Celia

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Celia sí es una pija de manual. Es de las que tiene dinero y se lo gasta. Su trabajo, aparte de estudiar, siempre ha sido quemar la tarjeta de crédito . Su padre es productor, como el mío, de ahí nuestra amistad. Tenemos la misma edad y vidas casi paralelas. Hemos estudiado juntas, pasado veranos enteros en la playa, fuímos al mismo instituto y descubrimos la vida de la mano. Nos separamos cuando se marchó a Londres, a una prestigiosa universidad para no desentonar con el resto de su familia. Tras tres años de cartas y mensajitos la cosa se fue enfriando, hasta el punto de no acordarnos la una de la otra. Y ahora que la tengo aquí me siento fatal por ello. Pero estoy tan contenta de verla....

Álvaro me mira, mejor dicho, me taladra con la mirada. Andrea charla con Celia y con el resto de los chicos mientras él y yo, sólo nos miramos. Él, supongo, que porque no le hace mucha gracia que la tía con la que ha intentado ligar esta mañana sea amiguísima de su novia, y yo, bueno, lo mío es un caso aparte. Le miro porque no puedo dejar de hacerlo. Me está despertando algo que hacía tiempo no sentía de verdad, y no hablo precisamente de amor. Me está abrasando, me sube hasta el cerebro y envía una señal a mi sexo que está empezando a consumirme. Necesito salir de aquí como sea.

-Deberíamos irnos -le susurro a Andrea que parlotea sin parar contándoles cosas de mí que tampoco me interesa mucho que sepan-.

-¿Esta? -ríe señalándome-, esta es la tía más buena que he visto en el mundo, pero también la más mala. Tiene una vena macarra que igual es mejor que no veáis nunca.

-!Andrea, joder! -le tapo la boca con la mano-. ¡Voy a matarte!. Si nos disculpáis....

Tiro de ella y la hago levantarse.

-¡No os vayáis, por favor! -dice Carlos-, lo estamos pasando muy bien.

-¡Venga Kika! -Celia se levanta y me tiende la mano-, vamos a tomar algo por ahí y a recuperar el tiempo perdido.

De pronto se me ocurre la idea de invitarles a mi casa. Seguramente no querrán y podré irme tranquila. Sobre todo espero que la idea de venir a Álvaro le cause horror y no lo haga.

-Vivo aquí cerca, ¿por qué no venís a casa a tomar un café?

Ni que les hubiera invitado a caviar ruso. Todos acceden encantados, Celia la que más. Álvaro me fulmina con la mirada pero dice que sí entre dientes. Y ahora les tengo a los siete tras de mí en el portal de mi casa con la boca abierta.

-¿Vives aquí? -Dani lanza un silbido-.

-Papi me lo paga -se burla Andrea con voz de pijita-.

-Eres anormal profunda -le digo sin poder contener la risa-, por eso te quiero tanto.

Subimos hasta mi casa y al entrar siento orgullo. La adoro, adoro como ha quedado, la luz que tiene y la paz que me transmite pisarla. Les enseño lo poco que hay que mostrar. La habitación de invitados que pienso transformar en un despacho y mi habitación, que no es muy grande pero es suficiente para tener una gran cama, que es lo que me importa. El baño, que es diminuto, pero el casero cambió la bañera por una ducha de hidromasaje que me tiene loca, de hecho, me he pasado los tres días que llevo aquí en remojo. El salón, con tres sofás formando una U frente al televisor y una robusta mesa de madera en el centro y que deja espacio para poco más que una estantería con mis libros, mis juegos y mis discos. Y por fín, lo que me enamoró de esta casa, la terraza. Es más grande que el piso, y se divisan los tejados de Madrid. Si pudiera, viviría en ella.

Todos siguen alucinando.

-¡Es precioso! -dice Celia-, ¿cuándo me mudo? -ríe-.

-¡Y yo! -Carlos da saltitos por toda la terraza-, es una maravilla.

Se van acomodando en los sofás mientras yo preparo café para todos. Álvaro se asoma a la puerta de la cocina.

-¿Te ayudo?

La cara con la que me mira es más una súplica que un ofrecimiento.

-Puedes estar tranquilo -le digo mientras pongo ocho tazas en una bandeja-, no le voy a decir nada. Sí vas por ahí engañando a Celia es tu problema, yo no me voy a meter.

Susurra un gracias y su gesto se relaja. Me ayuda a terminar de prepararlo todo, pero hay un silencio demasiado tenso y no me quita ojo.

-Álvaro, ¿quieres decirme algo?

-Sí...esto...no...ahora no.

Me pone muy nerviosa tenerle cerca y todavía no se por qué. Sólo hace unas horas que le conozco y sólo le imagino tumbado debajo de mí sudando y jadeando. Volvemos al salón y disfrutamos de un rato muy agradable donde empiezo a saber más cosas de ellos. Como se conocieron, cómo produjeron su primer disco y como han llegado hasta donde están. Me emociona saber que nadie les ha regalado nada y que se lo han ganado a pulso. En esta industria hay mucha gente que trabaja para conseguirlo y nunca llega y hay otros que un golpe de suerte les lleva a lo más alto. Y ellos son de los que a mí me hacen sentir orgullosa. Al caer la tarde, poco a poco se van marchando. Sólo quedamos Andrea, Blas, Álvaro, Celia y yo.

-Yo tengo que marcharme, la casa de mi padre queda lejos y les he dicho que cenaría con ellos -dice Celia cogiendo su bolso-, ¿te quedas cari?

¿Le ha llamado cari? Me parto. Álvaro la mira, me mira, mira a Blas y responde.

-¿No te importa?, Blas y yo queremos ir al cine y luego repasar unas canciones del disco nuevo.

-¡Claro que no!, te llamo luego cielo -le da un beso y a mí se me revuelve todo-.

La acompaño hasta la puerta.

-Estoy tan contenta de habernos encontrado -dice mientras me abraza-, ¿quedamos mañana?

-He quedado con los chicos, seguro que no les importa que vengas.

-Te he echado mucho de menos Kiki, lo digo en serio, no se por qué dejamos de hablar.

-¿La vida? -río-, tengo muchas ganas de que me lo cuentes todo.

-Tenemos tiempo, regreso a Londres en unos días, pero volveré pronto y el verano es muy largo. Quiero todos los detalles de lo tuyo con Dean. Y ellos son estupendos, ya lo verás, son una familia.

Nos despedimos y vuelvo al salón donde empiezo a recoger todo. Llevo la vajilla que hemos usado a la cocina mientras ellos tres conversan. Me apoyo en la encimera y suspiro. Pasar la tarde con Álvaro sentado frente a mí y haciéndole todo tipo de carantoñas a Celia me ha puesto de mal humor. Ahora sólo necesito que me dejen sola. De pronto noto unas manos en mi cintura y me revuelvo, pero no se mueven.

-Lo siento -susurra Álvaro a mi espalda-, siento tener novia, siento que sea tu amiga y siento todo lo que me pasa cada vez que te miro.

Mi respiración se agita por lo que acabo de escuchar. ¿Ha dicho que siente lo que le pasa cada vez que me mira? Me muero. Doy la vuelta y me arrincona poniendo sus manos sobre el borde de la encimera. Escucho a Andrea y a Blas reírse a carcajadas en el salón. Estoy histérica, tengo sus labios a milímetros y mi cuerpo sólo me pide que me lo coma mientras sus manos vuelven a posarse en mi cintura, pero esta vez siento sus dedos clavados en mi piel, como si quisiera retenerme para que no huyera. Nuestra mirada se cruza y en sus verdes ojos sólo veo lo que supongo que también hay en los míos: deseo.

No te enamoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora