Mutare Magus Animus

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Mutare Magus Animus

Se sentaron alrededor del fuego que habían creado sobre unas rocas y que encendieron susurrando incendio. Las llamas parpadeaban y brillaban en el pequeño claro, los árboles creando largas sobras alrededor de ellos, y, desde arriba, un hilo de nubes cubría parte de la luna. James tocaba el fuego con un largo palo mientras Peter utilizaba otro diferente para tostar los cien malvaviscos que se había comido.

-Este lugar es genial –dijo Sirius.

-Mi papá lo encontró –dijo James- La casa solía ser de mis abuelos y él lo encontró cuando era niño. Sus amigos y el solían acampar aquí. Creo que es por eso que fue tan fácil convencerlo de que nos dejara venir, incluso con todo lo que está pasando y lo mucho que mi mamá se iba a preocupar. Ha estado intentando traerme a acampar aquí con mis amigos desde que soy pequeño.

-¿Y por qué no lo habías hecho? –preguntó Peter- Yo vendría cada vez que tuviese la oportunidad.

James se encogió de hombros.

-Bueno, he acampado con él... Pero realmente no tengo otros amigos. Bueno, tal vez el hijo de los Parish, pero es bastante tedioso porque es un muggle y no habría entendido el encantamiento extensible en la tienda de campaña... -James rió por lo bajo.

-Yo tampoco tenía otros amigos antes de ustedes –dijo Sirius- Había un chico muggle que solía hacer dibujos en la calle y yo lo observada desde la ventana de mi habitación, pero él realmente no parecía interesado en conocerme cuando intenté presentarme ante él.

Peter acababa de introducir un malvavisco en su boca.

-Oh soompo toovo moocho omooogos –dijo con la boca demasiado llena, sonando como solía hacerlo cuando tenía la hoja de mandrágora en su boca.

James y Sirius rieron.

James miró su reloj mientras Peter tragaba su malvavisco.

-Ya casi es media noche –dijo, mirando a Sirius.

-Muy bien, chicos, esto se pondrá serio –dijo Sirius, poniéndose de pie.

James lanzó su vara al fuego y Peter miró los malvaviscos que quedaban en la bolsa y, tristemente, también lanzó su palo al fuego.

-Hey, Peter, ve a traer las pociones mientras nosotros apagamos el fuego –dijo James.

-Okey –Peter se apresuró, tomando la bolsa de malvaviscos y metiéndolos sin tostar en su boca mientras pasaba por la entrada de la tienda de acampar. Dejó la bolsa de malvaviscos en la mesa y tomó las tres botellas, rodeándolas con la bufanda en la que James las había cubierto anteriormente, y se apresuró en volver con los otros dos. Se pausó en la puerta, habiendo acabado de tragar los malvaviscos, e hizo ademán en devolverse y buscar uno más. Por su prisa, su pie se enredó en la esquina de la alfombra que cubría el suelo de la tienda y cayó barriga abajo con un gran estruendo.

Peter se mantuvo en el suelo con sus ojos cerrados con fuerza, aterrorizado de mirar a los recipientes de las pociones. Había escuchado como las botellas chocaban una con otra cuando cayó. Se sentó, dejó el bulto en su regazo y lo abrió con cuidado, seguro de que vería un montón de vidrios rotos... Sirius iba a asesinarlo si estaban rotas, pensó con temor...

Pero, por suerte, estaban bien. Las tres –roja, verde y azul –sanas y salvas entre la tela de la bufanda floreada.

Dejó soltar un suspiro de alivio.

La voz de James de pronto resonó desde afuera:

-Santos cielos, Peter, ¿puedes dejar de comerte los malvaviscos y salir?

Los Merodeadores: Segundo AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora