Mi nuevo trabajo

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Suena el despertador a las 6 de la mañana y me quiero morir. Lo apago con un golpe seco que lo tira al suelo y me doy media vuelta, pero los nervios me impiden volver a dormir. Hoy es mi primer día en mi nuevo trabajo, el cual no me hace ninguna ilusión, pero no tengo opción. Remoloneo quince minutos más, salgo de la cama y voy a la cocina. Enciendo la luz y sonrío. Adoro mi nueva casa, ha merecido la pena aceptar las condiciones de mi padre para tenerla.

-Yo te pago el alquiler todo el verano a cambio de que aceptes el trabajo -recuerdo nuestra conversación mientras el olor a café inunda la cocina-.

-Papá, ¿no podías haberte comprometido a otra cosa?, no me hace ilusión andar todo el verano detrás de esos chicos que no conozco, ni siquiera sé nada de su música.

-Conoces perfectamente este mundillo y te defiendes muy bien. A Márquez le debo varios favores, me ha pedido que seas tú y no he podido negarme.

Mientras tomo el primer café preparo mi ropa. No sé muy bien la pinta que debo llevar, pero no me parece buena idea presentarme en vaqueros y zapatillas. Elijo un pantalón negro pitillo, una camisa blanca entallada y unos taconazos de vértigo. Me doy una ducha y como todavía es muy pronto decido dejar que mi larga melena ondulada se seque sola. Hago la cama, recojo el baño y me quedo apoyada en la columna redonda que hay en el centro del salón. Solo llevo tres días en esta casa, pero ya la siento mía después de colocar casi todas mis cosas. En realidad, cuando la ví con mis amigas, supe que iba a ser mi hogar. Es tan pequeña, tan acogedora, sólo por la gran terraza ya merece la pena. El tiempo pasa lento y yo necesito hacer algo para calmar los nervios. Abro una de las ultimas cajas de la mudanza y aparece mi foto favorita de mi madre.

-Me encantaría que estuvieses aquí -susurro emocionada y tras darle un beso, la pongo sobre el estante que he dejado libre para mis recuerdos.

El timbre del portero me saca de mis pensamientos. Vuelo a contestar asustada por la hora.

-Abre princesa -escucho sin darme tiempo a decir una palabra-.

¿Qué coño hace aquí mi padre a las siete de la mañana? -musito mientras dejo la puerta abierta para que no vuelva a llamar-.

Vuelvo a la cocina y le sirvo un café.

-No se por qué te empeñas en vivir en Gran Vía, me ha costado media hora aparcar -vocea mientras cierra la puerta-, ¿donde estás chiquitina?

-En la cocina -respondo mientras sirvo otro para mí-.

Cojo ambas tazas y me topo con él.

-He venido a comprobar que no sigues enfadada -me da un sonoro beso en la frente y se sienta en el sofá-.

-¡Sigo muy cabreada papá! No me gusta que me utilices para tus negocios.

-Cariño, dicho así, suena fatal -ríe mientras le da un sorbo al café-.

-¡Joder, yo quería trabajar en verano, pero no corriendo tras unos putos críos!

-¡Verónica Blanco! -me reprende-, ¡cuida esa lengua, no he gastado mi dinero en los mejores colegios para que hables como una camionera!

Nos miramos fijamente y rompemos a reír.

-Eres igual que tu madre, cada día me la recuerdas más.

-Papi... -le abrazo-.

-Y no te empeñes que no son unos críos, son mas o menos de tu edad.

-En vez de niñera, criada...-susurro-.

-Asistente, tu trabajo es de asistente cariño.

-Lo que tú digas -murmuro entre dientes-.

-Te he traído un par de cosas que seguro que te devuelven el buen humor -dice cogiendo una bolsa escondida tras él sofá-.

No te enamoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora