LA GUERRA DE ARKADIA

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San Francisco era una zona de guerra, y la humanidad no estaba preparada, pues no se trataba de soldados de distintas banderas enfrentándose por conflictos políticos, sino que se trataba de soldados, policías, y otras fuerzas del orden, luchando contra alienigenas que emergían en pequeñas naves y motos voladoras desde aquel gigantesco agujero en el cielo que la pirámide en medio del agua estaba abriendo. Los civiles huían despavoridos de aquellos monstruos que disparaban balas de plasma con sus extraños rifles. El único fin de esos extraterrestres era matar, destruir y sembrar el caos. Los soldados y los vehículos humanos apenas y daban pelea contra la tecnología de los otros. Sí esto continuaba así, San Francisco quedaría reducida a cenizas en cuestión de horas.

—¡Necesitamos más apoyo aéreo! ¡Más unidades en el centro financiero! — gritaba el agente Johnson a su radio desde su patrulla.

Cuando salió de su coche para ayudar a sus colegas uniformados, él y su pareja se toparon con un alienigena frente a ellos, el cual estaba a punto de desintegrarles el cráneo con su pistola de plasma.

—Muere, bastardo — bramó un Johnson valeroso, y comenzó a disparar.

Las balas rebotaban sobre el exoesqueleto de los aliens. Este hasta se tomó el lujo de apuntar justo entre los ojos de ambos policías, ya que las balas ni cosquillas le hacían. Johnson cerró los ojos, listo para morir, pero el único "disparo" que se escuchó fue el de un característico rayo que ya había oído antes, hace tiempo. La cara de desesperación del oficial se tornó a una de rápido alivio, como si hubiese tomado un analgésico. El alienigena ya estaba con un hoyo en el "cráneo" y desplomado en el suelo.

—Sabía que volverías — sonrió el agente.

La asombrosa Mystik, resurgida del polvo y ecos, hizo su heroica aparición salvando a su viejo amigo Johnson. Se plantó erguida, presumiendo su nuevo y apropiado atuendo de superhéroe.

—Los héroes nunca mueren — sonrió ella.

—Sí, que pena que no se puede decir lo mismo de los policías, mh.

—¿Qué tal va la situación?

—¿A ti qué te parece? Estamos perdiendo. Solo echa un vistazo a los cielos y a las calles — sacó un cigarrillo y empezó a fumar —. Los esfuerzo de los humanos son nulos, incluso tu amiguita se las esta viendo negras.

La heroína abrió los ojos como platos, pues era obvio que se refería a Scarlett.

—¿Dónde está ella?

—Debe de estar volando por ahí. No es ni la sombra de lo que tú eres, a mi punto de vista. ¿Ustedes provocaron todo esto, cierto? Porque hay una perra desquiciada, en lo alto de esa pirámide, que se esta cargando a todos nuestros helicópteros y aviones de combate con una especie de cuchillos gigantes voladores.

—Es complicado de explicar...

—Bueno, pues no lo hagas y deja de perder el tiempo con un policía insignificante. ¡Enséñales lo que la humanidad tiene para ofrecer!

—Encantada de hacerlo, señor.

La chica levantó al alienigena para inspeccionar el cuerpo, y era horrible: parecía más un robot que un ser vivo, pues la mayor parte de su cuerpo estaba cubierto de prótesis metálicas muy duras y frías. En general eran muy similares a los humanos, solo que un poco más fornidos y mucho más altos, pero la cabeza sí era bastante diferente: no tenían ojos y solo era una boca gigante con una macabra sonrisa y dientes enormes que era imposible que mantuvieran dentro de sus labios. Curiosamente, algunos de los demás sí poseían ojos pequeños y negros, además de otras facciones, pero no todos. La pistola que este traía parecía un termo para café, solo que diez kilos más pesado y con un cañón terrorífico. Elena despegó del suelo como cohete para surcar los cielos en busca de su compañera Zeer y contemplar el paisaje; el cual era digno de una película de guerra de las galaxias, con cientos de motos voladoras y naves alienigenas disparando a helicópteros y aviones con un característico sonido que recordaba mucho a los videojuegos de la decada de los noventas.

La Profecía de ARKADIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora