Capitulo 36

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  Con cierto esfuerzo, Justin consiguió introducir a bordo del Cessna una pequeña nevera sin que sus padres lo notaran. Dentro, estaban las margaritas que había comprado en Flagstaff y hielo del hotel para mantenerlas frescas. El hielo nunca había sido para él una sustancia erótica, pero desde que _____ había mencionado frotarlo contra ciertas partes de su anatomía, ahora no podía mirar una cubitera sin excitarse.

Y ahora, por fin, estaba pilotando la avioneta de vuelta a Copperville con sus padres. Su cita con _____ sería dentro de pocas horas y, aun así, demasiadas para sus nervios. No se había atrevido a llamarla de nuevo considerando el estado en que lo había dejado la otra vez, pero no se la había quitado de la cabeza ni un instante.

Cuando llegaron a casa, Justin y su padre descargaron las maletas mientras su madre entraba para escuchar los mensajes. Cuando Justin entró en la cocina escuchó la voz de _____.

- Este mensaje es para Justin -dijo con la voz de la _____ de siempre-. Justin, no te molestes en cenar antes de venir a verme. Yo haré la cena. Algo simple, de picar probablemente. Ah, no te molestes por el hielo. Tengo un montón. Puede que esté en el jardín trasero o algo así cuando llegues, así que pasa directamente.

A Justin casi se le cayeron las maletas que llevaba en la mano.

Su madre se dio la vuelta para mirarlo con una sonrisa.

- ¿Has quedado con _____ esta noche?

- Sí -intentó sonar normal, pero era difícil mientras pensaba en _____ dándole de comer algún manjar exótico con los dedos vestida con una sensual lencería. Y aquella sutil referencia al hielo y el hecho de que quisiera que entrara directamente. Apostaría un millón de dólares a que sabía dónde la encontraría y no era precisamente en el jardín trasero-. Prometí pasarme a contarle cómo había ido el viaje.

Norah lo miró con gesto especulativo.

- Te da pena que se vaya del pueblo, ¿verdad?

- La verdad es que no. Estoy contento por ella. Es lo que siempre ha querido.

- Ya lo sé y todos estamos contentos por ella, pero tú estás nervioso. Te lo noto en la cara. Tienes el color subido. Creo que estás disgustado por que se vaya y te deje aquí.

- Desde luego que no -Justin posó las maletas y agarró a su madre por los hombros-. Tienes una imaginación calenturienta, mamá -entonces, le dio un beso en la mejilla y notó el cansancio alrededor de sus ojos. Tres días sin parar eran mucho para sus padres, que tenían ya casi setenta años-. Creo que iré a revisar el tanque de comida por el que estaba preocupado papá.

- ¿No iba a hacerlo él?

- Sí, pero, ¿por qué no os tomáis los dos la tarde libre? Ya habéis trabajado mucho en este viaje. Relajaos el resto del día.
Su madre asintió.

- Veré si consigo convencerlo. Creo que está más agotado de lo que quiere admitir -miró a Justin con gratitud-. Gracias, hijo. No sé lo que hubiéramos hecho sin ti.

- No te preocupes -Justin sonrió y se dirigió a la puerta. Al salir se cruzó con su padre-. Intenta convencer a mamá de que descanse el resto de la tarde, ¿de acuerdo? Está agotada.

- Tengo que examinar el tanque de pienso.

- Lo haré yo. No tiene sentido que vayamos los dos con este calor.

Su padre le pasó la mano por el hombro.

- Gracias, hijo. Si no vigilo a tu madre, no parará hasta que caiga rendida.

- Eso mismo pienso yo.

Justin se fue a los corrales con sensación de alivio. Trabajar solo era lo que necesitaba para poder pasar las siguientes horas.

Justin nunca había estado más nervioso que mientras conducía a casa de _____ poco antes las ocho.

La nevera a su lado con la botella de vino había sido fácil de esconder ante sus padres. Él había llevado otras veces vino a casa de _____, pero había tenido que ocultar la cadena de margaritas que había hecho cuando no lo había visto nadie. Su madre parecía vigilarlo con más atención, así que tendría que tener cuidado con parecidas preparaciones en el futuro.

El futuro. Se le ocurrió entonces una idea terrible. Quizá esa noche fuera la última. Después de todo, una vez resuelto el problema de la virginidad de _____, no necesitaría seguir con aquel arriesgado asunto. Ella lo quería para un trabajo en concreto y, después de esa noche, el trabajo estaría terminado.

Maldición, no podía pensar en eso o se deprimiría. Y definitivamente planeaba disfrutar. Si sus hermanos descubrían lo que estaba pasando lo freirían, así que tenía que hacer que el riesgo mereciera la pena.

Aparcó en el camino y notó que estaba temblando como un potrillo recién nacido. Las luces del salón estaban apagadas y con el corazón desbocado, agarró la nevera y subió los escalones del porche.

Tal y como había esperado, la puerta no estaba a cerrada. Entró con el pecho comprimido del esfuerzo por respirar con normalidad y tropezó con una margarita. Un reguero de ellas iba desde el recibidor por todo el pasillo. No tenía duda de dónde acabaría aquel sendero. Se dio la vuelta y cerró con llave.

CONTINUARA...  

Mi Dulce Tentación - (Justin Biber y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora