BATALLA DE 301

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Blanco profundo, para variar. Blanco intenso que se volvía costumbre entre dimensiones, pero, poco a poco, Mystik iba recuperando sus sentidos uno a uno. Primero el oído: escuchaba una turba bastante ajetreada y desesperada. Luego el olfato: olía a lluvia, mar y a... quemado. Después el tacto: se sentía algo mareada; como si tuviera diez onzas de whisky en la sangre.

Todo eso cobró sentido cuando sus ojos le permitieron volver a ver, pues estaba en la cubierta de un barco rodeada de docenas de tripulantes que disparaban flechas incendiarias a otros barcos rivales, al parecer, en medio de una mortífera batalla naval. Ella se encontraba al lado del capitán del barco, sobre un pequeño podio que les permitía observar a toda la tripulación y dictar las ordenes desde allí. Y como toda batalla naval no es lo suficientemente épica sin una buena tormenta que surque las olas con la mismísima ira de poseídon, esta no era la excepción. Los barcos a duras penas eran capaces de navegar con tremendo infierno acuífero.

—¡Hundir a esos perros espartanos! ¡Por la gloria de Persia! — alardeaba el capitán (Traducido para todos ustedes).

Mystik enarcó la ceja y sintió un vuelco al corazón al escuchar eso. Miró las vestimentas del capitán y la tripulación, las cuales eran armaduras de cota de malla, grises y con yelmos puntiagudos en la cabeza, luego se llevó la mirada a sus propios ropajes y, para su sorpresa, llevaba puesta una armadura idéntica al resto de la tripulación en lugar de su atuendo de hechicera.

—Chicos — susurró —. Tenemos un problema.

—Creo que ya sé que vas a decir — dijo Leon llevándose las manos a la nuca.

—Yo no, ¿Qué ocurre? — dijo Peter.

—Estoy del lado del ejercito Persa, imbécil.

El capitán del barco giró la cabeza hacía la chica, furioso, dejando a relucir sus podridos dientes.

—¿Con quien hablas, eh? — gruñó y dejó salir un espantoso estruendo de mal aliento hacía la chica.

—Ugh — espetó Mystik mirando hacía otro lado —. Nada, estoy bien, comandante.

—¡Capitán! — gritó uno de los arqueros de la tripulación — ¡Tenemos al último barco espartando justo delante!

—¡Remeros, a los remos! ¡Embistamos a esa escoria!

Hacía un clima terrible: la marea era señal de que poseidon estaba más que furioso y la palabra "tormenta" se quedaba acorta, pues parecía que el cielo estaba a punto de caerse. El barco se movía agresivamente por culpa del oleaje, pero los persas estaban más que acostumbrados a eso, con excepción de Mystik, quien estaba agarrada fuertemente de los bordes del podio y hacía pucheros tratando de reprimir el vomito.

Todo empeoró cuando los remeros iban a toda velocidad en dirección al último barco que ondeaba la bandera de Esparta, el cual, por cierto, ya estaba más que perdido, pues sobre la cubierta se había desatado el infierno por culpa de las flechas incendiarias, de tal manera que los tripulantes preferían lanzarse al mar, a merced de los tiburones, antes que morir carbonizados. Los gritos de dolor y desesperación eran tales, que podían escucharse con mucha claridad desde el barco en el que iba Mystik, y estamos hablando de kilómetros, quizá.

—¡AAAAARRRGGHHH! — rugían los persas en el barco cuando estaban a escasos metros de chocarlo y partirlo por la mitad. 

Imagina la cara de los soldados persas cuando un enorme campo de fuerza morado frenó en seco el devastador choque, salvando la vida de los pocos tripulantes Espartanos del otro barco, quienes luchaban por apagar las llamas en su navío.

—¡Es una señal de los dioses! — exclamaron los tripulantes y el capitán.

—No, es una señal de los Zeer — dijo Mystik, devolviendo una mirada amenazante a su propio capitán.

La Profecía de ARKADIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora