-—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorita Irwin —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.

Abuela-—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Christopher? Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.

Chris-—Tomaré un gin-tonic —dice Christopher—. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.

Emma-—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nerviosa a Christopher.

Abuela-—Acércate una silla, Christopher.

Chris-—Gracias, señora Adams.Christopher coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.

Emma-—¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadada.

Chris-—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta él—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraído pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?

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