QUINTA PARTE: LA CAÍDA DE UN IMPERIO

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El cielo se pintaba, gentil, dorado gracias a los rayos del sol asomándose entre los rascacielos y reservas naturales de San Francisco, pero, más específicamente, en Silicon Valley, el primaveral astro iluminó la habitación del departamento #11 del edificio Eclipse, en el que yacía una pareja durmiendo entrelazados, y ambos compartiendo una sonrisa en el rostro. A los pocos segundos de que la iluminación les acariciase las mejillas, un celular dio la molesta alarma de las 7:00am, pero al parecer para ellos no era ninguna molestia el hecho de madrugar, ya que se levantaron mirándose a los ojos. Felices. Perfectos.

—Buenos días, hermosa — dijo Leon.

—Hola, guapo — contestó Elena, pinchándole la nariz con el dedo índice.

Parecía que ambos no se querían despegar de la cama, pero entonces la puerta de la habitación fue abierta de golpe por una niña, no mayor de doce años, que llevaba puesta una camisa de cuello y una falda negra con patrones geométricos grises, un par de zapatillas del mismo color y medias blancas.

—¡Mamá, voy a llegar tarde a la escuela! — exclamó.

—Yo te llevaré está vez, mi cielo, tu mamá debe arreglarse para ir al trabajo.

—Está bien, papá — se dio media vuelta en dirección a la cocina.

Diez minutos después, y de una forma bastante organizada, Leon ya estaba listo para llevar a su retoño al colegio. Elena aún estaba maquillándose y eligiendo su atuendo para el día. Mientras tanto, la niña estaba usando una silla como escalón para alcanzar el cereal que estaba dentro de la alacena. No estaba muy alto, pero para ella sí. Más temprano que tarde, ya llevaba medio plato de cereal en un abrir y cerrar de ojos. Leon se sentó en el comedor, al lado de su hija, mientras esperaba a que terminase su cereal. La niña miraba el televisor con mucha atención, pues había una caricatura de superhéroes que nunca se perdía antes de irse a la escuela.

—Oye, papá...

—Dime.

—¿Crees que sea posible que alguien obtenga superpoderes como los de la caricatura? — preguntó con el beneficio de la inocencia.

Leon esbozó una risotada de ternura.

—Sí eso fuese posible, hija, veríamos a Superman volar desde nuestra ventana.

—Qué aburrido eres, papá.

En la habitación de los padres, Elena se colocaba un par de arracadas plateadas, un tanto minimalistas, un par de medias negras, una falda de tubo que le llegaba hasta las rodillas y una blusa de botones blanca, un poco holgada. Ya había terminado de maquillarse, pero decidió hacerse una cola de caballo para no perder más tiempo arreglándose el cabello.

—Charly, cuidas la casa, ¿Okey pequeño?

El chihuahua, quien reposaba sobre la almohada de la cama, respondió con un ladrido y levantando sus puntiagudas orejas. Elena salió de la habitación, algo apurada, pues ya eran las 7:24am.

—Oigan, ¿Qué tal me veo? — preguntó mientras se ponía los tacones con gran rapidez.

—Te ves hermosa — murmuró Leon dándole un sorbo a su café.

—Pareces una anciana, mamá.

El papá y la mamá carcajearon simultáneamente.

—En eso te pareces mucho a tu tía Aaren, hija. Igual de graciosas

—¡Papá, ya vamonos! — exclamó.

—Pues prefieres ver a los Vengadores de caricatura que ir a estudiar, creo yo. Que te vaya bien, Elena — Leon salió del departamento con la niña y bajaron por el elevador para no perder más tiempo. Cuando las puertas metálicas se abrieron, la pequeña fue la primera en salir a pasos agigantados.

La Profecía de ARKADIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora