Fin de Semana en Hogsmeade

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Fin de Semana en Hogsmeade.

La nieve comenzó a caer sobre los terrenos de Hogwarts a principios de noviembre. Los estudiantes pasaban sus horas libres haciendo guerras de bolas de nieves –incluyendo a los Gryffindors de segundo año. Sirius aplaudió con especial euforia cuando James lanzó una bola de nieve en el lugar preciso entre los hombros de Severus Snape cuando los miembros de Slytherin y Ravenclaw cruzaban los terrenos en dirección a su clase de Herbología. La bola de nieve hizo que Severus perdiera el equilibrio y quemara su mano con el frio de la nieve al caer. Se levantó del suelo, empapado, y sacudió el polvo blanco de sus túnicas con la sangre hirviendo en furia.

-Esos jodidos imbéciles tendrán lo que merecen cuando el Señor Tenebroso llegue al poder –murmuró Evan Rosier al ver el enojo de Severus- Recuerda lo que dijo Malfoy sobre controlar tu ira.

Le tomó cada fibra de su cuerpo no sacar su varita y lanzarle una maldición a todos –incluso a Remus, quien parecía más avergonzado que divertido. Severus gruñó en dirección a los chicos y continuó su camino, siguiendo a Rosier hasta los invernaderos.

-¿Qué sucede, Quejicus? –lo llamó James- ¿La nieve le quitó la grasa a tu cabello?

-Así se hace, James –Sirius rió tan fuerte que brotaron lágrimas de sus ojos.

Peter había imitado a James e intentó lanzarle una bola de nieve a un miembro de la casa de Slytherin pero la bola no fue lanzada con la suficiente fuerza como para golpear a alguien y, además, los otros tres ya se habían aburrido de molestar a los Slytherins y se habían dispuesto a construir un castillo de nieve. Peter tuvo que correr para alcanzarlos.

Cada año, los estudiantes de tercer año y años superiores tenían permitidos visitar el pequeño pueblo mágico de Hogsmeade, situado no muy lejos de los terrenos de Hogwarts. Derek Bell, Bilius Weasley y Alex Tinnamin estaban entre esos estudiantes que dejarían el castillo esa mañana, aunque ellos eran el único grupo desmotivado entre todos los demás estudiantes que gritaban y reían fuertemente o corrían por la nieve en el camino hacia Hogsmeade.

Derek estaba de muy mal humor. Era el aniversario de dos meses del día en que Alice había sido asesinada por los Mortífagos y él realmente no estaba de ánimos para ir a Hogsmeade pero Bilius y Alex insistieron que debía salir y divertirse. Derek, según ellos, había estado perdiendo demasiado tiempo encerrado y lloriqueando por los pasillos, a penas dejando la sala común de Gyffindor para sus prácticas de Quidditch.

-Alice no habría querido esto, amigo –había dicho Bilius, lanzándole a Derek su bufanda y guantes para el paseo hacia el pueblo- No tenemos que estar allá todo el día si no quieres, pero al menos inténtalo.

Así que Derek aceptó y ahí estaban, casi llegando al pueblo, y no se sentía ni un poco mejor de lo que lo había hecho cuando el poster había anunciado la fecha del primer paseo a Hogsmeade. Alice no había conseguido ir a un fin de semana a Hogsmeade. Era una de las cosas que más ansiaba durante el verano y le había hecho a su hermano millones de preguntas, además de ahorrar todos sus sickles y knuts durante todo el año para gastarlos en el pueblo. Había intentado saltarse los paseos a la heladería de Florean Fortescue cuando fueron al Callejón Diagón para comprar lo necesario para comenzar las clases, sin querer gastar ni una sola moneda en helados. Derek le agradecía a todas las estrellas haberse ofrecido a pagar el helado de su hermana ese día –sentarse en la mesa frente a la pequeña heladería con su hermanita era uno de los últimos recuerdos felices que tenía.

Pero ese recuerdo no evitó que el corazón de Derek agonizara mientras caminaban por las calles de Hogsmeade y veía todos los sitios que Alice desesperadamente había querido conocer. Llevaba consigo el pequeño monedero de su hermana con el plan de gastar cada moneda en las cosas que ella habría querido comprar: Cerveza de mantequilla en las Tres Escobas, una caja de chocolate y plumas de azúcar de Honeydukes y algunos artículos de Zonkos, pero ahora el monedero se sentía tan pesado como el acero en su bolsillo. Ella también habría querido enviarle una carta a sus padres, pensó Derek al pasar frente a la oficina postal, con toda clase de lechuzas en el mostrador. Ahora, ella no estaba ahí para enviar alguna carta a sus padres, quienes tampoco estarían para recibirla.

Los Merodeadores: Segundo AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora