Capitulo 13

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—¿Me estas diciendo que entraste a la esfinge, y ahora tienes una especie de... súper poder ?— musitó Hope.

—No se me había ocurrido decirlo de esa forma, pero sí, mas o menos — murmuré tratando de que el chófer no se enterara del chisme.

—¿Y por qué yo...? — hizo una pausa de algunos segundos y se llevó las manos a la boca — Oh mierda, Peter.

—¿Quién?

—Detengase aquí, por favor.

El taxi frenó unos metros más adelante, aparcando en una peligrosa esquina. Hope bajó apresuradamente del coche dejando una discreta huella de su trasero en el asiento, puesto que su ropa no estaba del todo seca aún.

—¿A dónde vas? ¿Qué haces? — exclamó Elena encongiendose de hombros.

—Te veo más tarde en tu departamento. Conozco a alguien que le puede interesar todo esto.

Mi hermana cerró la puerta y aceleró el paso.

—Sí. Yo también conozco a alguien.

El resto del viaje me mantuve pensativa. Observé mis manos, brazos y piernas: todo estaba bien y en su lugar. Incluso me sentía físicamente mejor que cualquier otro día, como si hubiese recuperado la energía que tenia a los quince años.

En un abrir y cerrar de ojos ya había arribado a mi departamento. Fue una de esas ocasiones en las cuales miras a la ventanilla del vehículo y te imaginas que estas en un video musical, pensando en el chico/a que te gusta, o sobre lo que vas a comer más tarde, de tal manera que no sientes el trayecto de tu viaje.

—¿Podría esperar un minuto? Mi bolso esta en mi departamento. No tardo nada.

—No se preocupe, así esta bien. Probablemente cuando usted entre a ese edificio se teletransporte a Alaska... Vieja loca.

Refunfuñé y apreté los dientes, pero quizá él tenía razón: no fue la mejor idea contarle todo a Hope mientras un taxista nos escuchaba. Bajé del vehículo sin decir nada, azoté la puerta y procedí a entrar a mi edificio. El taxi arrancó en cuanto yo puse ambos pies en la acera.

Me planté frente a la puerta principal y la contemplé unos segundos... ya la extrañaba. Inhalé con paciencia y metí la mitad de las manos en mi chamarra (aún estaba un poco humeada). Posteriormente, entré.

—Señor Travis, estoy de vuelta — saludé al aire, literalmente, pues la la recepción estaba vacía. No debería estarlo — ¿Señor Travis?

—¡Mmmmmmhhhppff! — gimotearon desde el interior de algún lugar.

Un escalofrió recorrió mi espina dorsal. El sonido parecía venir del cuarto de mantenimiento. Me agazapé parcialmente y caminé despacio hasta pegar mi oído en la puerta.

—Mmmh mmhh mh.

—¡Señor Travis! — giré la perilla y, efectivamente, se trataba del recepcionista. Atado y amordazado con cinta canela.

Prepárense, pues a continuación viene viene mi primer enfrentamiento:

En lugar de desatar a Travis y llamar a la policía, cerré la puerta en cuanto lo vi y me recargué sobre la misma. Contuve la respiración y pensé:

—Leon, Liam... ¡Charly!

Corrí por las escaleras como toda una heroína de acción. No sabía qué me esperaba en los próximos pisos, pero no creo que los recaudadores de impuestos suelan atar a los recepcionistas en la sala de mantenimiento.

La Profecía de ARKADIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora